—Los fundamentos de la declaración de ciudadana ilustre relacionan el momento de tu viudez con la pasión por el artiguismo. ¿Están vinculados esos elementos?
—Comencé mi docencia en Secundaria en los años cincuenta –imaginate, el Instituto de Profesores Artigas estaba en ciernes– como ayudante de un profesor legendario, el doctor Gabriel Bentos Pereira, que me enseñó a ver la historia. Durante 26 años di clases en preparatorios –hoy quinto y sexto año de bachillerato–, y a tres años de instalada la dictadura, en 1976, integré un honroso grupo de docentes destituidos, no tanto por mis convicciones ideológicas, de cuño liberal, sino porque siempre repudié, y resistí, la doctrina del empujón.
—Debo traerte de nuevo a mi pregunta.
—Disculpá, esta pasión por irme por las ramas viene de que aprendí que, en historia, toda información es relevante. Las dos cosas que amé en la vida fueron la docencia y la tierra. Es sabido que el pequeño campo que poseo está dentro de la gran extensión rural que perteneció a José Gervasio Artigas, en la zona angulada por la unión del río Arerunguá y el arroyo Vera. Fui destituida en 1976, mi esposo falleció en 1984, y en esa siesta colonial a la que me obligó el régimen asumí la conducción del establecimiento rural familiar hasta que, recuperada la democracia, opté por retirarme de la docencia e investigar la historia nuestra, casi mandatada por el paisaje natural y humano que me rodeaba. Todos los días alternaba con trabajadores rurales para los que nunca dejé de ser “la gringa”, a pesar de que genealógicamente soy tan hija de este suelo como ellos.
—¿Qué hipótesis surgieron de ese contacto?
—El Río Negro continúa siendo un tajo que divide nuestra idiosincrasia en norte y sur, y las corrientes inmigratorias del siglo XIX fueron el manto que opacó, sin apagar, el brillo de nuestras raíces mestizas. Basta apreciar, en los actuales habitantes de la campaña o de las periferias urbanas, las particularidades fisonómicas, derivadas de las étnicas. O registrar hasta qué punto estamos influidos por la cultura rural.
—¿Dónde apreciás esa influencia?
—Un ejemplo: hace pocos años tuve el honor de compartir jurado con el querido poeta salteño Elder Silva en un concurso literario que integró las actividades conmemorativas de los 100 años de Pueblo Lavalleja, cuna de Elder. De los 18 trabajos presentados, 12 recogían creencias y leyendas de origen guaraní. Yo comencé a investigar la región antes que el artiguismo, y encontré coincidencias asombrosas entre la Banda Oriental, la provincia de Corrientes y Río Grande del Sur. El útero del gaucho es guaraní; la mezcla de sangre de blanco europeo con indígena tiende a privilegiar los rasgos indígenas, y es en guaraní que la madre le canta al niño engendrado por el blanco. Hay un trabajo de referencia sobre la influencia guaranítica realizado por dos investigadores que recorrieron capilla por capilla de nuestro país buscando inscripciones de nombres indígenas.1
—¿Qué la condujo de la región al prócer?
—Estudiando a este personaje hijo de esta zona, diferente al del sur del Río Negro, personaje influido por el guaraní y presionado por el portugués, que pasó de hombre malentretenido a gauderio, changador y contrabandista de vaquería, y ver que vino a adquirir estatuto de paisano, o gaucho, en las huestes artiguistas. Fue a esta argamasa de identidades a la que Artigas quiso atar a la tierra con el Reglamento de 1815. Porque nómade ya era, y comida no le faltaba, con tanta carne gorda al alcance del facón; lo que le faltaba es lo que todos necesitamos, un pedazo de tierra, un lugar en el mundo donde trabajar y crecer sin miedo y angustias. Y en esto Artigas fue increíblemente español.
—Bueno, su primer amor fueron milicias obedientes a España.
—No hablo de su dimensión como militar, sino de su concepción política. La máxima de que la soberanía del pueblo era el objetivo primordial y excluyente de la revolución, Artigas la sacó de las Cortes españolas, del poder que las Cortes españolas lograron arrancarle a la monarquía. Los españoles rechazaban la idea de que el poder del monarca viniera de Dios, que los franceses aceptaban, y también de que cederle el poder al rey era la única manera de asegurar un mínimo control sobre el hombre lobo del hombre, que los ingleses refrendaban. Los españoles defendían que la “nuda propiedad” de la soberanía radicaba en el pueblo, y de ella el rey tiene sólo el usufructo. Sobre este pilar edificó Artigas todo su proceso revolucionario.
- En busca de los orígenes perdidos. Los guaraníes en la construcción del ser uruguayo. Editorial Planeta, Montevideo, 2010.