urante la segunda mitad de la década del 90 se realizó el Taller de Género y Memoria Ex Presas Políticas, «cuando las heridas de la cárcel y el exilio empezaban levemente a cicatrizar y pudimos hablar, escuchar y escucharnos, para luego contar lo vivido no como un mero relato, sino como lo que realmente fue, una parte importante del período más tenebroso y cruel de la historia de este país», según contextualizaban sus participantes, centenares de mujeres que vivieron la dictadura uruguaya, «en cualquiera de las situaciones posibles». Conversaron, contaron por primera vez, confiaron en sí mismas y en sus pares, recordaron a través del tamiz del cuerpo y escribieron lo que pudieron, las que pudieron. Tales elaboraciones desembocaron en la edición de tres libros cargados de testimonios reales o ficcionados bajo el paraguas nominal de Memoria para armar. No fue el primer proyecto literario sobre la memoria reciente de mujeres, ya que años atrás se había publicado Mi habitación, mi celda, de Lilián Celiberti y Lucy Garrido –quien fue luego una de las coordinadoras de Memoria para armar–, entre otros textos. Pero lo novedoso del proyecto fue la utilización de la forma taller como herramienta de encuentro multitudinario, poniendo lo pedagógico en espejo con las vivencias y la posibilidad de escribirlas de la forma que fuera, incluso a través de la poesía. En el prólogo («Nota de la autora», se anuncia) de Dicen las raíces, Azul Cordo dice que espera que su libro dialogue con Memoria para armar y otras publicaciones que multipliquen memorias y «sigan poniendo en valor nuestra palabra». Una sentencia o hipótesis que explica el porqué de la existencia de su libro: si la Azul de hoy apareciera de golpe en el año 1996, se sumaría a la coordinación de Memoria para armar. Es que, además de acumular los perfiles de diez mujeres que transitaron los años oscuros, su libro es producto de la Azul periodista, militante, consumidora de arte y tallerista de narrativa y de crónicas, entre otros submundos literarios. Esto último es tan así que de algunos perfiles emanan con particularidad posibles ejercicios de un taller. Este es un libro en el que lo lúdico, en la forma, está muy presente.
La historia de Circe Maia abre el juego. Una Circe inédita, y no precisamente por la aparición de algún poema suyo aún no publicado, sino por algunos costados de su vida íntima poco conocidos, como el hecho de que fue compañera de un preso político. Es inevitable pensar en Delia, la película de Victoria Pena, que también trae a las narraciones sobre la resistencia la mirada y la práctica de quienes sostuvieron a sus compañeros desde lo doméstico. A su vez, la historia de Circe es una de tantas al norte del río Negro, donde la represión también fue moneda corriente, incluso con algunas lógicas particularmente perversas por la cercanía entre verdugos y víctimas. Hace 50 años, la poetisa tacuaremboense escribía: «Esos episodios que se viven con tanta intensidad que la memoria retorna después a ellos buscando revivirlos punto por punto y sufre si algo se le escapó»; Azul devuelve hoy que «importan los detalles, la realidad está llena de ellos y una los pierde».
Ya con el primer perfil, Dicen las raíces se transforma en un libro pendular en el que pasado y presente conversan. Cada tanto, la autora del libro da sus propias señales poéticas: «El azul del cielo es tan intenso que resulta ofensivo». Logra incluso colarlas –y sale bien parada– en un texto del que la protagonista es una de las mayores poetisas de estas tierras. Luego viene otra artista, Myriam Gleijer, actriz con la que se genera un interesante contrapunto sobre la cárcel política y el exilio de buena parte del elenco de El Galpón en México, con la obra perseguida Libertad, libertad como trasfondo. «Todas nuestras ideas estaban expuestas», dice Myriam, quien encontró en el propio quehacer teatral la militancia y el trabajo con la memoria emotiva. Es que este es un libro pendular y también es un libro árbol, como su título y la foto de tapa lo enmarcan. Cada perfil tiene a una mujer como tronco, pero con cada línea empiezan a crecer las ramas y aparecen otras personas, pero también libros y trabajos de investigación que apoyan o confirman lo que se está contando.
La referencia más clara al factor lúdico y tallerístico se instala con Luisa Cuesta. Allí Azul elige enramar, a partir de una suerte de diccionario, palabras iniciadas por casi todas las letras. Ese juego habilita dimensiones históricas que remiten a Luisa pero también a otras madres de desaparecidos, por esto de que la lucha es compartida y todas son un poco madres de todos. Por si fuera poco, la periodista nos acerca la voz de Soledad, nieta de Luisa, que casi no se ha hecho pública en todo este tiempo y genera otra capa de memoria.
Con Belela Herrera lo lúdico está en el conteo, primero para poder dormirse y luego para hacer una lista de recuerdos. Los recursos funcionan y la lectura se hace cada vez más interesante. Con Mariana Zaffaroni lo interesante está en los mandamientos. La primera persona prima en su perfil, es la gran diferencia de estilo con el resto, como si las particularidades del caso hubiesen requerido una voz directa, la de la propia protagonista, para explicarle al mundo que ser hija de desaparecidos, crecer con otros padres, generar lazos, enterarse de grande de que esos padres fueron expropiadores y encontrarse con su abuela originaria que la buscaba desde hacía décadas no se transita con facilidad, porque las identidades propias no se cambian como figuritas y los conflictos existen. Por forma y contenido, Dicen las raíces se lee al galope, pero el perfil de Mariana obliga a hacer una pausa y recomponerse. Alicia Lusiardo, tan presente en estas semanas por la confirmación de Amelia Sanjurjo como nombre y apellido de los restos encontrados hace un año, es el penúltimo capítulo, «El relato inverso», y presenta otra pieza del gran puzle: la ciencia al servicio de la verdad, la antropología forense como herramienta para conocer la vida de las personas buscadas y no solo la forma en la que murieron.
El libro cierra con un tono distinto. En los trabajos sobre memoria hay motivos tradicionales, muchos de ellos presentes en los distintos perfiles de Dicen las raíces: artistas perseguidas, presas políticas, familiares y defensoras de presos políticos, madre de desaparecidos, búsqueda de desaparecidos, hija de desaparecidos. El último perfil conecta con otras víctimas aún más ocultas; en este pesa la mirada en clave de derechos humanos en el presente que, a veces, entra en conflicto dentro de la propia izquierda. Karina Pankiévich, Gloria Álvez, Sara de La Teja y Leticia De Ávila son cuatro mujeres trans víctimas directas del terrorismo de Estado. En la narración que las atraviesa aparece la Azul más militante. Dicen las raíces es un libro importante que se coloca de inmediato en el listado de publicaciones más interesantes de la bibliografía sobre memoria y género. Se presentó hace un año y ya nacieron otros contenidos a partir de sus páginas: en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático se produjeron tres trabajos audiovisuales sobre los perfiles de Circe, Myriam y Mariana con adaptación de Laura Pouso y realización de Miguel Grompone y Claudio Castro.1 Al árbol no paran de nacerle ramas.
* El título de esta nota es un verso del poema De lo visible, de Circe Maia.
1. El libro se presentará nuevamente en la Sociedad Urbana Villa Dolores el jueves 4 de julio a las 19.30 h. Junto a Azul Cordo estará Kiara Lucas, integrante de Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos.