La gurisada de Momolescentes se sube al escenario del Cayetano Silva, que es como decir el Ramón Collazo de San Carlos, con la soltura y la autocrítica del carnaval que los viejos murgueros parecen haber dejado por el camino de la competencia. No hay frases hechas ni conceptos estratégicos para ganarse a un jurado porque, lisa y llanamente, no concursan. Ni pretenden hacerlo.
Sos murga solo si compites,
los otros para rellenar,
la fiesta se hizo un reglamento
donde solo importa ganar.
Murguistas se esconden en baños
un rato antes de ir a cantar
y los ves salir transformados
como si fueran Superman.
Hay otros de elite y premiados
que el pueblo los suele aclamar,
algunos fueron escrachados:
son varones de carnaval.
Otros no fueron escrachados:
me tengo que cuidar igual.
Violencia, abusos, machismo
y para otro lado mirar.
Mejor caerle a la adolescencia
que solo quiere molestar.
Canta Momolescentes y en unos versos lo dice todo. El público se pone de pie en el Cayetano Silva, o en los escasos tablados de Maldonado que la intendencia concede casi como un favor, o en la sala Nelly Goitiño del SODRE, a la que llegaron por primera vez este año, casi de milagro. El público ovaciona no solo porque «mire qué lindura estos chiquitos, con qué soltura actúan». Se percibe en los rostros adultos y en sus aplausos una suerte de mea culpa, saber que esa gurisada les está cantando grandes verdades de las que son responsables; gurises que las entienden porque las viven y porque las procesan con ayuda de profesionales. Momolescentes –una suerte de agrupación egresada de los más chiquitos, Nietxs de Momo– se forma todo el año en el Espacio Taller Alquimia de San Carlos, dirigido por Horacio Tato Suárez y Lucía Márquez, dos firmes detractores de usar el carnaval como instrumento de competición. Así que la chiquillada crea sus textos con la convicción de que su arte se expresa como se siente, para hacerse visibles, para disfrutar, porque no es necesario competir ni ganar para ser mejores. Algo que deberían imitar los grandes, pero no.
COSAS DE LA CAYETANA
«Nos sentimos bastante tristes, enojados y, ¿para qué vamos a mentir?, con cierta impotencia. Estábamos muy esperanzados de entrar a la liguilla este año, pero por esas cosas del carnaval no se nos pudo dar. Ahora lo que resta es disfrutar de los tablados que quedan por delante, haciendo lo que más amamos, lo que más feliz nos hace, que es cantar para la gente.» El texto, que la murga carolina La Cayetana subió a sus redes sociales, también para agradecer el apoyo de su público, desató comentarios de todo tipo. En general, acusando al jurado de parcialidad, de estar del lado de las «murgas compañeras de Montevideo», de siempre «matar a las del interior», de que el concurso está «flechado para Montevideo». Para buena parte de los periodistas especializados y más de un presentador en los tablados que siguieron a la noche fatídica, la exclusión de la murga fue una sorpresa y una injusticia.
Como sea, finalmente El club de los conspiranoicos de La Cayetana terminó en el lugar 11, tres puntos por encima de La Clave, la otra murga de San Carlos que este año volvió al Ramón Collazo. Y su gente cumplió la promesa del disfrute, pese a sentirse derrotada: gozaron de cada tablado como si fuera el último. «Muchachos, ¿se dan cuenta de que a esta hora están todos como locos por saber cómo les fue y nosotros, acá, recorriendo barrios sin ninguna presión?», largó en medio del silencio de la bañadera, a modo de consuelo, uno de los que viajaban adelante rumbo al primero de los cinco tablados que les esperaba esa noche de fallos. Unos pocos se rieron y otros lo mandaron a cagar. Llegar al Velódromo fue el éxtasis: bajaron ovacionados, seguidos entre las sillas y las gradas por personas de todas las edades con voces de aliento, palmadas en la espalda, pedidos de selfies, lágrimas en los ojos. «Esto es lo importante. Cuando al principio del concurso la gente que lo ve por televisión y me pregunta cómo nos está yendo, ¿qué quieren que les diga? No tengo palabras para contarles esto que sentimos del público», dijo a Brecha el director responsable de la murga, Martín Sosa, agotado, igual que el resto, tras la maratón de tablados en una noche de calor asfixiante. Sin embargo, el aire gélido del bus, que dio un respiro a espaldas y frentes transpiradas, no alcanzó para bajar la calentura por no estar entre los mejores.
Entonces hay que volver al texto de las redes, esa pregunta cantada que queda abierta: ¿cuáles son las «cosas del carnaval» que dejaron a la murga fuera de las diez mejores agrupaciones? La Cayetana me habla de un choque de egos, de «comidas de oreja al jurado», de vínculos de algún director que no los quiere y que tiene tanta influencia como para dejarlos fuera. De movidas turbias, como los escasos tablados previos a la competencia, necesarios para afinar la presentación en la primera rueda; incumplimientos de acuerdos por parte de los organizadores; antecedentes poco claros en otras ediciones. Entretanto, en la bañadera sigue el recambio de trajes, las corridas para llegar a los tablados, la misma entrega de la primera noche, cuando todo era esperanza. Y, a pesar de la alegría, la tristeza.
LAS COSAS DEL QUERER
Si las murgas del interior creen que por «cosas del carnaval» pueden quedar afuera, ¿para qué concursan? ¿Para qué compiten si, cuando no entran en la liguilla, se arma un escándalo de órdago que siempre apunta a asuntos espurios? «Lo que pasa es que no es “competir en Montevideo”. Es participar del carnaval de Montevideo. En el interior ensayás 100 días para tener 15 actuaciones, mientras en Montevideo ensayás 100 días para tener aproximadamente 60 actuaciones y una transmisión en vivo para todo el mundo», aclara el sobreprimo de La Cayetana Adrián Génova. Otros contarán que no es un tema de plata porque, de hecho, lo que se paga por algunos tablados ni siquiera alcanza para cubrir los costos de moverse hasta la capital. Más bien, dicen, se trata de participar en igualdad de condiciones, algo que en su opinión no llega a cuajar en el caso de las varias murgas que llegan desde el interior.
Sebastián Pito Ramos, integrante de la comisión organizadora del carnaval de San Carlos, murguista de 1987 a 2006, letrista hasta 2019 y concursante con diferentes murgas en el Collazo, considera que no hay «poderes» tan fuertes como para excluir a una agrupación que va bien plantada, aunque siempre juegan las subjetividades. Admite que los títulos, que los nombres pesan en Montevideo: «Si una murga con trayectoria está empatada con la Sacachispas de San Carlos, seguramente la del interior será la que quede afuera», razona. En todo caso, le parece natural el ánimo de competir, querer ser «mejor que el otro»; además, afirma que participar en Montevideo es necesario porque de otro modo no habría escenarios suficientes para actuar y cubrir los costos que implica ofrecer un espectáculo de calidad. De hecho, dice que el espíritu competitivo eleva el nivel de los espectáculos y que eso beneficia al público receptor: «El carnaval es como el fútbol, el gurí que se destaca en la canchita quiere ganar y jugar en la selección o en el Real Madrid, jugar con sus ídolos».
Matías Ríos, director responsable de la murga puntaesteña La Osa Rafaela, tampoco cree en «cosas raras». De hecho, adelantó que la agrupación –que en este 2023 tuvo su mejor año– resolvió presentarse a la prueba de admisión de noviembre para tratar de entrar al concurso 2024. «Es como el cierre de un ciclo de diez años de trabajo en los concursos locales, ya estamos un poco cansados y quizás sería la despedida», comentó. ¿Por qué concursar? «Porque si no se participa, por ejemplo, en el concurso oficial de San Carlos, no tenemos tablados. La aparición de Más Carnaval y su llegada a Maldonado con algunos tablados aparece como la única posibilidad que tendría la murga, pero si no somos parte del concurso oficial, no entramos en el paquete de tablados que paga la Intendencia de Montevideo», argumentó.
COSAS DE OTRA CAPITAL
San Carlos se autodefine como «la capital del Carnaval» en el interior del país, porque es un semillero de murguistas, por la «gloriosa» participación de algunas de sus murgas en Montevideo, por la cantidad de agrupaciones que llegan desde distintos departamentos a concursar (este año fueron 20). Y porque en las gradas de su escenario mayor, el Teatro de Verano Cayetano Silva, hay unos 3 mil asistentes cada noche.
San Carlos dice ser un pueblo murguero, con identidad propia; dice haber destronado al mítico carnaval de San José. Sin embargo, cuando el público se instala en el Cayetano Silva, frente al telón negro del escenario, es la cortina musical de Tenfield –la misma que se usa en el carnaval de Montevideo– la que precede las actuaciones y desata los aplausos a rabiar. ¿Cuál es la identidad local si se copia lo que pasa en Montevideo? ¿Por qué se aplican los mismos mecanismos? Lo de la competencia montevideana ha llevado la imitación a tal punto que buena parte de las murgas locales elige entre sus técnicos a expertos de la capital. ¿Hasta dónde una murga es del interior si su equipo técnico no es del lugar?
Sebastián Ramos ofrece varias teorías. Una es la falta de material humano: «Se puede ser muy buen letrista, pero hay que tener ese plus que da la experiencia de haber competido en la capital, conocer al público», dice a Brecha. Luego está aquello de que nadie es profeta en su tierra: «Se piensa o se cree que lo mejor es traer gente de Montevideo y la verdad es que los hechos han demostrado que no es una creencia errada», agrega. Entonces menciona unas cuantas murgas que contrataron figuras montevideanas, como Marcel Keoroglian, Pinocho Routin, Felipe Castro, Diego Bello, Martín Sosa, Coco Rivero, entre otros. Sin embargo, aclara que todas las murgas de Maldonado –lo que, prácticamente, es decir San Carlos– están compuestas mayormente por lugareños. Son murgas del interior, y en eso no cabría discusión.
Superada –o no– esa interrogante, vale preguntarse hasta cuándo las murgas en competencia repetirán la estrategia de ridiculizar a los habitantes del interior. Hasta ahora viene rindiendo, aunque no todo el mundo lo comparta. Basta ver el éxito que, durante veranos, tuvieron los humoristas Sociedad Anónima (San José) con sus gauchos patones. O los espectáculos de La Clave, seguramente la que más lejos llegó en el Collazo: Espantapájaros, Bichos raros… ¿Recuerdan el «aaah, tas loco», el laureado cuplé de San Carlos, la Fiesta del Interior? La Cayetana también incluyó en sus textos de 2023 al «canariaje» que solo vota a los blancos, que vive durmiendo la siesta y encima se come las eses. ¿Seguirán las elegidas para el Collazo recorriendo el camino de ridiculizar a su propia gente? Habrá que ver si repiten la estrategia en la prueba de admisión.
DETRÁS DE LOS PAYASOS
El Tato Suárez tenía 13 años cuando conoció a su primera murga y a ciertas «potencias» del carnaval carolino. Ayudaba con las letras, con la confección del vestuario, disfrutaba de una estética atípica. Pero esa murga, que en algún momento le ofreció la contención que le faltaba por haber crecido sin padre, se convirtió casi en su perdición. «Te peinaban la droga para ser mejor artista, para quedarte toda la noche creando. Me daban roles importantes, era cupletero, y si tenía que tomar merca, lo hacía porque eran los referentes», contó a Brecha. Para 2011, cuando ya estudiaba actuación e incursionaba en el arte constructivo y la espiritualidad, empezó a observar algo que todavía percibe, aunque de manera más leve. Agrupaciones que se cuelgan el cartel de «género» mientras, al mismo tiempo, maltratan a las mujeres que colaboran con el espectáculo desde diferentes lugares. «Era colgar la bandera y encontrar la contradicción», recuerda.
En 2013, terminó siendo parte de La Clave. Allí experimentó el «furor de la competencia», la sensación todopoderosa de que gente del interior la estaba rompiendo en el Collazo, algo que hasta entonces parecía inalcanzable. Pero solo compitió un año y se embarcó en sacar otra murga, con otro desafío: combatir la consuetudinaria idea de que había que ensayar borracho, plantado en la barra del bar, con la cadera apoyada en una mesa de billar. «Quería buscar un espacio saludable, que cobijara a otras instituciones sociales, a las familias.» Pero no pudo: una de las piezas de la casa de ensayo se transformó en cantina y ganó el descontrol. Así, en 2014, creó con su pareja el Espacio Taller Alquimia y la Compañía de Investigación Teatral El Garaje, donde nacieron Nietxs de Momo y Momolescentes.
Hoy, que la salud mental, la violencia de género y los abusos dentro del carnaval se han hecho más visibles, Tato sigue pensando que hay mucho que cambiar: «Faltaría que viniera un ovni y nos lavara el cerebro para dejar de acotar el arte a una competencia entre machos. Sigue habiendo mucha testosterona. Qué bien nos vendría que las mujeres organizaran el carnaval, terminar con lo patriarcal, dejar de medirnos los penes entre varones y brindar los espacios que las mujeres saben ocupar. Y también educar al público, porque el arte también implica eso. Romper los rituales».