Como disparate, la idea es muy buena. Una invasión de alienígenas viene en forma de videojuegos pixelados, replicando a clásicos de los ochenta (más precisamente, anteriores a 1982), como Galaga, Centipede, y Pac-Man. Así es que estas toscas animaciones que poblaron las salas de maquinitas tres décadas atrás se convierten en grandes monstruos antisociales que aterrorizan y ponen en jaque al mundo entero. Los nerds que en aquel entonces pasaban la vida metiéndoles monedas a las máquinas, varios de ellos devenidos perdedores de diferente calibre, son hoy reclutados por el gobierno de Estados Unidos para combatir esta extravagante invasión. La idea es que con sus reflejos, su capacidad de leer los patrones de programación y sus enciclopédicos conocimientos con respecto a asuntos que aparentarían ser profundamente inútiles, podrían superar el desafío que los extraterrestres plantean: una serie de “juegos” muy reales en los que el grupo debe enfrentarse alternativamente con monstruos espaciales, ciempiés gigantes, una versión malévola de Pac-Man y el mismísimo Donkey Kong.
La película1 dice estar basada en el corto homónimo del francés Patrick Jean, dos minutos y medio en los que se presenta, como si fuera un sueño, este bombardeo por parte de los videojuegos, con un gran despliegue visual e ideas muy buenas (como que el Pac-Man se fuera comiendo las estaciones de metro, por ejemplo) y en la cual no existía explicación alguna para el insuceso, aunque todo ese delirio podía prestarse para alguna interpretación alegórica. Pero parecería más bien que buena parte de la “inspiración” hubiese sido tomada de un brillante episodio de Futurama, en el que Fry, bueno para nada salvo para jugar videojuegos, salvaba a la Tierra de esta amenaza.
Pero lo que como corto o como breve capítulo funcionaba, y muy bien, aquí se encuentra estirado con chistes gritones y poco efectivos, guiños adolescentes y berretas a la cultura pop (una referencia a Gandalf y Harry Potter da clara cuenta de la poca creatividad volcada en ellos) y un manifiesto desaprovechamiento de talentos (como el de Peter Dinklage, genial enano de Juego de Tronos). Adam Sandler, quien alguna vez fue uno de los más impetuosos y completos actores de comedia, ahora parece haber entrado en esa inercia en la que caen algunos veteranos (síndrome de Al Pacino, podría llamarse), por la que parecería interpretar sus papeles de taquito, sin esfuerzo y apelando a su más trillado catálogo de expresiones. A Sandler aquí se lo ve más abúlico que nunca, como si en vez de combatir a los extraterrestres fuera a aplastarlos con su desidia (o con su gran estómago).
En definitiva: poca creatividad, chistes mediocres, buenas ideas desaprovechadas. Mejor no perder el tiempo.
1. Pixels. Estados Unidos, 2015.