—Nosotros llamamos asentamientos a los grupos de viviendas precarias de sectores sociales sumergidos.
—Nosotros a las villas también, en este caso la palabra designa los tres lugares en los que estuvo asentada nuestra ciudad, cuya historia siempre digo que habría que contar en los colegios primarios.
—Comencemos por el origen del nombre.
—El primer asentamiento, en 1777, fue en la estancia de Mandisoví, voz guaraní que significa flor azul o verdosa, creado muy inteligentemente por el padre del libertador, don Juan de San Martín, como una de las cuatro postas que unían la producción de los pueblos misioneros con el puerto de Buenos Aires, a través de la ruta de la yerba. A raíz de incursiones de los bandeirantes y luchas fratricidas esa próspera comarca mandisoveña, que de acuerdo a nuestro investigador Eduardo Martínez llegó a tener 650 habitantes y 26 mil cabezas de ganado, fue quedándose sin hombres y transformándose en una especie de tapera habitada por mujeres, ancianos y niños. Hasta que en 1847 el coronel Urdinarrain, mandatado por el gobernador de la provincia, Justo José de Urquiza, la reubica sobre una barranca del río Uruguay y le cambia el nombre, que pasa a ser Pueblo de Federación, en homenaje a la causa federal que defendía Urquiza.
—Y que había movido a Artigas, en tiempos de ilusión, a considerar a Entre Ríos el centro de sus recursos.
—La leyenda dice que Artigas recaló en la Posta de Mandisoví antes de establecerse, con el éxodo uruguayo, en el Ayuí. Y la bandera actual de nuestra provincia es la que definió Artigas para la Liga Federal. Pueblo Federación creció con inmigrantes suizos, españoles, franceses, que venían a hacerse la América, y conoció un esplendor derivado de su producción maderera, hasta que en 1946 el presidente Juan Domingo Perón firma su certificado de defunción suscribiendo, con Uruguay, el acuerdo de construcción de la represa binacional de Salto Grande. Acuerdo que tardó 28 años en concretarse, durante los cuales los federaenses agregaron a una angustiosa incertidumbre la prohibición, por ley, de construir, mejorar o modificar las casas de su propiedad que desaparecerían bajo el embalse de la represa. En 1974 comienzan las obras de Salto Grande, y recién en 1977 el régimen militar decide levantar, a cinco quilómetros de la antigua Federación, en su mayor porcentaje demolida, las viviendas de la nueva ciudad, presentada como ejemplo de urbanismo y modernidad pero hecha con paneles premoldeados, homogéneo hormigón y cero accesibilidad para sillas de ruedas y cochecitos de bebés. Eso fue poco, teniendo en cuenta que el gobierno militar les pagó a nuestros familiares y vecinos por su casa vieja y les abrió un crédito a 30 años para saldar la nueva.
—¿Les vendieron las viviendas que debieron otorgarles sin costo?
—Sí, lo que pagaban por las que demolieron era tan exiguo que daba sólo para una entrega a cuenta del costo de la nueva; la gente vendía autos y otras pertenencias para poder saldar el crédito. Y dividieron las viviendas en cuatro categorías, según zonas, y en cada zona hacían sorteos. Esto terminó de destruir el tejido social, porque de repente a mi vecino de toda la vida, o al club del barrio, le tocaba ir a vivir a muchas cuadras de mí. Y si querías elegir vivienda de las primeras categorías tenías que justificar ingresos capaces de financiarla.
—Increíble.
—Antropólogos y otros cientistas sociales que han investigado de motu proprio a Federación nos auguraron 30 años de duelo; llevamos 38.
—Cumplidos este marzo, según la fecha en que la dictadura decidió inaugurar la Nueva Federación; aunque ustedes tienen una fecha más propia y querida.
—Sí, el 28 de noviembre de 1994, cuando a instancias de un puñado de profesionales jóvenes de la comunidad, apoyados por el entonces y actual intendente, Carlos Cecco, y la sensibilidad de un gobernador de la provincia, Mario Moine, que a pesar de ser de otro partido que el intendente garantizó un préstamo millonario para la perforación de nuestro suelo en busca de aguas termales, las encontramos. Tres años después, el 3 de enero de 1997, inaugurábamos el primer parque termal de la mesopotamia argentina.
—Vi un paseo de la memoria centrado en el juicio a las juntas militares y una torre-reloj que consigna momentos de la historia que resumiste. Si me guiaras en un itinerario de recuperación de identidad, ¿qué otros lugares visitaríamos?
—Partiríamos de nuestro principal bastión de memoria, este Museo de los Asentamientos, trasladado pieza por pieza desde la vieja Federación. Podría llevarte a lo que quedó de esa vieja Federación, hoy lamentablemente en ruinas. Hay mucho por hacer; pasamos de ciudad demolida a premoldeada en un suspiro; y luego, de poseer árboles y pájaros a adaptarnos a la transformación en polo turístico con 20 mil habitantes y 7 mil camas homologadas. Son quiebres que te obligan a reinventar a diario la forma de absorberlos, manteniendo en alto el espíritu. Para eso inventamos un dicho: el agua que un día nos quitó, un día nos devolvió.