Cuando nos topamos con algo nuevo pero ya ocurrido, nos habita cierta extrañeza, como si la historia se estuviera creando al lado nuestro, pero aun así fuera lejana: un presente metido en el pasado. Eso que puede sentirse etéreo, que se plasma en relatos extraños abre las puertas a una imaginación sin límites o, más bien, desdibuja los límites. Es que muchas personas sabían de la existencia de Sebastián González solo a través del relato de su hermano Daniel Mella en el libro El hermano mayor, pero ahora su figura fantasmática aparece en música concreta, que podemos escuchar evocando aquella que se contaba en el libro. De a poco, la imagen de Sebastián se expande.
Cuando leí El hermano mayor, imaginé al hermano de Mella como un tipo de estatura media, bien flaco, pelo corto lacio castaño, con una voz semiaguda y rasposa, y una cara enérgica. Sin embargo, ahora se lo devela como alguien de apariencia grandota, pelo largo y rubio, barba, voz grave y calma. El primero me provocaba cierta ansiedad; el segundo, tranquilidad. ¿Cuál es el verdadero Sebastián? ¿Es el que nos relató Mella en su libro? ¿Este que aparece en la foto y en este disco? ¿Habita solo nuestra imaginación?
«Seba iba juntando canciones en discos que titulaba con el año en que las grabó. Solista, tiene discos de 2007, 2009, 2011 y 2013. Las únicas remasterizables son las que grabó de 2009 en adelante. Las anteriores están en calidad de CD. Para hacer esta compilación, los hermanos elegimos estas 16 canciones de los discos de 2009 y 2011, que abarcan un período en el que Seba pasó de trabajar de guardavidas en Canelones a trabajar en Rocha», cuenta Daniel sobre Dieciséis canciones, el reciente disco que recoge algunas de las composiciones de su hermano.
El prejuicio de mi cabeza, al leer el libro, me hacía pensar en una música que sonaba como un reggae acústico, música para fogón. Rocha, playa y música: esa suma tenía que dar como resultado un reggae fogonero. No obstante, en esa ecuación faltaba un ingrediente no menor que vuelve a contar Daniel fuera de su libro: «Seba siempre se las arregló para tener un estudio portátil con la tecnología a la que tenía acceso con su sueldo de guardavidas. La madriguera, la casita al fondo de lo de mis viejos en Shangrilá, era básicamente eso. Luego tuvo aquel espacio que aparece en El hermano mayor, en una habitación insonorizada de forma casera en el apartamento en el que vivió con su novia». Sebastián iba en serio y era un solitario. La música con la que nos encontramos al escuchar Dieciséis canciones tiene mucho más que ver con la introspección que con la acción de compartir noches de agite entre la muchedumbre.
En todo el disco no escuchamos más que a Sebastián en su guitarra y voz, con alguna percusión y flauta en algunos temas, todo tocado por él mismo. Muchas veces, los arreglos incluyen varias pistas de un mismo instrumento. La música, por su carácter acústico y su aproximación, sin duda, entra en el género del folk y, por el momento en el que fue hecha, en el indie folk. Así, entre la estética y los arreglos, nombres como Crosby, Stills, Nash & Young y aún más José González aparecen rápidamente como referencias. Pero también es posible percibir algo muy uruguayo, que por momentos nos acerca a Darnauchans, aunque sin su actitud trovadoresca. Finalmente, por la sonoridad general, el disco nos recuerda el aire que transmite Pink Moon, de Nick Drake: esa calma casera en solitario.
Algo interesante es que el disco es tan poco pretencioso como lo que nos cuenta Daniel en su relato sobre Sebastián. Ningún tema esboza un gramo de grandilocuencia oceánica. Sin embargo, las canciones son misteriosas, ocultan algo. Parecen objetos en tiendas de antigüedades: en la superficie pasan desapercibidos, pero, si uno los mira de cerca, nota una belleza que se amplifica en cuanto se la deja entrar. Primero nos topamos con unas guitarras y voces calmas que pintan de manera simple un paisaje fuera de la ciudad, pero, si se presta atención, los diversos arreglos en contrapunto entre las guitarras, las voces que entran y salen en momentos muy específicos para decorar una partecita de la melodía son detalles que solo aparecen al detener el devenir de la conciencia y concentrarse. Lo llamativo es que el proceso de realización de esta música queda plasmado como una parte constitutiva de la forma en que nos llega, pues estos detalles son fruto de la posibilidad de un alcance directo. Lo que separa el proceso de grabación y búsqueda del resultado final es meramente un archivo que no se toqueteó, pero que bien podría haber continuado. Ese acceso es lo que nos permite valorar la cercanía cotidiana de cada idea: el estudio como un bloc de notas que se transforma en la obra misma.
El mar y sus alrededores son, sin duda, la temática principal que conduce el disco, incluso en las piezas instrumentales. Es que, como comentó Daniel, fueron compuestas en la época en la que Sebastián pasó de trabajar en Canelones a Rocha. Así, «en algunas canciones se siente como una ansiedad por ir hacia el mar: el sentimiento es el de ya estar allá». Es claro que el prejuicio grisáceo que habita buena parte del gusto por la música uruguaya ve con malos ojos este tipo de temáticas, pero eso puede revertirse con facilidad porque Sebastián no habla de un presente junto al mar, sino de un porvenir, de un anhelo. Y todo anhelo es la cara esperanzadora de un presente con fallas. La idea del mar no es tanto una especie de veneración acrítica, sino, más bien, el símbolo de un deseo: encontrarse a sí mismo, alejarse del ruido.
Sebastián falleció en la costa el 9 de febrero de 2014 y estas canciones son la música que dejó. No pretendía hacerlas públicas, y, como cuenta Daniel, «a los hermanos nos llevó ocho años desde su muerte decidirnos a sacar esta música a la luz, casi como yendo en contra de su voluntad». Estas canciones son otra forma de contar su historia, de tenerla relatada por él mismo desde su cuarto, anhelando llegar a su lugar, uno que ahora nos toca imaginar. Como todo deseo que nace de un imposible, habita el proyecto una continua melancolía latente. Pero es a través del arte que la melancolía se vuelve un sentimiento realmente hermoso.