Amigos, me voy.
El juego ha terminado.
La pelota ha saltado tan alto
que no hay ojos capaces
de descubrir su rastro.
Dina Díaz,
Desde este lugar otro, 1991
Con la elegancia de un perfil bajo cultivado con sutileza, el nombre de Dina Díaz funcionó siempre a modo de contraseña para un puñado de fieles. No hizo gala del Maynard que identifica a sus hermanos: Daniel, abogado y político; Álvaro, decano de la Facultad de Agronomía. Eligió la breve contundencia aliterada del Dina Díaz, que persuade como un latigazo y orienta como una señal.
Pero incluso esta imagen tan sobria ha de ser, por fuerza, múltiple y diversa. Mientras escribo estas líneas, van llegando los recuerdos, poco a poco, como la arena en un viejo reloj. Antes que nada, su rostro hermoso y el misterio de sus ojos color cielo. Y enseguida su amistad y su obra, reflejo de un amor enorme por la literatura. Escribió poesía y narrativa con las palabras familiares del castellano rioplatense. Como tantas mujeres, desplegó un trabajo riguroso y dedicado pero casi invisible. No figura en los diccionarios de autores uruguayos ni en las historias de su literatura.
HOJA DE RUTA
Su padre fue el profesor de filosofía y ensayista Spencer Díaz; su madre, Rosa María Maynard, evocada por uno de los nietos como «enormemente sensible y una gran lectora». Cuando Dina se casó con Juan Fló tenía 22 años. Fruto del matrimonio nacieron sus tres hijos, Rodrigo, Diego y Juan Manuel.
Llegó a enseñanza secundaria a través de un concurso de oposición, de los que eran habituales en aquel entonces, y antes habían probado José Pedro Díaz, Domingo Bordoli, Idea Vilariño y Emir Rodríguez Monegal. Era la forma de ingresar a la docencia, aunque su hijo Rodrigo cree recordar: «También estudió en el IPA y en su formación fue muy importante Carlos Real de Azúa, que le propuso trabajar con él en el área de Estética, ofrecimiento que debió rechazar para trasladarse a Trinidad, donde había conseguido horas de literatura. Después dio clases en Montevideo hasta 1972». Con 19 años, fue redactora responsable de la revista Mito, que en sus dos números (1951 y 1952) publicó poemas de Amanda Berenguer y José Bergamín, un texto de José Pedro Díaz sobre Antonio Machado, relatos, artículos de filosofía y traducciones.
El escenario político, la situación económica y el entorno familiar incidieron, en palabras de Rodrigo, «para que en marzo de 1973 se fuera a Argentina, fundara una inmobiliaria en Buenos Aires y trabajara en ese rubro hasta su regreso a Montevideo, donde se reincorporó a la docencia hasta su jubilación». Desde 1985, y por casi 30 años, dirigió talleres literarios. Gran conocedora de los clásicos y las artes plásticas, sus notas críticas, sus poemas y sus cuentos aparecieron en antologías, revistas y suplementos de Uruguay y Argentina.
LA POESÍA
El primer libro de Díaz, De los modos del morir, fue publicado en 1986 por Ediciones El Lagrimal Trifurca, de Rosario, Argentina. La contratapa revela el hábito temprano de escribir en el aire y olvidar lo escrito, o anotar en hojas que después rompía, «impulsada por un viejo temor de que el mundo quedara sepultado bajo una hojarasca de decires inútiles». Aceptar esa publicación debe haberle resultado muy difícil y explicaría la voluntad de mantener su obra inédita durante tanto tiempo. Las formas breves de este primer libro, que en Uruguay circuló casi como polizón, inician su exploración de los grandes temas de todos los tiempos: «Apagado fue el sol/ juguete de la inocencia de los dioses./ Entonces alguien descubrió/ el esplendor de las sombras».
Su segundo poemario, Desde este lugar otro, se publicó en Banda Oriental, en 1991. Entre otros temas, destaca el del silencio: «Una bandada de cisnes blancos atraviesa el cielo/ una bandada de cisnes blancos que atraviesa el cielo./ Qué mudez». Y no envidia la posible –y tal vez ilusoria– felicidad de los otros: «Esa dulce historia ajena/ me llega en ráfagas mansas./ Qué rotunda la felicidad/ aunque la traiga el viento». El desconsuelo y la angustia pueden ser alcanzados por detalles absurdos o humorísticos: «Pierdo la cabeza dice/ y la ve a ella, su cabeza/ rodar, rodar».
Su tercer y último libro de poesía, Sospechas y silencios, fue publicado en 2006 por Ático, el sello editorial de la poeta Melba Guariglia. Con algunas modificaciones, reúne textos de los dos libros anteriores, precedidos por la sección «Sólo palabras», un ramillete de poemas nuevos que sostienen la línea conceptual anterior y realzan las posibilidades expresivas de una poeta que supo transitar los lugares tradicionales de la escritura y la búsqueda constante de nuevas formas temáticas y estilísticas.
LA NARRATIVA
En 2005, como un eco lejano de su entusiasmo por la revista Mito, Díaz fundó Letradura, el sello editorial en el que publicaría sus cuatro libros de narrativa y los de otros autores. El primero de su autoría fue la novela Una ventana para el pájaro, que es la crónica atroz de una muerte anunciada. Repican ecos de tragedia clásica: la intriga de un adulterio y el enigma de un crimen se van revelando en la medida en que se los reencuentra a lo largo del relato. La intensidad del lenguaje de la poeta devenida narradora redescubre emociones de una dimensión oscura que dialoga con ciertas torsiones de la literatura de Armonía Somers.
La segunda novela, No cambies nada de lugar (2010), apuesta a la imaginación. La tradición es un linaje compartido, en el que, como sucede con Mario Levrero, Franz Kafka parece ser el origen de todo. La autora escribe sobre lo que no se sabe, concibe procesos interiores angustiados, colmados de un simbolismo ambiguo que autoriza lecturas variadas.
En los 11 cuentos de Hombrecillos hombrecillos comportarse (2012) –título que hace un guiño feminista en tiempos de rupturas y perplejidades–, la mirada, como sutil reflexión filosófica, ocupa un lugar central que apuesta a la fábula moral y a un fino e inquietante sentido del humor, a lo Kafka y a lo Levrero –otra vez–, pero también a lo Leo Maslíah, autores con los que dialoga un sector de la obra de Díaz. En varios de estos cuentos, construye una realidad extravagante que roza lo fantástico.
Formas heterogéneas de la opresión y el límite son el lugar común de La ballena de Jonás (2014), que asocia tres cuentos y una nouvelle. Desde miradas múltiples, esta recrea el mundo asfixiante de la última dictadura: «Estamos en la panza de un monstruo y no podemos salir, nadie puede salir. Nos tragó la ballena como a Jonás, esta casa es la ballena, todo el mundo es la ballena, todo el mundo está como Jonás, pero a nosotros Dios no nos perdona». Acierto metafórico que la autora arriesga en la voz de un niño, hijo de militantes desaparecidos y primo de una niña que tuvo al padre preso. Ella es la responsable de armar el relato que los ayude a entender las circunstancias en que ellos, sus hermanos y sus primos perdieron la inocencia. Con ese fin, y desde un presente en el que todos son adultos, escarba el pozo negro de los secretos familiares y pone en palabras aquello que los demás prefieren olvidar, sobre todo las acciones de la abuela, metáfora extrema de la dictadura, la negación más radical.
En el período 2008-2009, Díaz ocupó la presidencia de la Casa de los Escritores del Uruguay, que el 12 de marzo de este año le rindió homenaje en la Sala Mario Benedetti, de la Asociación General de Autores del Uruguay. Fue la última presentación pública de una poeta que había escrito: «Miró/ y creó la oscuridad en su torno./ Cerró los ojos/ y la noche se aposentó en sus huesos».