¿Adónde vamos? - Semanario Brecha

¿Adónde vamos?

Reflexiones sobre el desarrollo y sus alternativas.

El desarrollo, definido como crecimiento económico que conduce a la prosperidad y resulta en bienestar social, constituye un concepto aceptado acríticamente en el debate público uruguayo. El discurso sobre desarrollo parece tener una hegemonía que no permite pensar alternativas por fuera de su lógica. ¿Por qué no se sale de esta lógica capitalista? ¿Qué alternativas existen para darle sentido a nuestra experiencia y pensar nuestro futuro? ¿Cómo construimos un proyecto político para que otro mundo sea posible?

Las críticas al mito del desarrollo (Furtado) no son recientes: en los sesenta ya se planteaba que pensar el desarrollo como modelo universal era un error. “Para cambiar la realidad se necesita entenderla”, decía Gunder Frank en 1966, cuando exploraba cómo la historia de Latinoamérica conducía a su situación de dependencia. En los años setenta, los dependentistas latinoamericanos (Bambirra, Marini, Dos Santos, Couriel, entre otros) exploraban cómo el capitalismo global explicaba el desarrollo desigual. El subdesarrollo es la otra cara del desarrollo, la diferencia entre la situación económica en el capitalismo no es una cuestión de atraso de los países latinoamericanos. Entonces, el pasar a otra etapa de desarrollo no es resultado del ahorro, la inversión y las formas de gestión, sino de procesos más complejos que organizan las relaciones sociales a nivel global y local.

Hace más de 30 años que se habla de posdesarrollo en Latinoamérica y el resto del mundo. El desarrollo y sus conceptos afines, crecimiento y progreso, han sido cuestionados como metas (Escobar) y desde entonces se empieza a pensar en alternativas al desarrollo. Esta crítica habla también de mal desarrollo (Amín, Tortora) y muestra que la dialéctica entre desarrollo y subdesarrollo genera pobreza y desigualdades.

Desde una perspectiva ecológica se han planteado los límites sociales y ambientales del crecimiento, que se asume como necesario en el discurso del desarrollo. El modelo de desarrollo sustentable está condicionando las necesidades de crecimiento del sistema económico mundial capitalista. Desde esta perspectiva, las externalidades a nivel ambiental son los costos necesarios del progreso. Los fines justifican los medios, por eso se plantean reparaciones y mitigaciones para mantener la viabilidad del funcionamiento del sistema. Según esta perspectiva, la innovación tecnológica permitirá resolver estas consecuencias negativas del crecimiento ilimitado y dar así un nuevo impulso al progreso. Sin embargo, un análisis de nuestra realidad muestra que desarrollo, sustentabilidad y equidad no son compatibles. El modelo actual contamina, no genera trabajo digno de calidad y no tiene viabilidad ecológica a largo plazo. Si no pensamos más allá de la lógica del desarrollo, lo único que nos queda es el ajuste, la reforma y la agudización de la crisis ambiental.

Construir alternativas al desarrollo requiere identificar formas de salida del modelo actual a través de transiciones hacia formas de relacionamiento que salen de la lógica capitalista (Gudynas). Este desafío no es solamente económico o tecnológico, sino que comienza por pensar de manera diferente. Integrar otros valores y criterios para guiar nuestras decisiones permite dar respuesta a estos desafíos desde otro lugar. Desde abordajes de la economía feminista, el ecofeminismo y el pensamiento anticolonial, se propone reconocer nuestra interdependencia y ecodependencia para la construcción de alternativas basadas en otro tipo de organización social, en armonía ecológica y cultural con nuestro contexto (Herrero, Pérez Orozco, Puleo, Rivera Cusicanqui).

El desafío es imaginar y organizar un tipo de sociedad en la que la interdependencia y la ecodependencia sean reconocidas. Esto no implica desconocer que sostener la vida materialmente requiere satisfacer necesidades concretas. Garantizar a toda la población comida nutritiva y accesible, vivienda, educación y salud es la base de una sociedad en la que la vida se pone en el centro. Para el funcionamiento de este tipo de sociedad se necesita del trabajo de muchas personas realizado de una forma equitativa, con un fin solidario como meta. Cuidar el ambiente no quiere decir eliminar trabajos, sino más bien crear otros tipos de trabajo, enfocados en la justicia social y el cuidado de la vida. Por ejemplo, la producción de alimentos de forma agroecológica requiere de laboreo intenso e investigación, que generan más trabajo y menos costos (Cerdá). La edificación de viviendas energéticamente eficientes para toda la población demanda un alto número de trabajadores de la construcción e innovación tecnológica. La transformación cultural necesita educadores para el desarrollo de una conciencia ambiental y la transmisión de prácticas y conocimiento sociohistórico sobre nuestra región. Las prácticas de cuidado generan trabajo calificado de gran importancia para acompañar a niños, adultos mayores y personas en situación de discapacidad. La regeneración del ambiente produce trabajo para guardaparques, técnicos y científicos. Existen muchos otros “trabajos verdes” que emergen en este tipo de organización social que reconoce la interdependencia entre las personas y el impacto de nuestro accionar en el ambiente. El objetivo de estos trabajos no es acumular o intercambiar mercancías, sino garantizar nuestra sustentabilidad.

Los indicadores de bienestar desde esta perspectiva alternativa no se expresan en conceptos abstractos como el Pbi, típicos en el discurso del desarrollo, sino en formas de participación y calidad de vida que experimentamos día a día. Esto requiere de un cambio de paradigma que nos permita cuestionar que el crecimiento sea siempre la mejor opción. Por ejemplo, apoyar emprendimientos como la apicultura orgánica por sobre exoneraciones fiscales para los importadores de fertilizantes sintéticos y los agronegocios de monocultivos de soja transgénica valoriza la calidad por sobre la cantidad. Esta nueva opción de inversión socioeconómica destina recursos para la mejora de la vida de familias, el ambiente y la salud, además de tener un rédito comercial, por su alto precio en el mercado mundial. Este cambio de paradigma implica también que, al planear los usos del territorio, la participación ciudadana y los impactos diferenciales en la población y el ambiente son integrados en el diseño de proyectos desde un principio. También implica un cambio de lógica porque prioriza el principio precautorio, el apoyo al desarrollo de capacidades locales y la planificación a largo plazo por sobre la mitigación de impactos negativos, la dependencia de la inversión extranjera y la exportación de commodities. Una reflexión crítica sobre los criterios y los valores que guían nuestras decisiones es el primer paso para un cambio de paradigma. ¿En qué queremos invertir como sociedad? ¿Qué o a quién priorizamos al distribuir recursos limitados? ¿Cómo potenciamos formas alternativas de organización socioeconómica que permitan alcanzar mayor sustentabilidad y equidad? Este cambio de paradigma se basa en una profundización del proceso democrático, el reconocimiento de saberes locales y la experimentación en pos de un proyecto sustentable a futuro.

Pensar en construir un tipo de sociedad alternativa también significa pensar en intervenciones y políticas que tienen impacto a corto, mediano y largo plazo para facilitar la transición hacia esas alternativas. La construcción de una alternativa demanda una retraída sostenible (Lovelock) del capitalismo en vez de desarrollo sostenible. Esta retraída implica no poner el foco en el crecimiento económico, sino en cómo mantenemos la vida.

Nuestras propuestas en lo político y como sociedad civil organizada tienen que ofrecer estrategias concretas para regenerar nuestros ecosistemas, establecer relaciones sociales justas y apoyar formas de producción que ponen la vida en el centro. En lo local, ya existen ejemplos de esta nueva forma de relacionamiento desde la economía solidaria, la producción agroecológica y las políticas de expansión de derechos de grupos históricamente oprimidos. Existen experiencias que permiten acumular para construir a gran escala un modelo alternativo. Este tipo de construcción demanda acción política y ética. Para poder construir una alternativa necesitamos entender nuestra realidad, para luego poder actuar teniendo la capacidad de revisar, corregir y experimentar. Esto requiere de la confianza basada en el respeto y la cooperación. En este momento de crisis socioambiental y política a nivel regional y global tenemos una oportunidad de imaginar y hacer posible otro mundo. Un mundo donde la opción entre trabajo digno y ambiente sano no sea excluyente. Una sociedad en la que alcanzar la justicia social no se base en la destrucción del planeta. Una comunidad en la que la solidaridad sustituya el patriarcado y el racismo. Otro mundo es posible.

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