Una mirada sobre el tango uruguayo con perspectiva de género y de clase. Así podría resumirse Cambalache, una de las primeras series uruguayas que despliegan, con valentía y destreza, una visión diferente acerca de los procesos culturales que estamos viviendo. Porque Cambalache es una investigación sobre el presente del tango, pero los conflictos que relata –generacionales, ideológicos, estéticos– pueden extrapolarse con facilidad a muchos otros ámbitos artísticos.
Pero claro, tal vez no haya disciplina más perfecta que el tango para reflexionar acerca de tantos aspectos importantes de nuestras relaciones sociales y nuestra historia. La serie de ocho episodios, que ya se proyectó en TNU y ahora puede verse los miércoles en TV Ciudad, es dirigida y narrada por Rosalía, una bailarina no profesional que, con genuina curiosidad, va encontrándose con los protagonistas de una tradición que la interpela, la lleva a descubrir maravillas, pero también a enfrentarse con aspectos desesperanzadores, vinculados con una lucha –constante pero nunca suficiente– contra las desigualdades estructurales en el acceso a la cultura.
Cambalache no propone una mirada idealizada de su objeto de estudio, no se refugia en la romantización de viejos galardones o en posiciones acríticas frente al universo que registra. Con una actitud desprejuiciada e ingenua como estrategia, Rosalía cumple con esa vieja premisa del cine documental: no solo cuenta, muestra. En ese sentido, las imágenes y los sonidos encuentran una sensualidad peculiar, mucho más interesante que aquella que solemos ver en los materiales sobre tango, esos de las piernas perfectas y el virtuosismo for export. En Cambalache están las diferencias entre los cuerpos, las dificultades para tocar, las humedades en los techos de las milongas y los lugares de ensayo, la ambigüedad existencial de quienes quisieran dedicarse a lo que aman, pero tienen que encontrar otros medios de subsistencia.
De todos modos, así se baila el tango, y a través de los ocho capítulos –«La historia», «Las voces», «La música», «El baile», «Las letras», «Las orquestas», «El bandoneón», «El género»– se constituye una narrativa visual a veces despareja, pero siempre sensible y arriesgada, que se apoya en un trabajo de investigación serio, obsesivo. Lo que la serie logra transmitir con mayor contundencia, más allá de dar a conocer datos relevantes y visibilizar el talento de tantos y tantas jóvenes que le ponen el corazón y el cuerpo a la renovación cultural, es la belleza de nuestros paisajes sensibles, del lado más pícaro de nuestra idiosincrasia, de la manera en que los vínculos intergeneracionales atraviesan las subjetividades y logran transformar la vida de las personas. Personas que vienen de lugares distintos, que se relacionan con la música y el baile de maneras completamente diferentes, pero que reconocen en esa práctica un sentido de pertenencia, un ritual que las conecta y contribuye con el despliegue de su expresión y su personalidad.
Apoyar el visionado, la exhibición y la distribución de materiales tan necesarios para la reflexión cultural como Cambalache también es una decisión política. La necesidad de contar nuestras historias, de registrarlas para que nos ayuden a ser, a sobrevivir, se torna cada vez más urgente frente a un mundo que nos invita, a cada segundo, a mirar demasiado lejos en lugar de prestar atención a lo que pasa acá cerca, a la vuelta de la esquina, en un abrazo sentido, en el canyengue de un veterano apasionado, en una cantante juguetona que se vuelve a reír, en dos por cuatro, de nuestras penas más hondas, y las cura.
1. Dirigida por Rosalía Alonso, producida por Monarca Films.