Con la condena de Alejandro Astesiano y la salida de la fiscal, se cerró una primera etapa en el caso Astesiano (caso Lacalle). ¿Qué elementos se pueden extraer de esta?
El caso Astesiano es de tal magnitud y ha sido central en la agenda de los últimos meses precisamente porque no se trata de un caso confinado a una figura accesoria del poder (un custodio), sino porque encierra la posibilidad de una eventual responsabilidad, nada más ni menos, que del presidente de la república en hechos de dudosa legalidad y en un manejo arbitrario (por llamarlo de alguna manera) del poder que la ciudadanía le confiere. Es como el meme del personaje de Scooby-Doo: con la máscara (caso Astesiano), sin la máscara (caso Lacalle). El caso Astesiano es el caso Astesiano precisamente porque no es el caso Astesiano. Paradojas del lenguaje y la política que hay que explicar. Como si ciertas cosas no pudieran verse o decirse, salvo por los niños y los locos. El niño que no ve el traje nuevo del emperador y lo dice; Valenti (¿el loco suelto?) convocando por Twitter a un acto de masas en defensa de la democracia y las instituciones al que fueron 15 personas.
El caso está alojado en el vórtice del poder nacional. De ahí su fuerza, su persistencia en la agenda, su potencial disruptivo, su carácter en extremo delicado. Lo que estaba en el ojo del huracán era la figura presidencial. Al final, no hubo huracán, al menos por ahora. Gabriel Delacoste (el niño de Andersen) fue de los pocos politólogos que se animó a decir lo obvio: «El presidente la sacó baratísima, se debe sentir muy afortunado de seguir siendo presidente».
No cabe acá repasar todas las incongruencias del relato del presidente y su círculo sobre los acontecimientos, las marchas y las contramarchas, los sucesivos indicios que sugieren un accionar por lo menos dudoso de los máximos representantes de lo público o lo inverosímil que resulta que medio pueblo supiera quién era y qué hacía (antes y ya como custodio presidencial) Astesiano, pero lo ignoraran aquellos que tienen a su disposición todas las herramientas de inteligencia del Estado y a una legión de asistentes deseosos de pasarles información de interés. Solo apuntar que esa inverosimilitud y la indulgencia con que fue tratada mediáticamente es parte del cuadro.
El saldo de esta primera etapa: se estiró como un chicle lo que es aceptable de parte de un gobernante, se erosionó el valor de la palabra y la probidad de los representantes políticos (los politólogos dicen que los episodios de corrupción no solo afectan a los que los cometen, sino que dañan la legitimidad del conjunto del personal político). Todo esto sin que hubiera capacidad colectiva para desplegar un discurso capaz de traccionar el desconcierto y la indignación del suelo republicano. Pocos reflejos. Ya lo grave no son los hechos conocidos, sino la ausencia de un ritual de desagravio y reparación ante estos. El peor saldo: la república no tuvo quien le escriba.
¿Por qué tuvo éxito la estrategia de control de daños que diseñó Presidencia? La clave no está en la estrategia en sí.
«TOO BIG TO FAIL»
«Demasiado grandes para caer», eso se decía de algunos bancos estadounidenses en medio de la crisis de 2008, a los cuales el gobierno les inyectó fondos públicos para salvarlos y evitar un efecto dominó y la profundización de la crisis.
La primera reacción del círculo presidencial fue encapsular el caso fuera de la figura presidencial. El presidente no sabía, fue engañado en su buena fe. Más aún, surgió un vidrioso episodio con los antecedentes de Astesiano en la órbita del Ministerio del Interior que sugería una maniobra deliberada para engañar al presidente. Fueron varias las portadas mediáticas que repitieron este marco. «Presidencia cree que Lacalle fue engañado con datos del custodio», tituló El País en su tapa del 29 de setiembre de 2022. Como esa, varias portadas y noticias en diversos medios fueron instalando el marco elegido para contener daños. Hace poco el periodista Ignacio Álvarez lo resumió bien: «El presidente tiene un defecto, confía de más». Si hay algo que reprocharle al mandatario, es que se pasó de buen tipo.
El punto es que asumir la responsabilidad política que le cabe al presidente pareciera imposible de digerir para el actual esquema de poder que sostiene a la coalición. Hay estructuras donde una sola pieza es clave para la salud de ella misma: «Too big to fail». Lacalle Pou es el principal activo político de la derecha uruguaya, que se hundiera era una catástrofe. Lo que estaba en cuestión era el centro de gravedad del poder. Y eso no se cae así nomás, menos aún cuando la estructura del poder no está lo suficientemente desgastada y goza de buena salud, como es el caso. Así que lo que queda, ante la evidente responsabilidad política del presidente, es, como se dice ahora, «fingir demencia». ¿Y el Parlamento? Bien, gracias. ¿Y el republicanismo cívico y tertuliano del buen liberal? ¿Quién?
«POWER IS POWER»
Hay una escena memorable en la serie Game of Thrones. Se trata de un breve diálogo entre Meñique, asesor real, y la reina Cersei Lannister. Meñique la amenaza sutilmente insinuando que conoce su amorío incestuoso con su hermano y se jacta: «Knowledge is power» (‘el conocimiento es poder’). La reina responde ordenando a sus cuatro guardias que lo degüellen, pero retira la orden un instante antes del acto y retruca: «Power is power» (‘el poder es poder’). Quién diría que en un contexto donde es cada vez menos habitual la discusión sobre la cuestión del poder es HBO quien nos recuerda la máxima leninista que dice que, «salvo el poder, todo es ilusión».
Ante el poder se relativizan las reglas de juego. Porque más que hablar de reglas de juego en abstracto, como si rigieran de la misma forma para todos, habría que contemplar que el poder, que es algo mucho más complejo que el gobierno, no está del todo sujeto a las reglas, más bien es el que las crea para que otros las cumplan.
Toda la espesura del caso Astesiano y su modo de no resolución nos habla de este asunto. ¿Qué hubiera sido hacer cumplir las reglas de juego? Al menos habilitar una discusión institucional (en el otro «poder», el Parlamento) acerca de las responsabilidades políticas del presidente y varios de sus ministros. ¿Por qué sopesar la posibilidad de un juicio político se volvió un extremo inconcebible?
Primero, como ya se señaló, porque avanzar sobre la responsabilidad presidencial implicaba avanzar sobre el centro de gravedad del poder de la derecha. Segundo, porque en varios sectores primó una lealtad de clase o política antes que una lealtad institucional o republicana. Para quienes hoy orbitan o forman parte del esquema de poder de la coalición de derechas, hubiera sido un harakiri político ir contra su núcleo central. Tercero, porque hay que tener espalda política, fuerza real para hacer cumplir las reglas, y en ningún momento asomó cobrar fuerza un eje de presión política, ni desde el «sistema político» ni desde la ciudadanía, lo suficientemente potente como para presionar en la dirección de una impugnación del quehacer presidencial y su entorno inmediato.
En relación con esto último, concurrieron varios factores. En primer lugar, una amortiguación en el frente mediático. Si bien el papel que cumplió una parte del periodismo permitió conocer elementos claves del caso, también es notorio que la estructura de medios funcionó amortiguando la situación. Es imposible no suponer que si fuera un gobierno del Frente Amplio al que le salta un caso Astesiano, el tratamiento en la prensa hubiera sido muy diferente y la presión mediática casi insoportable.
También apareció un elemento inesperado. Fueron varias las voces de izquierda que, fundamentalmente por lo bajo, llamaron la atención acerca de los riesgos que corrían si se iba a fondo con las responsabilidades presidenciales y se abría un escenario de excepcionalidad. Se manifestó un temor profundo a la incertidumbre política y a las consecuencias de los estados de excepción. ¿Una suerte de memoria del escarmiento de la dictadura? Mejor no hacer muchas olas, porque nos pueden llevar puestos a nosotros. Power is power.
«YOU COME AT THE KING, YOU BEST NOT MISS»1
Pero la historia tiene sus profundas razones, y algunas de estas están ubicando al Frente Amplio –esa alianza de los sectores populares que en la predictadura desafió seriamente al orden y padeció el escarmiento y la derrota– en la centralidad del tablero político como la fuerza mayoritaria y que mejor representa la transversalidad de Uruguay. Vaya problema para el viejo poder: los huérfanos de la crisis del neobatllismo se metieron a prepo por la ventana y hubo que aceptarlos. No es una singularidad de Uruguay. El presidente brasileño es un obrero de la industria automotriz paulista que desafió a la dictadura.
El pacto implícito de la posdictadura es eso: la progresiva asimilación de las fuerzas desafiantes a la gestión del Estado a cambio de su renuncia a tocar los fundamentos del poder. Alguien resumió los términos de ese pacto para Chile de una forma mucho más cruda: la izquierda renunció a la revolución, y la derecha renunció a matar a la izquierda.
Las tensiones propias de esta coparticipación y el resquebrajamiento y la eventual crisis de este pacto (y de sus reglas de juego) son quizá uno de los principales problemas de época para América Latina. La onda expansiva de fuerzas de extrema derecha que se inicia con el cierre del superciclo de las commodities de la primera década del siglo XXI es uno de los síntomas más claros del resquebrajamiento de los pactos posdictadura. Bolsonaro reivindicando el golpe del 64 es un dato fuerte que ilustra esta realidad. Su increíble resiliencia electoral ante un Lula aliado hasta con parte de quienes dieron el golpe en 2016 sugiere que la onda expansiva no se va a disipar fácilmente.
Al continente lo acecha una doble crisis: de acumulación y de hegemonía, que ora se manifiesta ora se posterga, pero no desaparece de los fundamentos. Si esto es así, la inercia histórica y el contexto nos empujan hacia una etapa en la que se acentúan los problemas de orden. Aunque en Uruguay todo parezca ocurrir de forma amortiguada y diferida respecto a la región, igualmente resulta pertinente preguntarse por el grado de maduración de un proyecto de poder y de orden portado en las fuerzas desafiantes. Fuerzas que hoy están ocupando un espacio político relevante (ya no son el afuera insurgente) en un contexto donde el espacio se comprime. Esto último es precisamente el rasgo central de una crisis de pacto, el alcance de una situación en la que no es posible seguir articulando la convivencia en los términos previos.
En el caso Astesiano hay pistas relevantes para conocer el estado de la realpolitik en nuestro país y pensar profundamente asuntos que hacen a una cuestión conflictiva pero medular en estas circunstancias históricas: izquierda y orden, izquierda y poder. ¿Cuán madura es esa relación?
Los desafiantes no deberían olvidar la advertencia que pende sobre sus cabezas: «You come at the king, you best not miss».
1. ‘Vienes por el rey, mejor no falles’, Omar Little, personaje de la serie The Wire.