Además, los personajes están presentados de manera de inducir ya de entrada a la risa. La historia: Tommaso (Marco Giallini) es un prominente cirujano, despectivo y autosuficiente, muy poco amable con pacientes, subordinados y parientes. Su hermosa esposa, Carla (Laura Morante), su bonita y bobita hija, Bianca (Ilaria Spada), su yerno (Edoardo Pesce) soportan sumisamente su soberbia displicencia. Su hijo, Andrea (Enrico Oetiker), estudia medicina, y el padre sospecha que es gay. Dispuesto a apoyar a su hijo en su orientación sexual –y las miradas, que no las palabras, delatan que a su pesar–, al inefable Tommaso se le viene abajo el mundo cuando el retoño revela a toda la familia reunida, ya preparada por el patriarca para expresarle su afecto y amor en su “diferencia”, no que es homosexual sino que quiere dejar la medicina y estudiar para ser sacerdote. Tommaso averigua entonces de dónde proviene la repentina fe de su retoño, encuentra a un cura carismático y “aggiornado”, Pietro (Alessandro Gassman), que sabe comunicarse de maravilla con los jóvenes, y con la esforzada ayuda de su despreciado yerno se dedica a buscar cómo demostrar que Pietro es un impostor.
Las cosas que va pergeñando el afligido médico para encontrarle la vuelta a posibles secretos oscuros de don Pietro entran en el terreno de la caricatura. Sin embargo, el espectador ya viene más o menos preparado para eso, dado el carácter también simplificado que todos los personajes asumen desde el comienzo, y algunas de las escenas delirantes de las imposturas armadas por Tommaso –como la de su falsa familia– provocan la hilaridad, como la puede provocar un buen sketch de parodistas. Falconese no ahonda ni apuesta a toques fuertes, pero tiene buen pulso para mantener un tono zumbón y un buen ritmo, a medias rozado cuando se le va la mano en la caricatura –toda la reacción de la esposa, por ejemplo–. Punto fuerte son sus actores, con el centro en el diálogo-enfrentamiento entre Giallini y Gassman. Qué pena no ver a esa gente más a menudo.
Y lo que no deja de ser provocador, pese a que ningún pase de esta película se mete en aquellos sarcasmos vitriólicos que marcaron la tradición de la gran comedia italiana, la burla que sustenta todo el asunto: un hombre de ciencia, moderno y evolucionado, puede aceptar las diferencias, pero sólo aquellas que son o se consideran incluidas en eso “moderno y evolucionado”. Si se trata de una diferencia que, de acuerdo a esa mentalidad, remite a lo contrario, a algo que se considera superado y retrógrado, la capacidad de aceptación remite a cero. Es como un socarrón desafío a la corrección política y a un divulgado tipo de clasemediero progre y refinado.
La resolución del asunto, en cambio, es bastante decepcionante; subido el espectador a un juego de mofas risueñas, de pronto se le deja caer en un sentimentalismo correctísimo, que corrige los supuestos problemas y aparta las dudas de una manera románticamente inapelable, más digna de Hollywood que de esa tradición italiana que Falconese transita aún sin exigirle demasiado.
- Se Dio vuole. Italia, 2015.