Baño de sopor - Semanario Brecha

Baño de sopor

Hay películas fallidas a las que se les puede encontrar algún atisbo de calidad. Pero hay películas que juntan todo lo malo de lo más malo y que no sólo no generan nada ni tienen nada diferente para ofrecer, sino que además son soberanamente aburridas, lo cual en el cine quizá sea lo único imperdonable.

Hay películas que están bien filmadas pero que son muy malas a un nivel conceptual; las hay con buenas intenciones pero que finalmente se concretan mal; hay otras que, de tan malas, se vuelven entretenidas. Hay películas fallidas a las que se les puede encontrar algún atisbo de calidad y otras que, autoconscientes, no se toman en serio a sí mismas y por eso al menos despiertan un poco de simpatía. Pero hay películas que juntan todo lo malo de lo más malo y que no sólo no generan nada ni tienen nada diferente para ofrecer, sino que además son soberanamente aburridas, lo cual en el cine quizá sea lo único imperdonable. En esta última categoría se encuentra esta película; y si no hubiera tantas otras malas en la vuelta, podríamos decir enfáticamente que, en lo que va del año, es la peor que se ha estrenado.
Los extraterrestres vienen y se estacionan con una nave gigante allá arriba, en el cielo cercano, como en Día de la Independencia o Distrito 9, y así es que en un exabrupto de antipatía extrema comienzan a atacarnos en sucesivas “olas”, con la intención de erradicar al hombre y quedarse con sus recursos –seguramente mal informados, porque en este planeta ya no queda mucho–. Es entonces que, como si fueran plagas bíblicas, van sucediéndose ataques, desde el apagón absoluto de todo lo eléctrico –incluidos los motores de los autos o de cualquier máquina–, pasando por una enfermedad contagiosa, un tsunami mundial –del que la intrépida protagonista se salva subiéndose a un árbol (?)– y la invasión a los cuerpos por parte de los alienígenas, que pasan a controlar a los humanos adhiriéndose parasitariamente a sus cerebros.

Si bien nada de esto es novedoso, y ya hace bastante tiempo que las temáticas de La cosa y Los usurpadores de cuerpos venían refritándose, es después de que pasan esas cuatro olas (o sea, a los veinte minutos) que la película se estanca en una suerte de limbo en el que no sólo pasan muy pocas cosas, sino que además se suceden diálogos inútiles y situaciones y personajes que no importan a nadie. Una subtrama romántica es integrada justo en la cúspide de la monotonía, introduciendo a un “actor” que pareciera el resultado de un casting de modelos, y al que convenientemente veremos dándose un sensual baño en un lago.

Es difícil comprender por qué los extraterrestres despliegan un rebuscadísimo operativo final (la quinta ola del título), por el cual buscan confundir a los humanos haciéndoles creer cosas que no son –mucho más eficaz hubiese sido otro tsunami u otra enfermedad–, o cómo es que un francotirador se enamora a primera vista de su víctima a través de la mirilla de un arma, desde un par de centenares de metros de su objetivo. Pero nadie parecería creer en nada de lo que aquí sucede: ni los actores que, desorientados, se revuelven con líneas de diálogo imposibles, ni el director británico J Blakeson, quien se debe haber confundido entre los contradictorios lineamientos de los productores, ni los tres guionistas que adaptaron a seis manos otra primera parte de una trilogía novelística adolescente (al estilo de Los juegos del hambre, Divergente y Maze Runner), transando en cuanto lugar común pudieran convenir.

The Fifth Wave, Estados Unidos, 2016.

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