Claro, las preocupaciones de los comentarios de prensa de una larga lista de medios accesibles en la web –The Independent, The New York Times, The New Yorker, The Washington Post– pasan por otro lado: por lo que perdería Estados Unidos, por lo que significaría el abandono del cerno de lo que antes se llamaba “mundo libre” –Unión Europea, Japón, Corea, Australia, Canadá y Estados Unidos–, que es hoy el 60 por ciento de la economía mundial. Es sorprendente el alto grado de acuerdo en materia de política exterior entre republicanos y demócratas, pese a los disensos aparentes, que el catalizador Donald Trump vino a poner de manifiesto.
Trump quiere cobrarle más a Corea del Sur y a Japón por la protección que le da su vasto aparato militar, y seguramente (no consta que lo haya declarado) dejar librados a sus propios recursos o a una reestructura con menores costos para Estados Unidos al resto de los países. En cuanto a Europa, ya estableció que a su criterio “la Otan está caduca”. Y respecto del Golfo Pérsico, “Arabia Saudita no existiría demasiado tiempo sin nosotros”. Es cierto que allí y en media docena de reinos hay una fuerte presencia militar que a su vez permite conservar el dominio de los cielos de Pakistán a Singapur, particularmente desde una poderosa base aérea en Qatar. Medio siglo después de la cesión británica, los barcos de guerra de Estados Unidos tienen albergue en Bahréin, Singapur y Dubai.
También es cierto que esos países posiblemente puedan pagar más de lo que contribuyen a la presencia militar de Estados Unidos, pero eso no implica modificar lo que Steve Coll, en The New Yorker, llamó “las patologías tóxicas” antiestadounidenses en lugares como la patria de Osama bin Laden, Arabia Saudita. Y mejor disenso acotado que liberado, se supone que sigue el razonamiento. A lo que Trump agrega un criterio estratégico: “el petróleo hoy ya no es un factor de peso”. Albricias porque así piense.
Esa vasta influencia desde Oriente Medio y el Golfo Pérsico hasta Malasia y Singapur supo ser la pax britannica, abandonada en favor de Estados Unidos por el primer ministro británico Harold Wilson a mitad de su primer mandato (1964-70). Su ministro de Defensa Denis Healey justificó en su momento el solemne entierro del imperio británico afirmando que no le gustaba la idea de ser esclavista blanco para los sheiks. Lo cierto es que Gran Bretaña estaba endeudada y con su economía en serios problemas. Tras un segundo mandato al que Wilson renunció a los dos años, agotado, en Gran Bretaña se abrió paso la reforma conservadora neoliberal con Margaret Thatcher a la cabeza.
Al heredar esos vastos territorios con posición estratégica para los intereses occidentales, Estados Unidos consolidó su posición mundial como imperio. Ahora Trump dice “no tenemos plata”, y plantea una reestructura sin muchos y más bien pocos detalles. “Fuimos por demasiados años el matón estúpido y grandote al que todos robaban”, argumentó. El eje de sus reformas sería abaratar costos para invertir dentro de Estados Unidos en la dinamización de su economía.
Los demócratas arguyen en contra de esto que los republicanos, en su afán por bajar la carga impositiva, de todas maneras no votarían esos destinos. Pero –cualquiera diría– eso hay que verlo y vale la pena probar. El planteo de Trump puede ser endeble pero no por eso hay que dejar de apoyarlo. Es incluso contradictorio respecto de las armas nucleares (remplazarlas, aumentarlas, disminuirlas), pero a la hora de hacer números, es evidente que tener un imperio cuesta su plata. Según la argumentación en contra de este discurso de Trump, el gasto militar durante la Guerra Fría fue del 5 por ciento del Pbi, y luego bajó al actual 3,5 por ciento. Por eso en 2014 el gasto militar fue sólo de 607.000 millones de dólares, según el Banco Mundial. Esa cifra es 10,5 veces el Pbi total de Uruguay, 57.470 millones de dólares, ese mismo año.
Las críticas a Trump y sus iniciativas en materia de política exterior mencionan que en ellas se insulta a 1.500 millones de habitantes de Oriente Medio y a 120 millones de mexicanos. Eso es cierto, y alienta la presunción de que en esencia este nacionalismo xenófobo que expresa Trump es expresión del temor de la población white anglo-saxon protestant (Wasp) de quedar en minoría ante la resistencia de la cultura hispánica a ser deglutida por la licuadora de razas que funcionó en Estados Unidos hasta hace menos de un siglo. En esa perspectiva, la construcción de una muralla china para frenar la migración de latinos tiene su lógica geopolítica.
En todo caso, y aunque importante, es escasa la mención de Trump a la política que lleva adelante su país en nuestra América. Pero se puede inferir que tendrá una lógica similar a la que se aplique en otras regiones, disminuyendo su presencia y en particular su influencia. Disminuir su influencia parece un aporte sustancial al nuevo orden (o desorden) posible.
Imaginemos un continente sin el Comando Sur, sin el campo de entrenamiento por Centroamérica que sigue convocando a nuestros uniformados para que actúen según sus criterios. Tan sólo fantasear con nuestra última ola de dictaduras sin el respaldo de Estados Unidos nos define otro presente, por cierto mucho mejor. La embajada estadounidense en Montevideo no precisaría ser ese enorme búnker sobre la rambla con –dice la leyenda urbana– un túnel por debajo que permite la salida al agua. Sería otro mundo. Con nuevos problemas, es cierto, pero renovarse es vivir.