El significado real de la demostración de fuerza estadounidense en el Caribe sur aún no puede calibrarse exactamente, pero no debería ser tomado a la ligera, pese a que el despliegue está lejos de los 26 mil soldados que George H. W. Bush envió para invadir Panamá en diciembre de 1989, utilizando también el narcotráfico como justificación. La operación es más que suficiente para provocar un incidente cuyas consecuencias pueden ser muy graves.
Los supuestos hundimientos de pequeñas embarcaciones en algún lugar del océano, en caso de ser reales, constituirían asesinatos extrajudiciales realizados sin pruebas. Su única justificación es sembrar el terror. En efecto, Donald Trump se vanaglorió en la red Truth Socialel lunes 15 de setiembre: «Las fuerzas militares de Estados Unidos llevaron a cabo un segundo ataque cinético contra cárteles del narcotráfico y narcoterroristas, identificados positivamente y extraordinariamente violentos, en el área de responsabilidad del Comando Sur». Al otro día, elevó a tres el número de las embarcaciones bombardeadas en el mar cercano a Venezuela. Ya ni siquiera aportó un video borroso.
Las ejecuciones extrajudiciales fueron intensamente utilizadas por el presidente Barack Obama, premio nobel de la paz en 2009, quien encomendó 2 mil de esos «procedimientos» secretos a la CIA, principalmente en Pakistán. El más célebre fue el de Osama bin Laden, muerto a manos de un equipo de fuerzas especiales.
Cuando Trump califica a sus víctimas como narcotraficantes y narcoterroristas busca ubicarse en el marco de las dos guerras sin fin que Estados Unidos libra urbi et orbi. La primera es la «war on drugs» declarada en 1971 por Richard Nixon y profundizada por Ronald Reagan en 1981. Pero la más relevante es la «war on terror». La votó el Congreso sin establecer límites temporales ni criterios para definir la victoria. Gracias a ella, el presidente de Estados Unidos tiene la potestad de enviar tropas, hacer la guerra o asesinar a quien defina como terrorista donde y cuando le plazca.
El presidente estadounidense parece dirigir sus mensajes a un público que presupone desinformado. En efecto, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito publicó en junio su informe anual, en el que se confirma que el 87 por ciento de la cocaína que Colombia y Ecuador envían a Estados Unidos utiliza rutas marítimas del Pacífico y que solo un 5 por ciento intenta salir desde Venezuela. Eso desmiente la novedosa acusación contra el ignoto «cártel de los Soles», que dirigiría Nicolás Maduro y que, según Trump, inunda a su país de drogas.
DESPLIEGUE NAVAL INTIMIDATORIO
El 6 de setiembre el New York Times publicó un informe detallado sobre el inédito despliegue naval de Estados Unidos en el Caribe sur. Incluye ocho buques de guerra, varios aviones de vigilancia P-8 de la Armada y un submarino de ataque no identificado. El 13 de setiembre, se agregaron cinco cazas F-35, que se estacionaron en Puerto Rico.
El Iwo Jima Amphibious Ready Group –que incluye el USS San Antonio, el USS Iwo Jima y el USS Fort Lauderdale, con 4.500 marineros, junto con la Unidad Expedicionaria 22 del Cuerpo de Marines, con otros 2.200 efectivos– navegaba cerca de Puerto Rico, informaron funcionarios del Departamento de Guerra al New York Times. Ese medio reportó que el Iwo Jima está equipado con aviones de ataque AV-8B Harrier y que al despliegue se agregan dos buques de guerra con más de 90 misiles guiados (que participaron este año en la campaña contra las milicias hutíes en Yemen), y un tercero espera en el canal de Panamá, listo para sumarse al despliegue en el Caribe. También el crucero de misiles guiados USS Lake Erie y el buque de combate litoral USS Minneapolis-Saint Paul operan en la zona.
La demostración naval, apoyada en una supuesta orden presidencial secreta de julio pasado, representa una inquietante provocación para la región. Más aún si se toman en cuenta las insólitas declaraciones del secretario de Estado, Marco Rubio, luego de reunirse el lunes pasado con Benjamin Netanyahu en Israel: «Nicolás Maduro fue acusado formalmente por un jurado federal». Remedando a su jefe, agregó, sin precisión alguna: «Hay pruebas, hay cargos y hay una red criminal detrás suyo. […] No vamos a permitir que un cártel opere o se haga pasar por gobierno dentro de nuestro propio hemisferio. […] Cuando tú envías drogas a Estados Unidos, no es una cuestión interna, es una agresión directa a nuestra seguridad nacional».
Las amenazas de Rubio se suman a la arenga a los 6.500 marines del secretario de Defensa, Pete Hegseth, el lunes 8, citadas por la Deutsche Welle: «No se equivoquen, lo que están haciendo ahora mismo no es un entrenamiento. Este es un ejercicio real en nombre de los intereses nacionales vitales de Estados Unidos: acabar con el envenenamiento del pueblo estadounidense».
¿Cómo se explica esta concentración de capacidades bélicas? Pese a ser considerables, las capacidades militares reunidas por Trump en las inmediaciones de Venezuela, pero también de Colombia y Brasil, no parecen suficientes para una invasión militar. Tampoco se corresponden con el objetivo proclamado de combatir el tráfico de drogas. En efecto, la web del Comando Sur incluye una crónica sobre la actividad del USS Minneapolis-Saint Paul, entre abril y mayo pasados. Operando en apoyo de la Joint Interagency Task Force South del Comando Sur, la nave capturó tres embarcaciones, muy similares a las que supuestamente fueron bombardeadas en los últimos días. Detuvo a sus tripulantes e incautó 580 quilos de cocaína y 1.125 quilos de marihuana. Eso muestra hasta qué punto la operación actual resulta innecesaria.
Si el despliegue es algo más que un espantajo, la única hipótesis coherente debe vincularse con las tan manidas operaciones militares quirúrgicas. Ello supondría que, una vez fracasadas todas las maniobras para desalojar a Maduro del gobierno, Washington podría estar manejando su eliminación física.
DESESTABILIZAR A LOS INDÓCILES
Venezuela, Colombia y Brasil son los tres gobiernos que convocan la inquina de Trump en Sudamérica, pero es sobre Maduro que pesan las amenazas más directas. Y en un panorama en el que poco o nada resta de las garantías que brindaba el sistema de relaciones internacionales, nada puede descartarse. Solo es necesario ser poderoso para invadir, bombardear o asesinar a quien se defina como enemigo.
Frente a la realidad planteada, lo peor es simular distracción. Lo único que puede disuadir a Trump de cometer un desatino mayor es una postura regional firme. Si bien su desconocimiento de la historia es notorio, seguramente existen quienes en Washington recuerden que las agresiones contra la soberanía de los países de la región no han sido nunca un buen negocio para sus intereses.