Blancos borrosos - Semanario Brecha

Blancos borrosos

El punto de partida es promisorio: un adolescente solitario, luego de nadar un rato en la pileta y cuidar el jardín, entra en su casa y, por casualidad, encuentra un revólver con el que se dispara dos balazos.

El punto de partida es promisorio: un adolescente solitario, luego de nadar un rato en la pileta y cuidar el jardín, entra en su casa y, por casualidad, encuentra un revólver con el que se dispara dos balazos. Por cierto que no muere, pero a nadie parece importarle lo sucedido. Ni al propio jovencito. Lo que viene después abarca a varios personajes más, entre los cuales se cuentan la madre y el hermano del chico, así como otros relacionados con los nombrados, un grupo humano que el guionista y realizador argentino Martín Rejtman utiliza para mostrar que los más jóvenes apenas musitan alguna palabra, al tiempo que los mayores pronuncian sus frases sin pausas ni descanso, como queriendo demostrar que son siempre dueños de la verdad, aunque esto a nadie le importe.

Ya se sabe que hay gente como la que antecede, y mostrarla quizás encierre su cuota de diversión, siempre y cuando la exhibición conduzca a alguna parte, lo cual, en el presente caso, podría haber sido buscar qué podría haber empujado al chico en cuestión a apretar el gatillo dos veces y, claro está, cómo vivieron los demás el episodio referido. Nada de eso sucede. Rejtman casi pierde de vista al adolescente para dedicarse, sin decir agua va, a seguirle los pasos a la madre de éste, la cual, con un impagable sentido de la oportunidad, se va de vacaciones a la playa con gente que, en su mayoría, acaba de conocer. Al principio de la “historia”, además, se había escapado un perro que, de pronto, da la impresión de reaparecer, aunque tal vez no sea el mismo. Un par de alusiones a la psicología y a quienes la practican, en un par de momentos, apuntan a señalar algo sobre el tema, pero no hay que asustarse. Todo queda por allí.

Cuando la película llega a su fin, del frustrado suicida ya nadie se acuerda y tampoco importa lo que les sucedió a quienes asomaron un rato después. Ni un alma a lo largo de toda la película –habida cuenta asimismo de un cuarteto de música antigua que el chico integra– amenazó con ofrecer un cierto contraste con la fauna mencionada como para que el espectador pudiese extraer ciertas conclusiones que hasta un viaje en un ómnibus metropolitano sería capaz de suministrar. Lo que queda, entonces, es la nada y, para peor, una nada que da a entender que Rejtman –un hombre que, cabe señalar, le presta la debida atención a la cámara y los respectivos encuadres– intentaba comunicar algo. ¿Qué sería?

Argentina, 2014

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