Historias de cuerpos - Semanario Brecha
Cuentos de Camila Sosa Villada

Historias de cuerpos

Después del boom que significó Las malas, una novela salvaje y emotiva, llegan los cuentos de esta autora argentina. Ante la imposibilidad de guardar silencio y ante el misterio de escribir, su actitud tiene mucho que ver con una ética.

REDES SOCIALES DE CAMILA SOSA VILLADA

La explosión mediática de la transexualidad y el transgénero instaló un borramiento de fronteras en el interior de los hogares, sobre todo espectacularizando el travestismo, pero también dando voz a personas que, estigmatizadas y discriminadas, no la tenían. Si sumamos el aumento de colectivos que cada vez encuentran más y mejores formas de organización para dar a conocer sus reivindicaciones. Si añadimos la aprobación de leyes que avanzan en el reconocimiento de derechos vinculados a poblaciones excluidas y postergadas. Si agregamos el discurso disciplinar y teórico en torno a sus representaciones y a su universo simbólico. Aun así, a pesar de todos estos cambios y mejoras, Las malas (2019), que, a través de referencias biográficas y ciertas intermitencias del género fantástico, ficcionaliza el universo de las travestis y sus formas de vincularse con el resto de la sociedad, aun así, Las malas continúa juzgándose como una amenaza para el imaginario heterosexual y patriarcal. Y es parte de una disputa cultural en medio de la cual algunas escritoras y escritores consagrados se molestan con la autora y la acusan de escribir «mal». Ella replica que si escribe «mal», es por su deseo de escribir como habla y así explorar nuevas formas de expresión. Es sabido que hay modelos de escritura que impiden dar cuenta de ciertas complejidades. Por eso decide transformar ese «error» en virtud.

El libro viajó con éxito por numerosos países, vendió miles y miles de ejemplares, fue traducido a más de diez idiomas y, entre otros reconocimientos internacionales, conquistó el Premio Sor Juan Inés de la Cruz. En la reciente Feria del Libro de Buenos Aires, Camila Sosa Villada (La Falda, Córdoba, 1982) fue ovacionada como una rockstar por centenares de fans.

Lo autorreferencial parece ser un camino para dar forma a situaciones y vivencias poco transitadas en la literatura. Sin embargo, en distintas entrevistas, Sosa Villada dice que Las malas –prologada con elogios por Juan Forn– no es un relato autobiográfico, si bien se nutre de su conocimiento y su experiencia en torno a las representaciones del cuerpo travesti con el que se identifica. «He dejado de nombrarme trans, como se nombran ahora, por una decisión política: no quiero robarles nada a las mujeres. Yo me siento travesti y no me siento trans», refrenda ante distintas audiencias alguien que desdeña la corrección política y plantea objeciones a los feminismos.

Las malas es un texto literario de clasificación problemática, cruza la crónica, el testimonio, la ficción, la literatura del yo y una performatividad que hace que la voz narrativa actúe mientras se escribe y vuelva a actuar cuando es leída. Ante la necesidad de escuchar y transmitir la historia de cada travesti –cuerpos que dejan de ser un espacio privado y se hacen espectáculo público–, la escritura trabaja desde una perspectiva no hegemónica que insiste en representar las singularidades de un movimiento heterogéneo. Importa la percepción y la autopercepción para entender mejor el universo simbólico que lo respalda. Si el desconsuelo del niño que fue Sosa Villada está siempre presente –y echa luz sobre el poder de la lectura en una infancia en crisis que convierte cada libro del encierro en un refugio y una fuga–, todos los personajes que se atraviesan en el camino de la autora otorgan fuerza a su mirada literaria y hacen sentir que, en su caso, sí importa saber quién escribe y desde qué lugar.

INSTRUCCIONES DE USO

Sosa Villada estudió Comunicación Social y Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba. En 2009 estrenó su primer espectáculo unipersonal, Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti, que combina la poesía y el teatro de Federico García Lorca con los textos del blog La novia de Sandro, de Sosa Villada, que en 2015 repite el título en su primer libro de poesía, reeditado en 2020 con modificaciones. A propósito de este, Florencia Rodríguez Fava escribió en estas páginas: «Su gesto político está en abrir el texto con una voz que no teme autoproclamarse –como reflejo de la percepción social– “negra de mierda”, que no tiembla al reclamar para sí el amor y el deseo. Su política es no mirar para el costado de la pobreza, pero tampoco de la belleza: es nombrar tanto una como otra. Su política es tomar la palabra y hacerlo desde, hacia y sobre la corporalidad. Y ese mismo gesto de enlazar la palabra al cuerpo es, tal vez, el más político de todos, porque desnuda un cuerpo travesti desde la primera persona». Sosa Villada protagonizó la película Mía, de Javier van de Couter, hizo en teatro El bello indiferente, de Jean Cocteau; Despierta, corazón dormido/Frida; Putx madre; El cabaret de la Difunta Correa, y la miniserie La chica que limpia. Es autora del ensayo autobiográfico El viaje inútil (2018) y de la novela Tesis sobre una domesticación (2019).

FUERA DE LUGAR

El nombre sufre transformaciones hasta fijar una identidad que es en sí misma un travestismo. A los 4 años, cuando Camila era todavía Cristian Omar, aprendió a escribir su nombre. El 7 de agosto de 2013 logró cambiarlo en su documento de identidad.

Con honrosas excepciones, la literatura olvida a las travestis: «Ese paisaje, ese color, ese poder adquisitivo, esas personas, las travestis, los maricones, la infancia, las espinas, la constante lucha contra la naturaleza para que no te devore… Para mí, eso siempre ha sido el centro», dice la autora, a quien impacienta que clasifiquen su literatura únicamente en territorios de márgenes y confines. Entiende que es un universo que ofrece mucho material, por eso escribe y reincide –a riesgo de fastidiar a quienes se acercan a sus libros–, no solo por venir de ese lugar, sino porque esos personajes y sus temas le resultan apasionantes para la ficción y para la memoria. En su escritura actúa con intensidad el deseo, que empuja al sujeto a salir de sí mismo.

LOS CUENTOS

En Soy una tonta por quererte existe mayor diversidad anecdótica, si bien el personaje travesti, que irrumpe como cifra de una identidad nómade pasible de metamorfosis, desborda casi todos los textos. La autora retoma temas, los retuerce, hace que engorden en los intersticios, concibe una picaresca que muestra las máscaras y el artificio e intenta ver lo que hay detrás. Si el realismo de Las malas prevalece, lo sobrenatural, que ya asomaba en ese libro, prospera y apuesta al paroxismo de los sentidos. La estética llega a ser alucinada y reúne a los cuerpos en el estupor verbal. Deseo y escritura se unen como pulsiones transgresoras. Distintas voces narrativas navegan las aguas de la identidad y la diferencia. Aunque evoque un romanticismo tardío, hay una permanente búsqueda y una añoranza del amor. En «La casa de la compasión», «Seis tetas» y «Cotita de la Encarnación», la escritora explora la tradición del género fantástico y maneja tópicos del relato clásico de terror.

«Gracias, Difunta Correa» es el primer cuento, retoma el universo de Las malas y se vuelve una suerte de pasaje o transición. Dice la autora que Liliana Viola, la editora del libro, lo considera un género nuevo que llama «cuento-prólogo». De inspiración autobiográfica, vuelve el «hijo maricón», convertido en travesti prostituida. El camino de la prostitución, como único horizonte laboral posible, fue real en la biografía de la autora y es recurrente en su literatura, que indaga el deseo y los sueños en cuerpos malheridos por toda clase de injusticias.

A fines de 2008, los padres de la protagonista de este cuento, que se llama Camila, peregrinan al santuario de Deolinda, la santa popular que aparecía en Las malas. Ruegan por un milagro: que la hija consiga un buen trabajo y cambie de profesión. «Tres meses después, la hija travesti de Don Sosa y La Grace, o sea yo –en la escritura es inútil disfrazar una primera persona porque los escritos comienzan a enfermarse a los tres o cuatro párrafos–», estrena Carnes tolendas, que cruza el gesto biográfico con personajes lorquianos. «Una travesti sabe de la soledad, como Doña Rosita la soltera. Una travesti sabe de autoritarismo y falta de libertad, como en La casa de Bernarda Alba. ¿Y no hay acaso travestis que añoran ser madres, como Yerma? ¿Y no viven pasiones desesperadas, como los amantes de Bodas de sangre? Las travestis que han sido fusiladas o asesinadas como Federico García Lorca –decía Paco… y tenía razón.» La obra «concluía con un desnudo frontal mío de cara a un público que no podía creer estar viendo a una travesti hacer eso». Camila pudo –o decidió, peleó y después pudo– ser quien quería ser y no quien estaba determinada a ser. Su versión del milagro de la santa.

Como un episodio escatimado a Las malas, «La noche no permitirá que amanezca» expande el tono de aquel libro. No solo articula una propuesta en relación con la disidencia sexual de la protagonista y los demás personajes, sino que interpela los múltiples sistemas de opresión. «Soy una travesti parda con algo de señora inglesa dentro», dice una narradora que si tiene un peso de más, cocina escones e invita a merendar a sus amigas. «Pero las noches de suerte son escasas y espaciadas entre miles tristes, donde la ganancia apenas alcanza para un cuarto de pan negro. Épocas del año en que ser prostituta pesa como un abrigo de piedras.» Su encuentro con cuatro rugbiers que la llevan a un country donde abunda la droga la hace extremar argucias. Las travestis de estas ficciones están acostumbradas a rebelarse ante el desprecio y la violencia, y a la vez simular que aceptan la situación. El mecanismo funciona en varios cuentos, es la treta propuesta por Josefina Ludmer, una típica táctica del débil que consiste en que, desde el lugar asignado, «se cambie no solo el sentido de ese lugar, sino el sentido mismo de lo que se instaura en él».

En «Gracias, Difunta Corea», la configuración del paisaje cordobés es real y es simbólica. También lo es en «No te quedes mucho rato en el guadal», donde la naturaleza y la pobreza son agentes de la acción narrativa y operan sobre flexiones del costumbrismo y el pintoresquismo. La escenografía cotidiana de la vida rural –animales, monte, ríos–, en la que la superstición ocupa un lugar irrecusable, es propicia para la evocación nostálgica y la exaltación lírica. «Yo creo que fui muy lastimada por ese monte en el que me crié. Lastimada para bien. Esa herida que te hace un paisaje, que es brutal, que es peligrosa, que te recuerda todo el tiempo que todo es naturaleza y que a tu alrededor la naturaleza no es piadosa», apunta la escritora. Un niño de 7 años vive en las afueras del pueblo con su padre alcohólico y violento y su hermana adolescente. La madre se fue, harta del marido golpeador. La noche encubre un secreto que los niños y el padre comparten sin nombrarlo. Un secreto que el niño no entiende y el padre niega. Al afinar la observación de lo cotidiano, comienzan a aparecer las grietas. Sugeridas apenas, esa indefinición produce una fuerte tensión narrativa. Es un cuento triste e inquietante, de final inesperado y desgarrador.

Soy una tonta por quererte, de Camila Sosa Villada. Tusquets, Montevideo, 2022. 209 págs.

Antes de comenzar el relato que da nombre al libro, hay unas líneas anotadas por la autora, que recomienda escuchar «Lady in satin» de principio a fin. Y es que en «Soy una tonta por quererte» una Billie Holiday arruinada por las drogas y el alcohol cumple un papel estelar. Dos travestis latinas que trabajan como peluqueras la conocen en un fumadero de Harlem. «Era una belleza. Y ustedes dirán: ¿cómo una vieja puta, negra, alcohólica, sin dientes, exconvicta, heroinómana, rancia podría ser una belleza?» Víctima de distintas violencias, la diva del jazz tiene sobrados puntos de contacto con las protagonistas. El cuento tiene la circularidad y el sortilegio de un ritual, habla de lealtad y de compañerismo. Con frecuencia, el lenguaje sigue el ritmo de la oralidad, se teje con hebras delicadas y con cerda bruta, la prosa es sucia y letal, también llega a ser poética. Negros y latinos constituyen un desafío a las categorías tradicionales, vagan por los bordes de la palabra hegemónica, cuestionan las deficiencias de la realidad. Hay pasajes en los que la identidad se disuelve, en otros se multiplica. La escritura crea un cerco en torno al individuo desplazado: «Éramos la misma mierda en ese entonces». Mirados con odio y miedo, deben protegerse como una cofradía en los espacios de violencia cotidiana que discrimina, deshumaniza y levanta barreras contra la inclusión de la población negra y los migrantes latinoamericanos.

También en «La merienda», uno de los textos más breves e intensos, se plantea una encrucijada que regula las fronteras entre racismo y violencia, palabra y silencio, identidad y alteridad. La niña le pregunta a su abuela: «¿Por qué somos marrones?», y la abuela responde con una fábula que introduce, en el relato de la creación, un suceso apócrifo en el que se termina la pintura con que debían colorear a quienes eran como ellas. La abuela se ampara en la tradición oral: «Lo dicen las viejas». Quien está leyendo no puede imaginar lo que va a suceder después de ese diálogo íntimo e imaginativo. Instalada la escritora en un cruce plural de imaginarios, algunos de los cuales suponen la resemantización de discursos ajenos, acude al relato literario como un espejo que refleja las posibilidades reivindicativas de la rebelión y la lucha por la libertad.

Cavada a contracorriente en los muros patriarcales de la tradición, «Mujer pantalla» es una historia sobre homosexuales que no se atreven a salir del clóset e intentan guardar las apariencias por miedo a la reacción de sus familias: «La raída elite de la crema cordobesa». Preocupados por perder herencias millonarias, necesitan fingir para neutralizar la amenaza del tratamiento de reconversión («porque es preferible un hijo muerto que uno puto»). Una muchacha desorientada encuentra su salida laboral junto a esos individuos que buscan disfrazar su orientación sexual junto a una mujer. «Hay un tipo de novia muy extraño, extrañísimo como un cocodrilo albino, que es la novia de alquiler.» Plagada de ironía, desenfado y mordacidad, la representación se acerca a lo teatral y sirve como centro generador de sentidos.

LOS OTROS CUENTOS

En el interior profundo de la Pampa cordobesa se sitúa «La casa de la compasión», que inicia la serie de imaginación desenfrenada. Narra las peripecias de una travesti prostituta que fue criada desde niño por su tío. «Fue un largo, largo crimen, hecho con paciencia», evoca Flor de Ceibo, que «vivió el incesto como si fuera un noviazgo» y luego salió a buscarse la vida en la aventura temeraria de la ruta. Borracha y extenuada por el trabajo, un grupo estrafalario de monjas de la orden de la Compasión la lleva al convento para reanimarla. Onírico y esperpéntico, un corrimiento espeluznante hacia el mundo animal y salvaje interviene el destino de los personajes. Aún más crudo es «Cotita de la Encarnación», sobre Juan de la Vega Galindo, travesti mulata «traicionada por su amiga el 27 de setiembre de 1658». Quemada viva en la hoguera junto a otros «sodomitas», la historia viaja al pasado y es una suerte de fábula travesti de las Crónicas de la Conquista, que resucita las culturas exterminadas. Espíritus antiguos regalan a los supliciados la ilusión de la venganza: «Supe que volvería a este mundo después de muerta […] me quedaría con sus hijos […] en esos cuerpecitos de nada depositaría mi vicio travesti». La autora rocía con polvos mágicos la teoría queer, que, en su opinión, «explica demasiado las cosas».

También «Seis tetas» reivindica el poder de la escritura como fuente de la memoria. Es una distopía que experimenta con la ciencia ficción y logra un relato futurista sobre las travestis y la sociedad. En él, la Inquisición no solo las persigue a ellas, también a todos quienes las hayan tocado tres veces, lo que amplía el radio de exterminio. Reaparece la delirante Machi de Las malas, con sus conjuros y hechizos, enviando sus pájaros camaleones a las casas de las travestis con notitas que advierten sobre la hecatombe cercana que ellas no saben ver. Por fin, abandonan el confort e inician el éxodo. Tras mucho andar, encuentran una región salvaje y alejada en la que fundar un nuevo mundo. Al renovar el mito de la creación, se suceden los prodigios que hablan de una actitud ante la realidad y ante la ficción. En el final, a una adolescente «le crecen seis tetas» para que pueda alimentar a una prole no humana que acaso dé origen a una nueva civilización. Porque también el cuerpo y el deseo cambian sus lugares de enunciación.

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