«No estaríamos hoy acá si hace exactamente dos años las mujeres no hubiéramos tomado conciencia de la necesidad de llevar a cabo un trabajo colectivo. Un trabajo colectivo que nos llamara a la realidad definitivamente. Separadas, difícilmente lograríamos los objetivos que sabíamos desde siempre que teníamos que alcanzar […]. No fue fácil, pero empezamos a aprender a escucharnos entre nosotras, aun en la discrepancia.»1 En setiembre de 1984, había actuado por primera vez la Conapro (Concertación Nacional Programática), en la que integrantes de los distintos partidos políticos, delegados de organizaciones gremiales, empresariales y del medio rural, cooperativistas y representantes de sectores científicos y culturales intentaban dialogar para consolidar el proceso de transición. Eso sí, al inicio habían olvidado convocar al género femenino. Pero a ellas no se les había escapado la movida y tampoco tenían la necesidad de ser invitadas de manera formal, así que decidieron organizarse por su cuenta. Sabían lo que tenían para aportar. Fue así que, diez días antes de las elecciones nacionales que venían a reinstaurar la democracia, un grupo de mujeres se juntó para pensarse unidas frente al proceso que se avecinaba. Con semejante horizonte, quedarse al margen no era una opción.
El grupo se venía armando desde hacía unos años. Habían asistido a Cuba, al congreso sobre la situación de la mujer en América Latina y el Caribe. Se habían reunido para conversar de cara a las elecciones de 1985, y en 1987 optaron por lanzar un documento. En él desarrollaron la idea de solvencia femenina, esa especie de instinto para transitar caminos a veces iniciados por otros, pero que, aun así, la mujer es capaz de recorrer, aceptando el desafío de aportar cosas nuevas. El cometido del colectivo era pensar en instrumentar propuestas innovadoras en torno a las mujeres rurales, las jóvenes y las de la tercera edad. Ningún aspecto quedaba ausente de la máquina mujeril, como llamaban a la inmensa capacidad que tiene la energía femenina cuando se pone en marcha. Las palabras que dan comienzo a esta nota son las que inician el documento y el primer discurso del grupo. Son palabras de Cristina Morán.
EL ARMADO DE LAS PIEZAS
En 1956, Raúl Fontaina, su jefe y director en Radio Carve –donde ella se desempeñaba como una voz sólida desde hacía ya ocho años–, le propuso integrar el plantel de un nuevo proyecto, revolucionario para el paisito. Saeta Canal 10 saldría al aire para todo Uruguay con la voz de Cristina, que venía impulsando, desde la radio, la existencia misma de la televisión. El plantel era tan masculino como lo indicaba el esquema de trabajo en la región, con la testosterona arrollando el espacio público y mediático. A las mujeres les correspondía el reinado del hogar. Mientras el género femenino se regodeaba, inmerso en la educación de los niños y el aprendizaje del mejor leudado del pan casero, las verdaderas dimensiones –y diversiones– del cambio de época se vivían allá afuera. Pero Cristina estaba invitada a la fiesta. Según lo contaba públicamente en muchas oportunidades, la convocaron porque era gordita, y esa era la moda del momento. Pero lo cierto es que las aguas se movían desde antes. Sin cumplir la mayoría de edad, ya trabajaba para encontrar su independencia dentro de la familia tradicional a la que pertenecía. Así, intuyó que no servía para cumplir el rol de la perfecta casada –lo que comprobaría, años más tarde, con la vivencia de un brevísimo matrimonio–. Comenzó a concentrarse en construir su voz, aprender el oficio y profesionalizar su quehacer en los medios de comunicación. Tal vez haya sido su apariencia lo que le abrió las puertas, pero fueron otras muchas características las que la mantuvieron vigente en el trabajo que llevó adelante por tantos años: su firmeza, su disciplina, el carácter transgresor que la acompañaría toda la vida. Es que, para Cristina, la batalla se daba afuera, en el mundo del trabajo, en la esfera pública, no en el encierro hogareño. Eso lo sabía desde siempre. Era una certeza que la movía.
Durante años, y también en estos días, muchos se han encargado de mostrarla como una figura pionera, pero sin banderas, lejana de la política. Quizás porque continuó saliendo al aire, metiéndose en los livings ajenos para entretener a la gente en un tiempo en el que, en Uruguay, la cosa se había puesto muy fea. Quizás porque, como ella misma afirmaba, había decidido optar por un periodismo no comprometido, o porque las figuras que visitaban su programa eran de carácter tan diverso y a veces tan opuesto que la convertían en un personaje misterioso, difícil de descifrar. Es que su lema era la autenticidad, su guía la curiosidad y su firmeza la ejecutora de un posicionamiento buscado como tótem. Como en mayo de 1972, cuando la Cárcel del Pueblo, un escondite montado por el Movimiento de Liberación Nacional como espacio de secuestro clandestino, fue descubierta por los militares. Allí estuvo Cristina en plena madrugada, con su hija a cuestas y con un grupo de periodistas –todos hombres– que hacía lo imposible por tener la cobertura de la noticia. La televisión tenía que mostrar esa situación, y ella quería la primicia. O como el 9 de febrero de 1973, en la previa al golpe de Estado, cuando irrumpió con un camarógrafo para cubrir la toma de la Aduana por los fusileros de la Armada, que estaban ocupando la Ciudad Vieja. No la dejaron pasar y tuvo que agachar la cabeza. Pero igual se llevó una toma de la situación, vista desde un edificio aledaño. Con las manos vacías, jamás.
Su instinto de igualdad y de independencia de género la llevó a ocupar su lugar con responsabilidad, en un ejercicio de poder que requirió, durante todos los años en los que los medios la tuvieron como protagonista, enorme dedicación y constancia. En 2021, para el episodio del programa El Legado dedicado a ella, Ignacio González Castro le preguntó: «¿Qué hay después de la muerte?». A pesar de su fe, Cristina respondió muy segura que no hay nada. «Es un viaje a la nada», recalcó. Es que, para ella, antes estuvo todo.
1. Cristina Morán, «Discurso de Cristina Morán sobre la Concertación de Mujeres», Archivo Sociedades en Movimiento, marzo de 1987.