La noticia de la mudanza de la librería El Galeón a la plaza Independencia sorprende. Su dueño, Roberto Cataldo, librero anticuario especializado en ediciones raras y ocasional editor de catálogos, deja su clásico local de Juan Carlos Gómez (entre Sarandí y Buenos Aires) y se muda a uno mucho más grande. Esta expansión extraña un poco a quienes hemos visto despoblarse la zona de libros en Tristán Narvaja y disminuir el orgullo por las buenas bibliotecas. Y sin embargo, lejos de esta pequeña aldea orientala (y tal vez todavía aquí) resulta que el tráfico de arte, manuscritos y ediciones raras es uno de los de mayor volumen en el mundo. Uno pensaría que el arte todavía puede concitar cifras siderales, y también los manuscritos, pero ¿los libros?
En un reciente artículo publicado en la revista mexicana Letras Libres, Graciela Moch-kofsky sigue la pista del extraño robo y aun más extraña devolución de un libro de Borges de/a la Biblioteca Nacional argentina.
Fervor de Buenos Aires fue el primer libro de Borges; en 1923 se imprimieron apenas 300 ejemplares de modo bastante casero y con un grabadito de su hermana Norah. En 1999 un tal Pastore, coleccionista y bibliófilo porteño, le lleva un ejemplar de esa apreciada edición a Alberto Casares, librero viejo y conocedor que inmediatamente reconoce que el ejemplar pertenece a la colección Peña, vendida a la Biblioteca Nacional argentina, y denuncia el hecho. Para sorpresa del librero, nadie quiere saber de su denuncia. Peña, porque la Biblioteca todavía no le había efectuado el pago de su colección y temía que el escándalo afectase el cumplimiento; las autoridades porque no les convenía que se supiese que la seguridad tenía grietas; y los policías de Interpol porque, acostumbrados a lidiar con drogas y armas, no aquilataban la gravedad del robo de un objeto para nada único del que virtualmente había otros cientos. Vale la pena leer el minucioso recorrido que transita el frágil libro cuyas peripecias se pasean por Portugal y llegan a la casa de remate Christie’s, en Londres, propician el cierre de Imago Mundi, la elegante librería de Pastore, dañan la reputación de Casares y transcurren mientras se suceden cinco directores en la Biblioteca Nacional.
Hay falsificaciones, intrigas, rencores como para alimentar un buen thriller, pero acaso lo más perturbador (y esperanzador, también) concierne al móvil que promueve todos esos instintos bajos y pasiones riesgosas. Lo pronuncia el librero: “Creen que poseyendo un objeto exclusivo son especiales, y usted no imagina lo que la gente es capaz de hacer por sentirse especial, inteligente”. No, en verdad, eso no está muy a la vista.