AC/DC - Semanario Brecha

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Antes y Después del Coronavirus.

Trabajadores de la salud responden al aplauso de la gente por su labor en el Hospital de Burgos, en España / Foto: Afp, César Manso

¿Qué nos espera una vez que acabe la pandemia? Entre el auge de los controles biométricos y los estados de excepción, quizás el mundo nuevo no será tan diferente al que abandonamos. Aunque eso, en todo caso, dependerá de nuestra capacidad de organización.

Hubo pestes, hubo epidemias que operaron como corolario de imperios y modos de producción, apunta, entre otros, el historiador económico italiano Emanuele Felice (La Vanguardia, 4-IV-20). En los siglos II y III, dice, las plagas terminaron por enterrar a la civilización romana, y casi 1.200 años después fue una “gran peste” la que terminó enterrando al feudalismo en buena parte del occidente de Europa. El covid-19 debería ser de esas pestes reordenadoras, afirma el italiano, y augura, haciendo honor a su apellido, que lo que nos espera no puede ser peor que lo que estaríamos dejando atrás y que las sociedades, en la era Después del Coronavirus, serán más solidarias, más justas, y que “el sistema económico estará al servicio de los derechos humanos fundamentales, como la salud de los ciudadanos o la educación, y al servicio del medio ambiente”. Felice encuentra razones para ser optimista en el freno que se vieron obligados a aceptar los jinetes más locos del caballo loco capitalista cuando se dieron cuenta de que el animal se les iba por completo de control. “Esta crisis ya nos está enseñando algo: hay cosas más importantes que la economía”, afirma.

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Cuando todo pase, es probable que esas imágenes que se repiten de un país a otro, con gente que aplaude a la distancia al personal del sistema de salud, queden entre los momentos fuertes de estos meses. Es probable también que a algún político de aquí o de allá se le ocurra levantar algún monumento a los médicos caídos en el frente de batalla de la guerra contra el covid-19. Y estará bien. Pero da para apostar que serán muchos menos quienes en el DC presten atención a los carteles y pancartas que se colgaron en las puertas de hospitales médicos italianos y españoles en dirección a algunos políticos que llevaron muy arriba el aplausómetro: felicítennos menos, trátennos menos como héroes y heroínas y fortalezcan los sistemas públicos de salud. “Esta crisis no marcó una dicotomía entre lo humano y lo económico. El desborde que hoy vemos en los hospitales, la falta de equipamiento elemental, el estrés espantoso del personal no habrían llegado a los niveles que conocemos si el sistema de salud se hubiera regido por otros criterios que los del mercado y los de la competencia entre públicos y privados. Y eso fue producto de políticas muy concretas, que muchos de los que hoy nos alientan como si fuéramos soldados que van a la guerra pusieron en práctica con total meticulosidad”, dijo a fines de marzo al diario italiano Il Manifesto un médico de una policlínica napolitana. En “El hospital el día después”, una nota publicada en el número de abril del mensuario francés Le Monde Diplomatique, André Grimaldi, profesor emérito en el hospital universitario parisino Pitié-Salpêtrière, y el sociólogo Frédéric Pierru detallan las reformas del sistema de salud implementadas en Francia en los últimos años. Esas reformas, dicen, apuntaron a “poner en competencia a los establecimientos públicos con los comerciales en un pseudomercado administrado. La meta de cada establecimiento ya no sería responder a necesidades, sino ganar partes de mercado con un aumento de la actividad financieramente rentable y una reducción al mismo tiempo de los costos de producción. Para asegurar el equilibrio de las cuentas se necesitó a la vez aumentar el número de internaciones, reducir su duración, cerrar camas (70 mil en diez años) y contener la masa salarial, bloqueando los sueldos, comprimiendo los efectivos e imponiendo ritmos de trabajo” propios de una fábrica. En función de esa “concepción ideológica que reduce el sistema sanitario público a una cadena de producción”, escriben Grimaldi y Pierru, públicos y privados rivalizan por el desarrollo de “actividades técnicas estandarizadas programadas”, desdeñando “tanto la explosión de los casos de emergencias, una consecuencia del desarrollo de desiertos médicos en las zonas rurales y en las ciudades, como el aumento de las enfermedades crónicas y el regreso de epidemias infecciosas a pesar de las varias alertas lanzadas en ese sentido en los últimos años”.En una década, desde 2008, el sistema público de salud francés perdió 8.000 millones de euros en virtud de políticas de austeridad presupuestales. La crisis de la epidemia de bronquiolitis, en el otoño boreal pasado, “durante la cual los reanimadores pediátricos debieron trasladar bebés a más de 200 quilómetros de sus domicilios por falta de camas y de personal, anunció la catástrofe actual. […] Tuvo que venir el covid-19 para que se cuestionara el credo neoliberal. El presidente, Emmanuel Macron, descubrió de repente que la salud debía escapar a los mercados […] y en su discurso apareció la mención a los ‘héroes de blusa blanca’, esos mismos que desde hace meses reclaman el fin de la asfixia presupuestal”. No hay sin embargo, en los anuncios del gobierno francés nada que presagie que tras el covid-19 se produzca un cambio de enfoque, dicen Grimaldi y Pierru, que defienden un retorno al “espíritu” solidario que llevó a la creación, tras la Segunda Guerra Mundial, del sistema de seguridad social estatal.

Francia, como todo país afectado por la pandemia, es decir casi todos, se encontrará en el DC ante un cruce de caminos, apunta Jean François Corty, exdirector de operaciones internacionales de Médicos del Mundo y actual coordinador de una policlínica parisina donde se atiende a personas en situación de marginalidad enfermas de covid-19 (Mediapart, 6-VII-20). “Las epidemias han sido por lo general un acelerador de las desigualdades”, y, para salir de esta transformados, habrá que rever “mucha cosa”, piensa este médico que pasó la mitad de su vida profesional trabajando en países africanos, escenario de guerras y hambrunas. Corty cree que la retórica belicista utilizada por dirigentes políticos occidentales para hablar de su combate al virus tiende a “mistificar la realidad”. “Apuntan a eludir los problemas de fondo y a limitar un debate racional que tiene que ver tanto con la estrategia sanitaria como con la social y con la de seguridad”, dice. Y piensa que tras el desastre no sólo habrá que reclamar más fondos para la ciencia básica, sino también para las ciencias sociales. “Hay que rastrear los orígenes de esta epidemia. Ahora estamos conmocionados porque vemos morir gente a paladas en poco tiempo, pero no nos damos cuenta lo suficiente de los efectos de la crisis climática, que también mata directamente y tiene mucho que ver con esto. […] Si bien necesitamos informaciones médicas, epidemiológicas para entender lo que nos está pasando, también necesitamos investigadores en ciencias sociales para leer mejor la realidad y su complejidad.”

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Celia Miralles Buil es una joven historiadora portuguesa que trabaja actualmente en el modo en que fueron abordadas las epidemias en los siglos XIX y XX en el sur de Europa, fundamentalmente en España y en Portugal. “Es difícil saber –le dijo al portal francés Médiapart (15-III-20)– si las epidemias sirven para tomar nuevas medidas de control social, pero es seguro que son la ocasión para que en ellas se utilicen, se ensayen y eventualmente se completen algunos dispositivos existentes de control de la población. Y es seguro que acrecientan el poder del Ejército, que es habitualmente la única institución capaz de gestionar este tipo de crisis.” Los militares están hoy en las calles de Hungría y Chile, de Ecuador y Paraguay. En Filipinas el régimen de Rodrigo Duterte dispuso castigar eventualmente con pena de muerte a quien viole la cuarentena obligatoria. En Estados Unidos, informó la revista Newsweek el 21 de marzo, el gobierno de Donald Trump maneja la posibilidad de dar intervención a las fuerzas armadas en caso de “disturbios” causados por la extensión de la pandemia…

Los dispositivos de control no tienen por qué ser tan visibles y evidentes. Mucho se habló en estos días de que la eficacia de China en la contención del covid-19 se debió al sistema de control que ese país montó a través de aplicaciones y de big data, que permite a un gobierno sin control alguno de parte de instituciones independientes una trazabilidad inédita de los movimientos de las personas. Nunca puede una democracia caer en esos extremos, se dijo también, y se llegó a afirmar que era preferible una debacle a la española o a la italiana que una pesadilla orwelliana a la china, por más que conduzca a evitar pandemias. Otros apuntaron que no sólo en China se perfilan sistemas de ese tipo. También en Israel se diseñó un sistema de seguimiento informático de los enfermos de covid-19, que bien puede aplicarse con otros fines, y en Francia el gobierno de Macron ideó un proyecto de geolocalización llamado simplemente “covid-19”, que ya ha sido cuestionado por ser liberticida. “Es posible, por supuesto, defender la vigilancia biométrica como medida temporal adoptada durante un estado de emergencia. Una medida que desaparecería una vez concluida la emergencia”, escribió en una columna el filósofo liberal Yuval Harari (por la versión completa en español, La Vanguardia, 4-IV-20). Pero “las medidas temporales tienen la desagradable costumbre de durar más que las emergencias, sobre todo si hay siempre una nueva emergencia acechando en el horizonte”, observó, y citó el ejemplo de su país natal, Israel, donde “medidas temporales” adoptadas en 1948 siguen vigentes hasta hoy. “Gobiernos y empresas pueden llegar a conocernos mucho mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos, y entonces no sólo serán capaces de predecir nuestros sentimientos, sino también de manipularlos y vendernos lo que quieran, ya sea un producto o un político. Semejante vigilancia biométrica haría que las tácticas de hackeo de datos de Cambridge Analytica parecieran de la Edad de Piedra”, escribió. No es obviamente Harari el único en horrorizarse ante la perspectiva de un mundo distópico en el que gobiernos y empresas pudieran disponer de los más mínimos datos biométricos de los individuos.

Desde otra perspectiva, la filósofa catalana Marina Garcés piensa que el control social será uno de los grandes ganadores del DC, así como los movimientos excluyentes de todo tipo. “Si a cambio de una geolocalización, de un [código] QR o de los datos que sean nos dejan volver a salir de casa, ¿quién no estaría dispuesto a ceder esos datos? La libertad de movimientos, aunque sea de movimientos vigilados, está en nuestra percepción más valorada que muchas otras libertades”, aunque esa libertad sea ya a estas alturas en gran medida ilusoria, dice (lamarea.com, 3-IV-20). Piensa de todas maneras que siempre hay opciones y que en esta crisis, como en cualquier gran acontecimiento social traumático, “se ve lo mejor y lo peor de lo que podemos ser”. “Estamos viendo las dos cosas: redes de apoyo mutuo y policías de balcón”, observa, evocando esa otra gran estampa de las ciudades en tiempos de coronavirus: los balcones desde los cuales la gente aplaude, canta, se relaciona entre sí, pero también delata. “Pienso que es muy importante que cuidemos el ambiente general en que estamos viviendo esta experiencia, las representaciones que damos, los imaginarios que saldrán del hecho de haber sido confinados. Si gana el miedo y la sospecha entre vecinos, habremos dado un paso más hacia una sociedad autoritaria”, evalúa Garcés.

También en otra filósofa española, Adela Cortina, conviven el escepticismo y la apuesta a que la gente “saque sus arrestos éticos” y algo de a poco comience a marchar hacia otro lado. “Cambiará bien poco, me temo, porque el futuro se prepara cultivando el presente, y las actitudes en plena crisis siguen siendo las mismas”, le declaró a La Vanguardia (3-IV-20). Pero también: “Como bien decían los viejos anarquistas, en la lucha por la vida no sobreviven los más fuertes, sino los que refuerzan ese valor sagrado que es el apoyo mutuo”.

Es ese mismo motor el que mueve a la militante ecosocialista francesa Corinne Morel Darleux. En tiempos de colapso como el actual, en los que el confinamiento y la parálisis favorecen el miedo y el escepticismo, “hay que aprovechar las pequeñas brechas de libertad existentes y buscar otras para construir un archipiélago, volver a dar dignidad a las luchas”, por pequeñas que sean, afirmó en Mediapart (31-III-20). Para tener, al menos, “la estimulante sensación de devolver un poco de belleza a este mundo”.

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