Se sabe que desde la reunificación, la ciudad de Berlín “no se detiene”. La capital alemana parece estar siempre en obra y esa transformación urbanística incesante, y naturalmente cargada de sentido, ha sido una suerte de laboratorio o taller sobre los usos de la memoria, el patrimonio, el sentido dado al pasado. En los años que van desde la caída del muro, Berlín pasó a convertirse en la capital cultural del siglo XXI por su apertura a la vanguardia, pero no descuidó el pasado artístico. La famosa Isla de los museos reúne sitios emblemáticos de la cultura de Occidente como el museo de Pérgamo, con el altar que le da nombre reconstruido con piezas originales y a escala natural, que también aloja la magnífica Puerta de Istar; también el Museo Nuevo con colecciones egipcias, la Galería Antigua y el museo Bode, todos reconstruidos o remodelados en la década de 2000. Cuando ya parecía todo hecho se anuncia una nueva obra de dimensiones colosales. Y también síntoma de toda la ideología y visión del mundo que hay siempre detrás de las formas de preservar y mostrar el pasado.
Se llamará Humboldt Forum y, a un costo de 630 millones de dólares, promete abrir en 2019 en el lugar donde antes hubo un antiguo palacio prusiano, en las proximidades del centro museístico de la ciudad. La idea de reconstruir esta especie de Versailles alemán, había sido un reclamo de muchos berlineses desde la caída del muro; un reclamo simbólico y político ya que después de la guerra (en que quedó dañado) el antiguo palacio fue tirado abajo por el gobierno de la Alemania comunista que en su lugar construyó un palacio de la República. El asunto se resolvió cuando se descubrió que el edificio estaba construido con amianto (altamente contaminante y cancerígeno). El edificio debía ser eliminado, pero igual era un poco disparatado reconstruir todo el antiguo palacio tal cual fue. Se decidió reproducir su fachada solamente y armar detrás un gran museo.
Lo extraño es que el contenido previsto, si bien va bien con el nombre elegido, resulta algo bizarro para poner detrás de una fachada prusiana. Es que se ha decidido mudar allí una colección realmente asombrosa de arte y piezas provenientes de culturas lejanas no-europeas: frescos de la “ruta de la seda” venidos de China, esculturas budistas también de China, máscaras africanas, tótems de América del Norte, embarcaciones de los mares del sur y piezas de arte y objetos originales venidos de otros continentes que hasta ahora estaban alojados en el museo Dahlem, en un edificio modernista construido para albergarlas por el arquitecto Bruno Paul en el oeste de la ciudad.
Lo interesante es toda la discusión alrededor: si por un lado se trata de sumar esta especie de “arte-otro” a la tradición europea hegemónica en la Isla de los museos berlinesa, por otro lado resulta bastante bizarro poner todas esas piezas detrás de la fachada falsa de un palacio prusiano. ¿Dónde empieza la diversidad y dónde el colonialismo?
Otros ingredientes que se suman a la discusión tienen que ver con decisiones de curaduría, de urbanismo y de políticas de presupuesto. Ian Johnson discute en un artículo publicado en The New York Review of Books las razones que llevan a crear este megamuseo tanto como las que habían procurado el abandono de las colecciones del museo Dahlem que ahora serán mudadas. Como consecuente visitante de aquellos tesoros, Johnson testimonia que el apoyo y la inversión decayeron en el Dahlem cuando se retiró una colección de pintura renacentista y de grandes maestros europeos. Antes, especula el comentarista, los Rembrandt, Durero y Botticelli aseguraban que también las colecciones no-europeas recibiesen atención. Se prevé que su nueva locación traerá recursos y mejor mantenimiento y que quedarán unidas al circuito turístico berlinés. Seguramente eso traerá una disposición de medios que redundará en un mejor aprovechamiento de las riquezas de los tesoros que se trasladan. Uno de los tres directores previstos es Neil MacGregor, ex director del Museo Británico que prometió aprovechar la ocasión para “narrar la historia de la civilización humana”.
No deja de verificarse, sin embargo, esa manera perversa e infalible por la que una institución es abandonada y luego se evalúa su viabilidad de acuerdo a esa misma agonía provocada. Y eso ocurre tanto en Berlín como en Montevideo.