La castración química supone el suministro de medicamentos antiandrogénicos con el objetivo de disminuir radicalmente los niveles de testosterona y por consiguiente la libido de un hombre. Se trata de una terapia agresiva que normalmente se utiliza con un propósito claro: evitar la reincidencia de violadores o pederastas en casos de abuso sexual. Uno de los fármacos más empleados para este propósito es la Depo-Provera, y su suministro no sólo ocasiona la impotencia sino que además suele tener efectos secundarios como pérdida de vello corporal, aumento de peso, crecimiento de pechos y depresión. También puede traer cambios en la salud cardiovascular, en los niveles de grasa en la sangre, en la presión sanguínea y en la densidad ósea, lo que puede provocar osteoporosis. Otro aspecto a tener en cuenta es que, a diferencia de una castración quirúrgica, sus efectos no son permanentes sino que sólo prevalecen mientras se continúa el tratamiento.
En Australia hoy la opción de la castración química es a menudo ofrecida a delincuentes sexuales que tienen por delante una larga pena que cumplir. Ante la posibilidad de pasar recluidos durante años u obtener la libertad condicionada con la castración, hay muchos que aceptan por esta última. Pero un nuevo grupo de trabajo del gobierno está estudiando la posibilidad de obligar a los abusadores de niños a someterse al tratamiento.
Si bien en algunos países la vía de la castración química se utiliza como medida para descongestionar las cárceles, en otros surge como una auténtica preocupación por los índices de abusos sexuales y su reincidencia. El caso de Australia es claro en este sentido, y ciertas cifras han activado la alarma de las autoridades. Según señala Troy Grant, ministro de Justicia de Nueva Gales del Sur, 17 por ciento de los pederastas reinciden al cabo de dos años de ser liberados, independientemente del tiempo que hayan cumplido en prisión. Por otra parte, un reporte del Instituto Australiano de Criminología señala que 30 por ciento de los niños reportan alguna clase de abuso sexual, y que entre 5 y 10 por ciento sufrieron abusos severos.
Quienes se oponen a la castración química resaltan la falta de evidencias que confirmen su efectividad. Señalan además que un agresor sexual no necesita tener una erección para abusar sexualmente de su víctima; las agresiones sexuales van más allá de la utilización de los genitales y existe toda una serie de conductas abusivas que no serían evitadas con la medida, argumentan.
Por lo general el tratamiento es opcional, pero hay países que lo hacen obligatorio en casos de reincidencia. La medida es aplicada en estados de Estados Unidos (California, Florida, Georgia, Texas, Luisiana, Montana y otros), en Francia, Canadá, Israel, Corea del Sur, Grecia, Gran Bretaña, Estonia, Moldavia, Rusia, Nueva Zelanda, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega y Argentina. En Polonia, Rusia y Estados Unidos la castración química de los pederastas es obligatoria. Un estudio escandinavo reporta una caída en los índices de reincidencia desde su aplicación, de un 40 por ciento a entre 0 y 5 por ciento. En México, vista la inmensa proliferación de crímenes sexuales (cada cuatro minutos una mujer es violada) han sido planteadas varias iniciativas de ley en ese sentido, como una vía para combatir un mal endémico, pero no han proliferado.
Históricamente la castración química ha sido utilizada para disminuir la libido en los casos de individuos con conductas sexuales consideradas inapropiadas; la reciente película El código enigma señala su aplicación en 1952 en el británico Alan Turing, héroe de la Segunda Guerra Mundial por haber descifrado los códigos de la máquina encriptadora nazi Enigma. Turing fue condenado por homosexualidad (que en su momento se consideraba un crimen y una desviación grave) y se cree que los efectos secundarios del tratamiento fueron los que lo indujeron a suicidarse en 1954.