La canción que El Cuarteto de Nos eligió como primer adelanto de su nuevo álbum de estudio, Apocalipsis Zombi, se titula “Gaucho power”. En uno de sus versos, Roberto Musso canta: “Y la tierra que más ama/ es la tierra que lo vio nacer”. Luego, en el estribillo, remata: “Todo el mundo sabe/ tengo el gaucho power/ con él vivo y lucho/ y lo llevo donde voy”. Hace poco más de veinte años, el Cuarteto lanzaba Otra navidad en las trincheras (1994) y en “El primer oriental desertor” Musso cantaba: “Lo de la guerra es algo nuevo/ porque a mí la patria me chupa un huevo/ solo quiero vivir a mis anchas/ qué me importa qué bandera haya en la Plaza Cagancha”. Ambas letras, contrapuestas, revelan el giro radical que dio la banda desde la publicación de Raro (2006) y que desde entonces ha provocado una de las discusiones más agotadoras de la música uruguaya: El Cuarteto de Antes versus El Cuarteto de Ahora. En el medio, El Cuarteto de Nos.
El foco principal de la discusión tiene que ver con el cambio radical en el sonido de la banda: las guitarras y los bajos ahora aparecen sólo esporádicamente entre abundantes efectos digitales, sintetizadores, secuencias y voces procesadas. Un viraje musical que ha multiplicado fanáticos pero también detractores y que en el camino provocó la salida de Riki Musso. Cuando el Musso solista lanzó ¡Formidable! (2014) demostró que lo suyo iba por otro lado y cosechó un moderado éxito que, sin embargo, no pudo escapar a la lógica revanchista de muchos que lo vieron como la contracara “todavía auténtica” del Cuarteto. El cambio musical ha ido acompañado además de uno lírico, en que Roberto Musso fue restándole espacio al humor para sumar quejas de corte existencial. Si Raro aún conservaba rastros del viejo humor, Bipolar (2009) cortó casi por completo con éste, un corrimiento desde lo humorístico hacia lo reflexivo que desembocó en cierta pérdida de cinismo, en el abandono de la provocación, dejando atrás la furia irónica de “Al cielo no” para enterrarse en el dramatismo de “Cuando sea grande”. Del hijo “retrasado mental” de “Manfredi” a la nena que “se hace fuerte, la nena no llora” de “No llora”: la primera dispara imágenes hilarantes, risa y desconcierto; la segunda nos lleva a pensar más bien que hacerse fuerte es precisamente lo contrario: llorar.
El Cuarteto de Nos, que hizo del caos y la broma sus principales armas, se fue volviendo un proyecto mucho más calculado donde la espontaneidad hace rato que no tiene lugar, ni en el estudio ni en los conciertos. El mercado latino exige una corrección política que obtura cualquier forma de humor negro. Puede ser gaucho, sí, pero power: una posible lectura del título en clave irónica –lo gauchesco seguido de lo anglosajón– desaparece con una letra más que nada literal. También desaparecieron todos los localismos y referencias populares uruguayas, porque el público objetivo ya no es Uruguay sino Latinoamérica, por más que “No somos latinos” tenga menos de veinte años. Cantar que en Colonia pegar un sello no es problema porque “siempre hay porteño que te preste la baba” no es una opción para cerrar conciertos en Buenos Aires –donde son una de las bandas más convocantes–, así como tampoco tiene sentido cantar “Tupamaro” en México DF. Es otra banda, aunque tenga el mismo nombre y casi todos sus integrantes originales, porque compone diferente, suena diferente, se viste diferente y tiene un público –más grande– diferente. Pasó de ser una banda de rock local a una banda de pop regional: su obra reciente deberá ser juzgada, entonces, de acuerdo a este nuevo paradigma –¿funciona o no como pop?– y no desde el despecho por lo que era y ya no es.
Pero la discusión realmente interesante, a esta altura, ya no es si El Cuarteto de Antes o El Cuarteto de Ahora, ni siquiera El Cuarteto de Nos, sino cuán negativas pueden ser las consabidas industrias culturales. El Cuarteto –que pasó de un contrato con Warner a uno con Sony por diez años y tres discos– es un claro ejemplo local de cómo el capital devora sin remedio el impulso creativo. En palabras del crítico cultural británico Terry Eagleton: “La industria cultural atestigua menos la relevancia de la cultura que las ambiciones expansionistas del sistema capitalista tardío, que ahora puede colonizar la fantasía y el entretenimiento tan intensamente como en su momento colonizó Kenia y Filipinas. Así que es una curiosa ironía que cuanto mayor es la presencia de la cultura de masas, más parece un fenómeno por derecho propio, pero cada vez es menos un ámbito autónomo”.1
Por encima de todo esto se impone otra cuestión: resulta imposible que una banda se mantenga durante más de 30 años componiendo y tocando de la misma forma. Los que hoy le reclaman al Cuarteto el hecho de ya no cantar canciones “como las de antes”, acaso ¿no le criticarían el hecho de seguir cantando las mismas de siempre? Si el Cuarteto siguiera hoy en día componiendo canciones como “Me agarré el pitito con el cierre” la crítica, lógica, iría por otro lado. Nos preguntaríamos cómo es que Roberto Musso, que ya pasó los 50, sigue escribiendo sobre las mismas cosas que escribía cuando tenía 20, diríamos que es conservador, que sigue robando la plata con lo mismo, que ya está grande para eso. Sea dicha, entonces, una verdad: la transformación operada desde Raro bajo la producción de Juan Campodónico fue lo que le dio al Cuarteto una segunda juventud y lo que lo convirtió en uno de los grupos más exitosos de la región, algo impensado una década y media atrás. Raro es un álbum excelente, un paso iné-
dito para la música pop uruguaya, donde todas las virtudes de Musso como compositor aparecen rodeadas de una producción impecable. Pero también supuso una renuncia cuyas consecuencias se empezaron a ver en Porfiado (2012), el punto más bajo de su discografía reciente que coincide, paradójicamente, o no tanto, con su consagración en el Grammy Latino.
El Cuarteto ha ido perdiendo eficacia compositiva al tiempo que las herramientas de producción se han ido multiplicando a su alrededor. El resultado son álbumes –como Habla tu espejo (2014) o Apocalipsis zombi (2017)– con inspiración desigual y altísima producción, que siguen fórmulas y estándares del pop internacional. Este no es un problema exclusivo del Cuarteto, ni siquiera lo es de la música; es un problema que afecta a cualquier manifestación artística sometida a las reglas del mercado. Esto genera álbumes, libros y películas que tienen todo lo circundante –aparatos de difusión masivos, producción, contratos jugosos– pero carecen de lo esencial; suenan, se leen y se ven bien, pero sólo eso, ya no trasmiten mucho más. Muy parecido a las redes sociales: nada para decir pero todos los medios para hacerlo, con la consiguiente multiplicación de intrascendencias.
- Cultura, Terry Eagleton, Taurus, 2017. Pág 167.