Alquimia Vitale - Semanario Brecha

Alquimia Vitale

GENTILEZA MARÍA ARRILLAGA

Muchos poemas de Ida Vitale, como acontece en buena parte de la poesía contemporánea, reflexionan desde sí sobre la palabra como fenómeno. La serie Parvo Reino (Sueños de la constancia, 1984) acecha el tema con miradas y sonoridades tan acompasadas como inauditas. Iré citando y comentando como en una clase peripatética, aunque sin el ceñudo consentimiento aristotélico.

I

PALABRAS:

          palacios vacíos,

ciudad adormilada.

¿Antes de qué cuchillo

llegará el trueno

–la inundación después–

que las despierte?1

La naturaleza encabritada –lejano eco de la tormenta (sturm) y su impulso (drang)– parece despertar a la ciudad, abstracta de los signos escritos, como en un ocaso o un amanecer de J. M. William Turner. Acaso sea el grave pero fugaz trueno, o el dorado relámpago de la voz, arrimando al oído interno los enigmas de largas resonancias antes de que el monocorde batallar del diluvio lo cubra todo.

II

Vocablos,

vocaciones errantes,

estrellas que iluminan

antes de haber nacido

o escombros de prodigios ajenos.

Flota su polvo eterno,

¿cómo ser su agua madre,

todavía una llaga

en que se detuviera

pasar de yermo

                          a escalio

con su abono celeste?

La errancia estelar, estado de gracia previo al big bang, imposible escucha de voz que, sin embargo, como polvillo (in)visible, acontece. Entonces esa voz se pregunta,
cada vez: ¿cómo convocar (sin toga de invocación) el tráfico de aguas del arriba y del abajo?, ¿cómo hacer del páramo del fárrago urbano «abono celeste»?, ¿cómo, a fuerza de vocación y paciencia, remover al pie de esta orilla en ruinas los milenarios escombros de millones de versículos para dar con una semillita o el deleuziano rizoma que (de)cante renovado?

III

A veces las palabras

entran en un acorde,

las cascadas ascienden,

rota la ley de gravedad.

Luna muy poderosa,

la poesía acoge desoladas mareas

y las levanta donde puedan

arriesgarse hacia el cielo.

Ese cosmos de «aguas aéreas» goza y celebra la lengua como un acorde que el aire rasga y alegra. La Luna, satélite que rige la marea de poemas, recibe la desolada quimera de palabras vaciadas; las enarbola desafiando ignotos asuntos terrenales, o siderales, da lo mismo. Si no se oyen cánticos, el acorde cuántico acontece, obvio que de manera no lineal. Desdice de las leyes de la física de Newton, de la marmórea quietud de las mareas clásicas. O sea, en su parvo cosmos de palabrejas, a contracorriente de aparentes leyes naturales, el poema alza su tenaz alita alquímica.2 Y en su voz, lunática, arriesga otro cielo.

IV

Campo de la fractura,

halo sin centro:

palabras,

promesas, porción, premio.

Disuelto el pasado,

sin apoyo el presente,

desmenuzado

el futuro inconcebible.

Golpe de timón, cambio de rumbo, territorialización. Perdida el aura y su halo. El hato desganado, el útil (ab)uso del abcdario puede, cómo no, cuajar en falso laurel. Se escribe sobre una nada,
se garabatea en la deriva de lo incierto, se chapotea en la disolución. Se viste el frac raído de la fractura, se escriben retóricas frente al espejo. ¿Se suda para naides? Aunque este naides Ida nunca lo escribiera así, su Borges sí lo hizo alguna vez.

V

Prosa de prisa

para

          servir como de broza,

prosa sin brasa,

de bruces sobre

                          la página,

ya no viento,

                          brisa apenas.

Temer su turbulencia

como el bote arriesgado

quien no nada.

El cierre de poema se abre a la paradoja. Al parecer, los juegos homofónicos (prosa/prisa y broza/brasa/brisa) ocupan la página a modo de follaje, de cosa inútil y bellamente sonora, dicha por escrito. Acaso no haya más que música por decir. Pero ojo, igual así, donde menos se espere, cuando ya no parezca, en este reino sin coronas se puede estremecer la quietud. Si entras en la mar del poema, lector/a, será mejor que allí donde creas que las palabras no te dicen nada acaso alguna pista despistada te desafíe a nadar en el archipiélago de los sentidos y, por azar o esmero, o acaso por maravilla como hubo Arnaldos a la orilla de la mar, alguna nave o clave escondida por ahí se encienda.

En la sección «Tropelía» del libro Procura de lo imposible (1998),otros poemas («El día, un laberinto», «La grieta en el aire», «Apenas concierto») hablan de las limitaciones materiales que hacen harto difícil el oficio de transmutación en este reino orillero. Allí, otro poema igualmente titulado «Parvo reino» (único y significativo título repetido en toda su obra) vuelve a este asunto tan actual del escaso reino de poesía –algunos lo sienten en desaparición, a pesar de su proliferancia o por esta misma–. Así dice:

Parvo reino

No basta el pájaro que

silba en la defensa de su rama

ni el arcoíris mínimo,

la cola de pavo real del riego.

No basta un libro,

el silencio donde se logra

transmutar algo en oro

o esto que agobia

          casi pensamiento.

Tu indolencia tiene la edad

de unas páginas inconclusas

y ése es todo tu reino.

Es insuficiente el silbo del pobre pájaro-poeta, que igual se sostiene dignamente en su rama. No es como el canto del sinsonte que se oye en otra serie de ese mismo libro: «Canta eterno el sinsonte en el árbol/ y es rocío que el sueño refresca».

Quien escribe libros, alquimista verbal que transmuta el silencio en algún tipo de oro, es solo un hacedor de «casi pensamiento», siendo menos que filósofo.3 En cuanto a que «no basta un libro…», esa insuficiencia contrasta con el poema «Libro» (de Mella y criba,2010). En este sí vence la obstinación de la lengua, y el don de las voces da para resistir: «Una frase fugaz y cobro glorias/ de ayer para los días taciturnos».

En resumen, la luz filosófica de las paradojas y sus filosas contradicciones, a veces dentro de un mismo libro, hacen a la cualidad alquímica de esta poética que «es a conciencia de una ambivalencia […] excitada, activa y dinámica», según Gastón Bachelard,4 a quien Ida no solo ha sabido traducir de idioma, sino materializar en su fenomenología.

Ida ha cultivado una poética que atraviesa luz y oscuridad, que pule matices y fuga por aristas sutiles de los dogmas religiosos o políticos. Una escritura en la que los hallazgos no cristalizan en el logos de la certidumbre. Una poética de contención que, sin embargo, arroja exultantes voces como en esta «Reunión», de Oidor andante (1972):

Érase un bosque de palabras

una emboscada lluvia de palabras,

una vociferante o tácita

convención de palabras,

un musgo delicioso susurrante,

un estrépito tenue, un oral arcoíris

de posibles oh leves leves disidencias leves,

érase el pro y el contra,

el sí y el no,

multiplicados árboles

con voz en cada una de sus hojas.

Ya nunca más, diríase, el silencio.

Volviendo a la sección Parvo Reino, en «Justicia», con el fino estilete de su ironía, la poeta se pregunta sobre el magro alcance del propio oficio:

Duerme el aldeano en un colchón de heno.

El pescador de esponjas descansa

sobre su mullidísima cosecha.

¿Dormirás tú, en lenta flotación, sobre papel escrito?

A todos sus sentidos bien despiertos a los 100 años, mirando su leve silueta merodeando entre flores y cantos de pájaros, podemos decirle «sí, Ida, aún se respira en el aire parvo del parvo reino». Gracias a la alquimia apalabrada que, en ocasiones, su jardín ofrece.

1. Todas las citas de poemas provienen de Poesía reunida, de Ida Vitale. Tusquets Editores/Planeta, Montevideo, 2017.

2. Luis Bravo, «El ala alquímica del canto», en Ida Vitale, la escritura como morada. Coordinadora María J. Bruña Bragado. Editorial Universidad de Sevilla, Sevilla, 2021 (págs. 79-88).

3. En las antípodas de esta humilde aproximación al milenario conocimiento de las humanidades, la actual «transformación educativa» de nuestro país, en su soberbia tecnocrática, propone depreciar la literatura y casi desaparecer a la filosofía de sus programas de Educación Secundaria.

4. Gastón Bachelard, La intuición del instante. Fondo de Cultura Económica, México, 1999.

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