UNO. Durante 2015 hubo decenas de noticias científicas relevantes. Se encontró evidencia de que hay agua en Marte, lo que se suma a los indicios que ya teníamos sobre el agua que hubo en el pasado. Comprobamos que es probable que una partícula subatómica pueda responder a la acción de otra ubicada a más de un quilómetro de distancia, en un fenómeno de entrelazamiento cuántico que supo merecer el escepticismo de Einstein. Encontramos al Homo Naledi (“hombre estrella”) en el yacimiento sudafricano Cuna de la Humanidad; un homínido extinto de la especie Homo, que ayudará a recrear nuestra propia historia. Y los científicos del Gran Colisionador de Hadrones detectaron una posible partícula cuyo peso sería seis veces mayor al bosón de Higgs. Pero un descubrimiento fue diferente a todos, al punto que motivó una cumbre mundial en diciembre para decidir si era deseable que continuara desarrollándose. Tiene que ver con la ingeniería genética y es difícil de explicar en pocos párrafos, pero se puede intentar.
El revuelo se vincula a un sistema conocido como Crispr/Cas9. No importa mucho a qué palabras refieren tantas consonantes1 sino qué permite hacer. Brevemente: se trata de una técnica barata y sencilla para editar genes. La primera imagen que se nos viene a la mente si pensamos en editar son los comandos de cortar, copiar y pegar del teclado en el que escribo esto: Ctrl+X, Ctrl+C y Ctrl+V. Y la intuición es correcta. Estamos en condiciones de hacer algo así con el ácido desoxirribonucleico (Adn) de las plantas, los animales y hasta del embrión humano. Es decir, alterar el manual de instrucciones de la vida de nuestros contemporáneos y toda su descendencia.
DOS. La técnica recrea el sistema inmune de las bacterias. Cuando son atacadas por los virus, las bacterias contraatacan cortándoles ciertos pedazos e integrándolos a su propio genoma, para recordar estas infecciones y resistirlas mejor en el futuro. Y la técnica funciona en esa lógica, como una suerte de “tijera molecular” que corta, repara y pega fragmentos de Adn. La clave está en el uso de moléculas de Arn (ácido ribonucleico), que reconocen secuencias de Adn y señalan a la enzima Cas9 el lugar en el que cortar. Esto permite operar la modificación (parece que ya se usa el neologismo “crispear”) de una molécula de Adn para eliminar o insertar una nueva. El resultado es la modificación del genoma. A todos los que nos cuesta entender estos detalles nos alcanzará con la imagen del cortar y pegar del Word, que funciona notablemente como metáfora de un procedimiento potente y sencillo a la vez, con un resultado tan enorme como la modificación de la información genética.
La manipulación genética no es nueva, por cierto. Lo nuevo y polémico es que esta edición se produzca en células reproductivas, lo que supone trasmitir genes modificados a las futuras generaciones (y así frenar la trasmisión de defectos genéticos que nos conducen a ciertas enfermedades, por ejemplo). Y que sea tan sencillo y barato. Con esta técnica, la modificación del Adn de los embriones humanos se convierte por primera vez en una tarea accesible para biólogos cuasi amateurs, que trabajan en laboratorios caseros: los llamados biohackers. De allí a temerle, con razón o no, al monstruo del doctor Frankestein o a que se desate la búsqueda del bebé perfecto hay un paso.
TRES. En marzo pasado cinco científicos publicaron su opinión2 en la revista Nature, resumida en el título del texto: “No editen la línea germinal humana”. Es decir, no introduzcan cambios genéticos en los embriones humanos. Querían provocar alerta al respecto, porque sabían que estas técnicas estaban aumentando exponencialmente la capacidad de investigar la edición de genes y comenzaban a ser utilizadas en varios puntos del planeta. Como en el título del libro de Naomi Klein sobre cambio climático, la idea del texto es sobria pero clara: “Atención, esto lo cambia todo”.
El argumento de los precavidos no se basa en ninguna tontería de “no jugar a ser un dios”, ni en la indefinición actual de los beneficios terapéuticos, habitual en cualquier etapa inicial del desarrollo de una técnica. Más bien se centra en que el Crispr/Cas9 aumenta la probabilidad de corregir los genes que queremos atacar pero también puede aumentar el riesgo de cortar el genoma en cualquier otra parte (entre otros riesgos, la célula podría dividirse antes de que las correcciones se hayan completado) y sobre todo en que “los efectos precisos de la modificación genética a un embrión pueden ser imposibles de conocer hasta después del nacimiento”.
Aquí se pone interesante el debate, porque esta incertidumbre obliga a la discusión bioética. Si hay riesgo de efectos no deseados, será un riesgo para la persona resultante del embrión modificado y para su descendencia. Generaciones de individuos aún no nacidos verían sus vidas modificadas sin posibilidad de dar su consentimiento. Por supuesto, a esto se suma el temor ante errores o usos no terapéuticos, eventualmente poco éticos. Jennifer Doudna, una desarrolladora de la técnica Crispr/Cas9 (con la que trabajó en la edición genética de los mosquitos responsables de trasmitir la malaria, para erradicar la enfermedad), contó a la revista The New Yorker una pesadilla reciente: Hitler llegaba a su laboratorio para tomar notas y decirle “quiero entender los usos e implicancias de esta maravillosa tecnología”.
CUATRO. Pocas semanas después de ese manifiesto veía la luz un artículo firmado por científicos chinos3 confirmando el primer caso de embrión humano cuyo Adn se había modificado exitosamente. Su autor más visible, Junjiu Huang, un científico de 34 años de una universidad de Guangzhou, se convirtió rápidamente en el centro de la conmoción. Se habían utilizado embriones no viables, conseguidos en una clínica de fertilidad y editados con Crispr/Cas9. El artículo apareció en una revista científica, luego de que otra lo rechazara por motivos éticos. En realidad el éxito fue relativo. Por un lado, no todos los embriones sufrieron las modificaciones genéticas buscadas; por otro, se produjeron mutaciones “fuera de objetivo”, transformaciones no buscadas en otras partes del genoma. El propio Huang, entusiasmado como debe estar ante el año más emocionante de su vida científica, coincide en que es necesario ser prudente ante posibilidades técnicas tan arrolladoras.
Y así llegamos a diciembre, cuando la Cumbre Internacional sobre la Edición Genética en Humanos discutió durante tres días, convocada por la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, la Academia de Ciencias de China y la Royal Society del Reino Unido. La recomendación final fue la de permitir la edición de la línea germinal humana en la medida que se restrinja al contexto de laboratorio y a embriones no viables. Entre quienes pretendían liberalizar toda esta práctica y quienes propusieron una moratoria, había argumentos atendibles. Por un lado, los riesgos son reales. Por otro, si se hubiera impedido la investigación con todos los hallazgos potencialmente peligrosos, varios de los adelantos con los que hoy contamos no hubieran visto la luz. Las patentes y la propiedad intelectual son una discusión aparte, pero también sobrevuelan. En cualquier caso, es recién el comienzo, y todo espíritu curioso tiene ganas de nacer pasado mañana para ver los siguientes capítulos de esta historia.
- Para los que se hayan quedado con la duda, Crispr es Clustered regularly-interspaced short palindromic repeats, o “repeticiones palindrómicas cortas agrupadas y regularmente interespaciadas”; y Cas9 es una enzima especializada en cortar Adn.
- “Don’t Edit The Human Germ Line”, de E Lanphier, F Urnov, S E Haecker, M Werner, y J Smolenski, en Nature, número 519, abril de 2015, págs 410-411.
- “Crispr/Cas9-Mediated Gene Edi-ting in Human Tripronuclear Zygotes”, en Protein and Cell, de mayo de 2015, 6(5): págs 363-7. Sus autores son todos chinos: P Liang, Y Xu, X Zhang, C Ding, R Huang, Z Zhang, J Lv, X Xie, Y Chen, Y Li, Y Sun, Y Bai, Z Songyang, W Ma, C Zhou, J Huang.