Laissez faire, laissez passer: encallamiento por brújula perdida - Semanario Brecha
El caso Lacalle: algo más que un oscuro episodio (III)

Laissez faire, laissez passer: encallamiento por brújula perdida

Dicen que en Vielmonte una obra de teatro taquillera es la que logra sostenerse más de tres meses en escena. ¿Y si se enfila a los ocho? Éxito arrollador. La trampa, versión libre de una de las obras pioneras del teatro del absurdo (Ubu roi, Alfred Jarry, 1896), lleva siete meses en escena sin señales de bajar. Y es candidata segura a galardón en su género, por decisión de un oprobioso jurado a quien le tiene sin cuidado que el montaje haya sido cuestionado urbi et orbi, entre otras razones, porque la versión libre elimina «¡Merdre!», la primera palabra que se escucha en Ubu roi como denuncia a lo más bajo del poder político, que Ubu encarna. Claro que La trampa es teatro marketero que no apunta a la denuncia sino al olvido, activando a consciencia la procacidad, elevada por el productor-protagonista y sus acólitos a oda exculpatoria, en perjuicio de un país entero.

La trampa se desenvuelve en la República de Odlú. Consta de dos actos. El protagonista es el Doctor Lastrasse, un presidente, jurisconsulto de profesión, a quien el entramado histórico de la república cívica que le tocó gobernar y los preciosismos constitucionales del «debemos cumplir» le tienen sin cuidado. Él pauta alegremente su actuación con base en la escuela monárquica que nunca fue en su país salvo en las ensoñaciones de algún antepasado suyo.

Primer acto: ante el fétido túnel que estalló por la vía de Asterisco, su ángel guardián, Lastrasse se ve urgido a hacer algo más que decirle «andate». El presidente-monarca resuelve el estallido recitando distintas variaciones del tema «Ustedes me conocen», acompañado por una coda que, para atenuar la pobreza del acervo tonal y gestual de Lastrasse, está a cargo de un coro beatífico que repite: «El presidente se comió un garrón». Segundo acto: Lastrasse lanza el garrón a una platea que, por distracción o por la ansiedad anticipada de que se señale con el dedo a quien se niegue, se traga el garrón entero.

El segundo acto contaba con una puesta alternativa que fue descartada por falta de auspiciantes: la platea rehusaba comerse el garrón, se tomaba el escenario y sosteniendo un librito de bolsillo (la constitución de la república) obligaba a Lastrasse a caminar al Parlamento para pedir perdón y someter a su consideración una propuesta plausible para enmendar el agravio.

ENTRE LA TRAMPA Y LAS CARTAS DE LA POLIS. CUESTIÓN DE OPCIÓN

En una pequeña callecita de belleza contrastante con las luces de neón que flanqueaban la entrada a La trampa, corría una brisa de aire fresco, y bastaba adentrarse en ella para apreciar que la opción de desmontar el obsceno espectáculo que denigraba la arena pública del país que narraba estaba al alcance de quienes se dispusieran a caminar unos pasos hacia aquel lugar. Teatro a la gorra. Guion colectivo de probada factura. Sin inmutarse ante la escasa taquilla, la entrega parecía proyectarse a sala llena y trascenderla. Sala diminuta tan solo en apariencia. El singular espacio admitía extensión hasta alojar, cuerpo-a-cuerpo, todas las presencias que fueren necesarias para que, por decisión de la gente, La trampa bajara de cartelera. En escena, Las cartas de la polis, cuyo programa de mano destacaba tres puntos.

1. Democracia y polis: eternas viajeras que convocamos una y otra vez, aunque, de tantas contorsiones que van dando en su paseo por tiempos y lugares, suela atraparnos la dificultad de asirlas. Mas no cabe perder de vista que el campo de la experiencia las revela como genéricos cuyos réditos varían en función de quiénes y cómo asuman la producción de los múltiples envases disponibles.

2. Democracia, república y polis: si evitamos decirlas como si fueran lo mismo, no se pasará por alto que la garantía más confiable de calidad democrática y republicana se emite cuando lo público va de la mano con la polis. Y se recordará que en esta tríada la polis designa una lógica virtuosa que, para hacer lo suyo (producción de capital público), opera con base en la pluralidad y el igualitarismo, desplegando ambos principios simultáneamente para habilitar modos de relacionamiento y convivencia que, yendo mucho más allá del sistema político, lo precisan íntegro.

3. La República de Odlú fue bastión material, cultural y simbólico de lo público de la polis durante mucho tiempo. En Odlú la polis encontró terreno fértil para devenir en sí misma, fluir ensanchando su cauce hasta lograr hegemonía, desplegar lo colectivo como capital de defensa cuando el eje plural-igualitario tambaleó y sostenerse bajo implacable ataque durante una prolongada dictadura a base de las abundantes reservas acumuladas hasta entonces. Habilitaron el insilio de la polis obreros de todos los quehaceres en los que trabajar con las manos o con el pensamiento era ensamble virtuoso. Ahí estuvieron una cinemateca heroica, hacedores de teatro independiente que lograron burlar la censura, hogares de profesores convertidos en posada de lo público entre cuatro paredes y hasta una asociación de empleados bancarios militando clandestinamente sin desmayo. El despliegue de reservas que semejante operación requirió, sin olvidar las pérdidas generadas por las mazmorras de la dictadura, las desapariciones y el exilio, dejó el saldo reducido a niveles difíciles de reponer cuando, al retorno de la democracia, ganaron circulación otras formas de capital (transnacional, financiero y cultural), aptas para optimizar la descapitalización colectiva catapultada por la restructuración del país que la dictadura inauguró. Y así fue que la reactivación de capital-polis no se dio, al menos no al punto de lograr que república-democracia-y-polis retomaran su marcha de la mano como antes. Las consecuencias del deslinde se fueron encadenando poco a poco hasta desembocar en la impunidad del caso Lastrasse, un corte epocal ad portas, a menos que el laissez faire, laissez passer de la lógica reaccionaria y neoliberal, que, a través suyo y como nunca antes, amenazaba con resituar completamente las coordenadas políticas que singularizaban el perfil republicano de Odlú, se arrestara más pronto que tarde. Es en esta coyuntura que, dotada de garganta propia por la magia del teatro, la polis lee sus cartas en voz alta.

A LA REPÚBLICA

Tu personal político te declara firme, aunque algunos reconozcan moretones menores que ni falta hace someter a examen. ¿Afectada tu integridad? Para nada; ahí están tu territorio, constitución, división de poderes, aparatos de gestión. Que te presida alguien empujado a desembarazarse del mano-derecha de su cotidianidad porque este quedó al desnudo de tanto sumergirse en las cloacas del poder no parece calificar como atentado a tus premisas. ¿Por qué va a explicar un presidente por qué instaló en la casa de gobierno semejante ángel guardián y cómo pudo no darse cuenta de que este fundamental de su entorno privado de años buceaba en cositas menores (de pillo) y mayores (de red transnacional de tráfico de influencias) que despedían olor a pescado embodegado de esos que traspasan los límites del consumo previsto? ¿Por qué va a admitir su responsabilidad si, en un régimen donde el semi de presidencialista remite a la función del Parlamento, los custodios de turno de la «rendición de cuentas» hacen caso omiso de la suya? El cargamento queda, entonces, sin despachar en la arena formal de la política, único lugar idóneo para que el jefe de Estado se declare culpable por la inadmisibilidad de su estrecha vinculación, por acción u omisión, con el personaje subterráneo al que recién apartó una vez destapado el hedor. Presidente dixit, coro secunda, ambos prevalecen: ahí está la Justicia para lidiar con el hedor. Alguna que otra conferencia de prensa y lanzamiento de una larga cadena de distracciones que toman la forma de ataques pendencieros a la educación pública, derogación de derechos por la vía legislativa, fuegos artificiales a lo interno del partido de gobierno, etcétera. Todo sirve para enfilar la indignación hacia otra parte. Así, y excepto en la preocupación de gente suelta, queda fuera del ruedo algo tan supuestamente abstracto como tú. Por ti no puedo hacer nada sin que mi capital se despliegue para apuntalarte cívica. Y, en este instante crucial de tu paso por la historia, quienes me portan consigo no parecen estar en condiciones de juntar activos y hacerlos circular, directamente, en tu defensa.

A LA COALICIÓN DE GOBIERNO

En la bolsa de valores que marca los rasgos distintivos que el genérico democracia asume en cualquier lugar concreto y situado, ustedes cotizan formas de capital que me son ajenas. Mas siendo el mío un capital público, les hablo igual.

Nada más elocuente que la jerga chilensis para describir su comportamiento: «Hacerse los lesos». Como si el artículo de alto impacto sobre la coyuntura de Odlú a propósito del desaguisado gatillado por vuestro primus inter pares publicado en el principal medio periodístico de la elite liberal mundial (el más influyente en los circuitos económicos y financieros del planeta), no existiera. ¿Jugarse por un presidente señalado con el dedo por The Economist, The Financial Times y similares? Vaya pragmatismo el de ustedes.

Salvo algunos gestos de empatía con la ciudadanía de a pie y un nacionalismo que mira el capital transnacional (y el ingreso de culturas afuereñas) con irritación, sensibilidades ambas que nada tienen que ver conmigo, el grueso de ustedes opera a través de divisas de capital puestas en circulación por la lógica neoliberal, que es mi némesis. De allí la falta de apego al componente político del liberalismo (la democracia liberal), al que el liberalismo económico se atiene a regañadientes. Pero debiluchos como andan, que solo en patota pueden ganar elecciones, hacer algo para salvaguardar la imagen de los partidos que representan debería interesarles. Y, hoy por hoy, esto no requiere otra cosa que mostrar sus casas limpias ante aquello que tanto les interesa, la opinión de potenciales electores, conminando al presidente a declararse responsable y atenerse a las consecuencias impuestas, sí, por ustedes. ¿O es que acaso, y a pesar de que cuentan en sus filas con más de un político de fuste, de aquellos de la vieja guardia, no han tomado nota de que, en política, el momento de negociar con el primus inter pares entre bambalinas, en ventaja, es cuando este se sostiene en la cuerda floja a base de vuestro esfuerzo? Tampoco cabe descartar que en vuestras filas habrá quienes en algo aprecian las tradiciones cívico-republicanas. El propio partido de gobierno no carece de gente intachable y erudita en materia politológica que está muy al tanto de que algunos notables tratadistas, a quienes la idea de república cívica les debe más de un aporte, fueron del partido.

Inexplicable, entonces, la falta de disposición a contemplar de frente lo que se podría hacer para mostrar ante el mundo que los partidos de la coalición se toman en serio aquello de «la solidez del sistema institucional de mi país». Y no. No es necesario demandar la renuncia de un presidente en ejercicio. Para blindarse del escándalo basta, por ejemplo, que el partido de gobierno haga llegar al presidente que mancilló su honor la decisión oficial de que, en apego a lo justo y necesario, y sin apelación posible, al término de su mandato legal renuncie de manera irrevocable a integrar sus filas.

A LA OPOSICIÓN

Hace medio siglo tu respuesta a la oscuridad circundante fue juntar divisas de capital público para producir el formidable artesanado de un paraguas partidista capaz de dar cabida a todas las izquierdas. Así marcaste aquel modo, radicalmente democrático, de hacer las cosas; y alojaste el disenso plural-igualitario mientras se marchaba cuerpo a cuerpo en medio de la siniestra tormenta. En tus filas recayó el grueso de la colosal tarea que supiste cumplir para mantenerme viva en plena dictadura. Después sostuviste más de una causa ciudadana por lo alto, activando todo mecanismo legal disponible para arrestar algunos de los peores embates de mi némesis. Cuando fuiste gobierno fue mucho lo que se te pasó por alto para restañar mi eje con esmero. A falta del proyecto de estado que eludió tu quehacer, procediste a la reapropiación de trozos y retazos del legado de un gran estadista de otro partido cuyos adherentes se arrimaron a ti en consecuencia (dejando al viejo partido abandonado a su suerte, y a merced de la derecha). Claro que, a diferencia de lo que el gobierno de La trampa escenifica, que la república estuvo bajo timón idóneo cuando fuiste gobierno es reconocido por propios y extraños a lo largo y ancho del planeta. Hacia adelante, ahí está tu prerrogativa de transformar la autocrítica en proyecto de estado capaz de poner a punto el eje plural-igualitario que te gestó.

En ti recae, hoy por hoy, la defensa de la república cívica y del orden institucional que la habilita. Si esto te suena a poco, andas un tanto perdida. Dada la trayectoria histórica del lugar que habitas, es tarea de izquierda contrarrestar con brío radical las maniobras de mi némesis, en su avance a pasos agigantados para reducir lo público a la insignificancia, creando con ello las condiciones para que el derecho de la gente a gobernarse a sí misma que la fortaleza de la república cívica faculta no tenga cabida. ¿Estarás a la altura?

La lucidez no falta en tus filas, que cabe entender fuertes ante la lógica neoliberal (si bien, convengamos, no has logrado sustraerte de sus operaciones por completo). Tu actual dirigencia luce un tanto dispersa, como que el individualismo posesivo te hubiese penetrado. Mientras tanto, tus declaraciones oficiales exhiben la misma improvisación de relato y pluma que me sorprende cuando veo a no pocos dirigentes tuyos diciendo cosas ante cuanto micrófono encuentran y, lo que es peor, frunciéndose el ceño casa afuera. Aún más sorprendente, en una coyuntura que te pide a gritos liderar la defensa del orden democrático, no te has activado en el Parlamento. ¿A qué puede temerle la primera fuerza partidista del país?

El grueso de los odludenses está en condiciones de entenderlo: que un gobierno neoliberal se empeñe en que su obsesión privatizadora avance en todos los ámbitos de política disponibles se puede anticipar. Lo que ni anticipar ni tolerar se puede es que desde el gobierno de la república cívica se empuñe impunemente el machete que ensancha los márgenes del laissez faire, laissez passer más allá de los límites aceptables para sostener la legitimidad del orden institucional. Inexplicable por ello que no hayas focalizado tu empeño en animar a la ciudadanía (más allá de tus simpatizantes seguros, acudiendo a cuanta asociación profesional, organización de base y colectivo del abanico democrático exista) a que respalde la iniciativa de exigir una moratoria a todos los demás asuntos en la agenda legislativa, hasta lograr la comparecencia del presidente en el Parlamento, la renuncia de dos ministros que debieron irse a casa de inmediato cuando el escándalo estalló y la negociación de nombramientos de consenso entre todas las fuerzas políticas para esos dos ministerios de cabeza marcada por su negligencia en velar por los más altos intereses del Estado y su gente. Habrían bastado esos tres toques para que lucieras deslumbrante ante un pueblo entero. ¿Acaso la motivación de haber renunciado a jugártelas en el Parlamento fue el dar la próxima elección presidencial por ya ganada? Victoria pírrica aquella que se dé habiendo eludido confrontar el severo desgaste de un sistema político otrora «ejemplar» que hoy hace agua por los cuatro costados.

AL PERIODISMO

Cabe dar por sentado que toda prensa local cuenta con recaderos del poder solapados en un pueril manto de imparcialidad (que seriedad periodística es otra cosa, vaya). ¿Mas en tanto corpus? Papel crucial del periodismo de investigación en destapar las fechorías de Asterisco y derivados. Investigaron, dijeron y conversaron sin temor en medios públicos, cooperativos y privados. ¿Saben? Mi gran ventaja y debilidad es no ser momento ideológico, sino discursivo, y entonces me revelo a través de los recursos de capital que logre comandar en el terreno cultural en que las dinámicas del poder se asientan. Por esa razón, y si bien no son portadores conscientes de mi lógica, el capital desplegado por ustedes, periodistas de investigación y opinión odludenses, tiene mi sello impreso. De allí la seriedad, el rigor y el esfuerzo mancomunado que quedaron de manifiesto a través de un panel de periodistas que laboran en medios de prensa de distintas persuasiones, organizado por la universidad pública, donde cuatro de ustedes representaron lo mejor de los rasgos plural-igualitarios resguardados por la memoria colectiva de aquel lugar donde alguna vez fui hegemónica y hoy lucho por permanecer.

***

Saliendo del teatro me quedo pensando. La trama que La trampa revela no se configuró en el vacío. Un golpe tan frontal a la solidez republicana se da cuando la custodia institucional falla. De no contraponer los recursos legales disponibles, la musculatura sistémica se enfila hacia la irrelevancia que los estándares a la baja facultan. ¿Aún se estará a tiempo? ¿Habrá cómo lograr que aquel guion alternativo del segundo acto de La trampa se ponga en escena en reemplazo del actual? Así, el Ubu roi local quedará sin luz verde para seguir deslizando la república hacia terreno desconocido.

¿Y qué tal si me voy al bar de la esquina? A lo mejor me encuentro con algún militante de izquierda (de los de la polis, claro) en condiciones de animarse a reunir capital para montar aquel segundo acto de La trampa que fue descartado por falta de auspiciantes. Pero entonces apresuremos el paso (el bar está a punto de cerrar).

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