Unir los fragmentos - Semanario Brecha
La literatura de Ciro Benjamín

Unir los fragmentos

En setiembre de 2022, el autor publicó Fragmentado. Crónica de un trava anunciado, una autoficción que retrata el descubrimiento y la creación de su identidad de género, su lucha por escapar al binarismo y otros aspectos que lo volvieron la persona que es hoy. Como dice en su libro: «Esta no solo es una historia travesti».

↑ Gentileza de Latido Beat / Javier Noceti

Según cuenta Ciro, el primer acto creativo que registra fue en el liceo, cuando comenzó a escribir. Para ser más específicos: en segundo, en una clase de Educación Sonora, cuando le pidieron que escribiera un guion con temática libre. «Pero lo hice más en forma narrativa y salió lo primero que volqué», dice a Brecha. No recuerda haber vuelto a escribir hasta que, en tercer año, en Literatura, le salió un cuento. En el medio, se dedicó a crear contenido para un perfil falso de Facebook en el que disfrutaba de una escritura «en conjunto», con otros usuarios; «era más dinámico porque no era solo mío, había una parte que me era ajena de cada historia, en la que aparecían otros personajes». Finalmente, se sentó a desarrollar lo que terminó por transformarse en Fragmentado. Crónica de un trava anunciado. Solía escribir y borrar, escribir y tirar, inicios de cuentos, ideas que no llegaban a nada: «Siempre me pareció que lo que escribía no era suficiente, o me aburría y no me interesaba más y lo dejaba colgado», explica.
Fragmentado. Crónica de un trava anunciado es una autoficción, un trabajo de memoria, un redescubrimiento de la historia propia del autor y el proceso que atravesó al descubrirse varón trans. El libro cuenta cómo fue la experiencia de irse construyendo como disidencia fuera del binarismo: «Nombrarme trava, hacerme existir fuera del binarismo, del eurocentrismo y la academia fue lo que me permitió dejar de tenerme miedo». Sin embargo, no es solo eso. Como todo proceso, el relato de Ciro no está atravesado únicamente por la identidad de género.
Cuando tuvo la posibilidad de publicar lo que había comenzado como un ejercicio para ordenarse a él mismo y buscar entender cómo llegó hasta donde está, su interés se expandió a querer conectar con un público más amplio. Y, por eso, también dice creer que el texto funciona como una presentación que busca unir al autor y su obra para que ya nadie pueda separarlos: «Que se sepa desde dónde escribo, que esté ahí plasmado: “¿De dónde vengo?”».
—En el primer capítulo del libro decís: «Esta no solo es una historia travesti». ¿Por qué?
—Escribir, en un principio, fue un ejercicio para ordenarme, pero después me di cuenta de que no era algo solo mío. La posibilidad de escribir se la debo a ocupar cierto lugar de privilegio dentro de lo travesti. Cuando tomamos la palabra las personas trans, se nos reduce a eso: somos una persona trans que puede hablar de lo trans, y nada más. Entonces, cuando estuvo la posibilidad de publicar, mi interés no fue conectar solo con personas trans, sino con cualquier persona que se sintiera cercana. No somos solo personas trans.
—¿Cómo definirías la forma del texto?
—Es, sobre todo, una autoficción, porque tiene mucho de biográfico. Atendí a ser honesto con mis recuerdos, pero también entiendo que hay cierta distorsión en lo que recuerdo, porque es mi perspectiva de cómo fueron las cosas. La autoficción me permite cierta lejanía, alejarme del libro, porque es agobiante pensar que mi historia está a la mano de cualquiera que lo agarra; es separarme de eso que está ahí, hablar del libro afirmando «esto es un libro» y que no me involucre tanto en lo personal. No es que importe que yo hable de mí en el mundo, no soy una persona tan importante ni creo que nadie lo sea; creo que somos una serie de acontecimientos y quise reflejar eso, las situaciones que me tocó vivir, pero con esta suerte de poder contarlas. Es medio paradójico: deseamos y luchamos por estos lugares de visibilidad, pero también se vuelven una carga.
—¿Sentís una presión extra de mantener el lugar por el que luchaste?
—Sí, exacto. O tener que levantar la voz en una clase. Se vuelve bastante pesado. Y yo no estoy 24/7 gritando: «Soy trans». Espero que en algún momento no haya que decir: «Soy un escritor trans». Pero el privilegio a veces se vuelve pesado y es contraproducente. Quisiera abandonar mi suerte, decir: «Ya está», pero es volver a lo que otros esperan que haga, que es no estar ahí. Entonces se vuelve una paradoja: como el otro no quiere que esté, entonces voy a estar, aunque quizá yo mismo no quiera.
—¿De qué manera condiciona a los y las artistas trans reducirlos solamente como personas trans?
—Ni siquiera se piensa en la posibilidad de que podamos hacer otra cosa más que ser trans. Hacer arte ya es bastante complejo en general, pero las personas trans también nos debemos hacer cosas sin que tengan que ser tan grandes. El mandato es que para tener un lugar de visibilidad tengo que hacer algo enorme y genial, y brillar, y eso se vuelve muy pesado. Quizá quiero tener una vida tranquila y obtener el mismo respeto; podrían invitarme a charlar de lo que es ser trans sin la necesidad de que escriba un libro, por ejemplo.
—En la entrevista con La Diaria comentaste: «Las personas trans siempre hemos sido habladas por otras».
—Sí. En la editorial me preguntaron si quería nombrarme como «escritor varón trans» o si era redundante hablar de mí como trans y, en realidad, no lo es, porque la importancia está ahí: estoy escribiendo esto porque vengo de un lugar, soy eso, y quiero visibilizarlo en primera persona, no como alguien que escribe sobre lo trans sin serlo.
—Me hablabas de poder separarte del libro y tratarlo como algo ajeno. ¿Cómo fue el proceso de decidir publicarlo?
—Tengo muchos pensamientos al respecto. La razón que todavía no me había atrevido a decir, la más genuina y la que voy significando con el tiempo, pero que es la principal, la que me llevó a sentarme en la computadora en enero y ponerme a escribir, fue que en ese momento estaba pasando por un duelo amoroso. Recién había terminado con mi novio; eso fue lo que me empujó. Hubo otros desencadenantes, pero, en ese momento, el sentarme a escribir fue para ordenar mi relato, y me sirvió para entender que ciertas cosas estaban desvalorizadas: mi historia no es tan trágica, pero hubo situaciones que me dolieron y que estaban siendo minimizadas en el sentido de «no, vos tenés mucha suerte porque tu familia te banca», y no siempre fue así. Así que lo más sentido del proceso fue para mí mismo, para entender cómo cambiaron las cosas. Al publicar tenía cierta ansiedad, porque las historias trans son mucho más trágicas que la mía, y yo necesitaba lograr que eso no desvalorizara mi propia historia, pero la verdad es que me escribieron varias personas referentes del activismo trans diciéndome que habían encontrado pila de resonancias, incluso que habían llorado, y a mí nunca se me cruzó por la cabeza generar algo en ellas. No viví ni un décimo de lo que vivieron, y sentir que lo que escribo les llega igual es refuerte.

Fragmentado. Crónica de un trava anunciado, de Ciro Benjamín. Estuario, Montevideo, 2022. 104 págs.



—Tu historia no es solo tuya.
—Totalmente. Publicar fue entender eso, y que me debía a otros. Me acuerdo de un texto llamado ¿Puede hablar el subalterno?, de [G. C.] Spivak, que me hizo pensar en el pasar de ser objeto de conocimiento a sujeto, porque venía leyendo bastante en la facultad sobre «lo trans» como algo ajeno. Textos que afirmaban que «las personas trans hacen esto», como generalizando, y yo, que soy trans, pila de veces no me encontré en «lo trans». Sin embargo, estoy acá y me nombro trans, porque creo que la teoría también puede construirse desde la experiencia. Eso me habilitó a pensar que tengo cosas para decir. También quise hacer visible mi historia para que las personas cis que no piensan que pueden encontrarse en un relato trans también puedan identificarse, y para que las personas trans sepan que nuestro futuro no está tan marcado, que le podemos escapar un poquito.
—¿Pudo haber sido un objetivo el mostrar que «lo trans» puede variar y que cada proceso es distinto?
—Sí. Sobre todo, en la parte de la genitalidad. Entiendo que los genitales no son femeninos ni masculinos, son parte de un espectro. No niego la realidad, entiendo que existe el sexo femenino y el sexo masculino, pero me parece que es necesario enunciar un discurso claro contra el binarismo, porque no tiene sentido estar diciendo que la identidad de género es una construcción social y que es más impuesta que sentida, y después decir: «No coincide con mi sexo, que es puro». Mi cuerpo es el mismo. A eso me refiero con el mandato de estar fragmentado, de fragmentar el propio cuerpo. Me parece más interesante entender la genitalidad y la sexualidad de una forma más integrada.
—Recién decías que considerarte fragmentado tiene que ver con la fragmentación con la que se piensa y se considera el cuerpo. ¿Es solo eso lo que está dividido?
—Es que encajamos por partes, o nos forzamos a encajar y ser lo suficientemente buenos para ser aceptados. Queremos que nos quieran. En la facultad tengo que ser el que más sabe de tal cosa, y en el supermercado el más amable con la gente, y en otros lugares otros mandatos muy diversos. Al final no soy ninguno de todos esos, no estoy unido: voy siendo de a ratos, de a partes. Para mí, ordenar esta historia fue entenderme uno, comprender la cronología de las cosas que pasaron, porque antes no podía hablarlo. Tuve una historia, vengo de una infancia. Siempre parece que nací a los 18 cuando me empecé a dar la dosis y no, pensar así me dejaba bastante solo, bastante huérfano en mi propio cuerpo, y eso es raro. Pensarme uno es habitar el cuerpo muerto, el que también maté. Es una forma de integrarlo y decir: «Soy lo mismo, vengo de ahí, esa persona no murió, no tengo que hacer un duelo por esa identidad muerta».
—¿Lograste unir las piezas que estaban fragmentadas?
—Sí. Creo que me amigué mucho con mi historia y con personas de mi familia con las que quizá estaba más conflictuado. Escribir me ayudó a entender cómo cambiaron, porque en el libro no aparecen como son hoy. Usaron los recursos que había en ese momento, lo que igual no quita que hayan sido tiempos dolorosos.
—¿Estás trabajando en algo ahora?
—Empecé a escribir ahora, hace poquito. No sé si lo voy a terminar.
—¿Lo estás escribiendo pensando en un posible libro o lo estás escribiendo para vos?
—Me gustaría publicar, pero también está siendo rediferente este proceso. Es raro, porque siento mucho más la exigencia acerca de lo que estoy escribiendo. No sé si alguna vez voy a alcanzar a terminarlo, voy muy lento. Fragmentado… fue más una necesidad, no sabía que se iba a convertir en libro, y esto no parte tanto de la necesidad, sino del deseo, y, a veces, querer no es poder.
—¿Te animás a contar un poquito de qué va a tratar?
—Un poco vino de entender que siempre quedan partes de otro en uno y querer jugar con eso. La literatura nos permite ser mucho más gráficos con lo que pensamos, entonces es posible hacer que los personajes puedan transformarse, literalmente, en aquello con lo que se identifican e ir mutando. No va a tener tanto que ver con la identidad de género, sino con la identificación en general, o con los grandes lugares asignados. Me está gustando escribirlo. En un principio fue una nota en el celular; pensaba los nombres de los personajes, les adjudicaba características de cosas que encontraba por ahí. No sé, iba a mi casa y me agarraba de un gesto y lo anotaba para no olvidarme, y ahí el proceso creativo es distinto porque supone gestar a los personajes de la nada. Es raro, porque simpatizás con eso que estás creando, y es reloco, porque es algo que no existe, aunque sí existe, pero no de forma material… Es muy lindo lo lúdico del proceso.
—¿Cuándo lo empezaste?
—En octubre, noviembre. Voy muy de a poquito. Ojalá lo termine, pero quiero que el proceso de escritura sea algo disfrutable, así que lo terminaré cuando pinte.

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