Extrañamente, todavía no tiene nombre ni página en Wikipedia, así que pongámosle “noticiofilia”. Si usted empezó el año siguiendo el caso de Lola Chomnalez, luego enganchó con los asesinatos de Charlie Hebdo y ahora no puede parar de leer sobre la muerte de Nisman, al punto de bajar las 300 páginas de las denuncias del fiscal, justo justo cuando aparece un nuevo video del Estado Islámico y empieza a consumir indiscriminadamente todo lo que encuentre vinculado al papel nipón en Oriente Medio, con preocupantes desvíos hacia el consumo de información sobre la contorsionada personalidad de Haruna Yukawa, lo más probable es que sea un noticiófilo.
Si, en la superficie, querer estar informado no parece ser algo malo, la adicción a las noticias es en sí una mala noticia: probablemente usted esté deprimido y tenga una personalidad proclive al trastorno obsesivo compulsivo.
El problema con la adicción a las noticias es que no hay tanta información como la que uno necesita consumir. Los medios masivos lo saben, pero en este esquema vienen a ser algo así como un dealer solícito que sabe que, sin importar cuán estúpida o artificial sea la información, cumple el cometido de mantener al consumidor enganchado, en el que es quizás el único caso de “no news, bad news” de la historia.
La ley de Sturgeon dice que el 90 por ciento de cualquier cosa es basura. Lo de Sturgeon, que a veces también fue llamado “revelación de Sturgeon”, era una defensa de la ciencia ficción, una manera de probar que no era un gran logro atacar a ese género citando sus ejemplos más espantosos, ya que con el 90 por ciento de cualquier otra cosa pasa lo mismo.
Así, y en total acuerdo con dicha ley, la gran mayoría de las noticias que uno lee son lo contrario a la información: se trata de la misma noticia de base, reciclada con algún dato irrelevante, rumores, trascendidos, opiniones –o bien interesadas o para nada autorizadas– y un montón de especulaciones sin fundamento. Todo esto sazonado con una buena cuota de sensacionalismo en los titulares que arrastran al lector compulsivo a leer un montón de periodismo que sabe de la peor calaña pero al que inexorablemente se entrega, chequeando, obsesivamente, la última actualización de las páginas web de diarios, radios y portales y exprimiendo a fondo las redes sociales.
¡Chocolate por la noticia!, estarán exclamando, felices de descubrir que no hay mucha información nueva en una nota sobre la crónica falta de información nueva. Y bueno, ese es el punto. Es la normal falta de información para actualizar las noticias cada cinco minutos la que genera la ansiedad que está en el fondo de la noticiofilia. La reluctancia a asumir que no haya información. La asunción de que si esto es así es porque alguien está haciendo algo mal, en lugar de agradecer que, por una vez, estén intentando hacer las cosas bien. Veamos si no el caso Chomnalez, que gracias a los medios, los políticos y la Policía, en pocos días se convirtió en un espectacular(mente fallido) Csi Valizas: la puesta en escena de una fachada de profesionalidad (a la postre inexistente hasta el ridículo) de la Policía, el anuncio de sospechosos avisos a la familia por teléfono y Facebook de que “Lola está bien”, las dudas sobre el día y la hora de la muerte, la madrina insensible y la pregunta del tatuaje, las contradicciones de su novio (el pastelero perejil –según su padre–), la captura del hombre canoso con graves problemas de pareja, la sagacidad y tristeza del pescador que encontró el cadáver y la discusión sobre la obstinada persistencia de las huellas en la arena, el toque de tambores como origen y presagio, la “venta fallida” en el paraíso de la marihuana legal, el cibercafé ominoso de Aguas Dulces, el carpintero como testigo insustancial, la misteriosa crema de marca argentina fuera de lugar, el identikit improbable, la búsqueda de la mochila con drones y helicópteros, el hallazgo de la mochila con palas y detector de metales, la discusión último almuerzo o última cena de la víctima, la incautación masiva de cuchillos de balneario uruguayo (sin filo), el albañil fugado (el “Conejo” incapaz de matar una gallina, según su madre), su inexplicable solvencia económica para comprar… comida, la falsa noticia de su confesión, el factor “temporada turística” y los jerarcas desbocados, el fantasmal hombre de las rastas, las ramitas de las acacias y lo chicoteadoras que son, las pruebas de Adn en las uñas de la víctima como alfa y omega del caso, las tranquilizadoras “cosas entre argentinos”, la semióloga vetada y el lastimero aullido del “Perro”, el cacareo de la autopsia psicológica, la luz vespertina de las últimas fotos, la jueza enojada con la Policía por “barrer”, la avant première de la futura cancillería bajo Nin Novoa… Y todo esto fue reportado en una semana (entre el 30 de diciembre que apareció el cadáver hasta que los asesinatos en Charlie Hebdo, el 7 de enero, secuestraron los titulares).
La cantidad de información basura generada en torno a esta noticia, es impactante. Mucha más, incluso, que la generada en los denostados medios argentinos con el infinitamente más complejo caso Nisman. El problema es lo que uno empieza a hacer con esa ingente cantidad de información inútil o francamente falsa. Uno empieza a leer de manera paranoica. A reordenar, digamos, cual pequeño demonio de Maxwell. Para equilibrar.
Y es que, después de que la noticia se anuncia, lo que viene a continuación es, básicamente, lo que en el mundo de las aficiones y los hobbies se llama “trivia”. Cosas laterales y sin importancia para la gente normal y que sólo importan a los fanáticos para quienes estos datos están lejos de ser conocimientos triviales, sino más bien una muestra de la profundidad de su conocimiento del tema y de su seriedad y compromiso. Sin embargo, la diferencia crucial es que en el caso de los fanáticos son ellos mismos los que generan la trivia mediante un estudio obsesivamente minucioso y de primera mano del objeto de su interés. En el caso de las noticias en la prensa diaria, la trivia la genera un conjunto de irresponsables obligados a llenar cuartillas sin parar, asistidos por otro montón de irresponsables desesperados por salir en la foto o por parar alguna operación política o económica real o imaginaria. ¿Qué fanático que se precie consumiría toneladas de trivia que no puede chequear sobre un tema que conoce de segunda mano? Así, sobre lo único que puede volverse experto el noticiófilo es sobre los medios, no sobre el asunto que se reporta.
Lo que es innegable es que esa actualización constante de las noticias genera sensación de inminencia, la impresión de que el mundo está siempre a punto de estallar, que el caso está por resolverse, que el asesino va a confesar mientras uno está perdiendo el tiempo cenando, que finalmente se revelará el misterio de por qué últimamente los terroristas insisten en dejar su carné de identidad en la escena del crimen, que algún criptógrafo de Cicada 3301 terminará por descubrir, en un solo golpe, que la carta de Nisman a su empleada doméstica contiene la clave para resolver los atentados a la Amia y la conjetura de Hodge.
Pero sin importar cuán alerta uno esté a todas las formas de manipulación de los medios o del sistema político, lo innegable es que las noticias siempre tienen que ver con el miedo. De ahí la sabiduría del “no news, good news”, un cliché que, para el noticiófilo, es nada menos que la buena noticia de una cura.