Históricamente, las series de televisión policiales se cuentan entre las más exitosas, longevas y variadas de la televisión. Desde mediados de los cincuenta en adelante, sobre todo en la tevé occidental, las cuitas y casos de policías o detectives privados han llenado las pantallas con una amplia gama de productos –más incluso si contamos ciertas series “híbridas” en las que con premisa policial se han desarrollado productos amalgamados con médicos o abogados investigando casos y cosas–. Y este momento, bien llamado por la prensa especializada como la “primavera de la televisión”, no ha sido la excepción. Así, uno de los géneros que probablemente sea más aceptado por el público ha encontrado en años recientes los mismos picos de calidad que la tevé toda y en particular han sido las producciones de Reino Unido las que más han destacado en años recientes.
Las razones son varias. Primero que nada, es de perogrullo descubrir la alta calidad que tiene la televisión británica en cualquier tipo de género. Cadenas como la Bbc o Itv cuentan con más de 70 años de experiencia en producción televisiva y han aprendido su oficio con creces. Los británicos, además, han desarrollado un formato propio: en tanto producciones de otros países se continúan indefinidamente mientras la serie retenga su éxito, los británicos apelan a títulos de pocos capítulos –es verdad que algo más extensos que la media, es decir, de una hora u hora y media– por temporada, e incluso a pocas temporadas, concentrando la acción y el desarrollo de sus historias, y privándose por completo de capítulos “relleno”. Hay también un criterio propio a la hora de desarrollar sus series: una mirada realista del acto policial y una narrativa mucho más apoyada en lo que en el género negro se conoce como police procedural –que es basar la historia en cómo acciona la policía o el investigador, buscando que sus movimientos se correspondan con el modo en que lo hacen en la realidad–, que en inventar detectives pintorescos y excéntricos cuya genialidad rompa la norma.
Dentro de las muchas series que han surgido en los recientes años que se corresponden a este molde o siguen al menos varias pautas de las antes mencionadas, la cartelera de Netflix se nutre a voluntad. No en exclusividad, claro está, pero sí en abundancia, podemos encontrar no menos de una decena de series de corte policial nacidas en Gran Bretaña y que apelan a una narración contenida, realista y que cuentan con tremendos valores de producción, guiones contundentes y actuaciones de primera línea. De las muchas que se pueden ver –y recomendar– dentro de un catálogo que incluye Wallander, Marcella, Luther, Hinterland o la maravillosa Sherlock, entre muchas otras, cabe destacar tres que quizá no llamen tanto la atención a primera vista, pero que por variadísimas razones son de lo mejor que se puede encontrar en la televisión actual (y dentro de Netflix en particular, que en ocasiones puede abrumar por lo abundante de su oferta). Estas son The Fall, River y Happy Valley.
El padre, el esposo, el asesino en serie. Los asesinos en serie son personajes que se han sabido ganar su nicho en la televisión actual. Pero si algo nos ha quedado claro es que hay que ubicarlos narrativamente y de inmediato en alguna arista del espectro. Así, los tenemos encantadores, como el Hannibal Lecter de Madds Mikkelsen, o hasta simpáticos, como el Dexter de Michael C Hall, y en la otra esquina del ring, detestables, odiosos y aterrorizantes (como se supone que debe ser todo asesino en serie que se precie) como lo son todos los villanos de turno que pueden enfrentar héroes de series como Criminal Minds. Pero en The Fall tenemos algo distinto: Paul Spector (Jamie Dornan mucho antes de ser el atractivo Christian Grey de las 50 sombras que llevan su nombre) es un amoroso padre de familia, buen esposo, consejero escolar dedicado a su trabajo, quien además es un virulento asesino en serie que asola Belfast. Aunque la serie –11 capítulos exhibidos hasta el momento con la tercera y última temporada estrenando este año– se construye sobre su enfrentamiento con la inspectora Stalle Gibson, la policía experta que llega desde Londres a perseguirlo –una Gillian Anderson a la que parece que no le pasan los años–, lo más inquietante, lo que la vuelve distinta, en una palabra, es la construcción tan jugada y valiente de un personaje así de complejo. Un monstruo, sí, pero al no demonizarlo o idealizarlo, sino simplemente presentarlo como un humano, lo hace incluso más terrible y más angustiante de ver.
La serie –creación de Allan Cubitt y producción de la Bbc– apuesta a algo bastante arriesgado. A generar empatía con el personaje que uno debería –y de hecho lo hace– desear que sea arrestado o detenido. A mostrar, por vez primera y de manera puntillosa, algo que no todo el mundo puede querer ver: que detrás de todo asesino, por terrible que sea, hay también una persona.
El hombre que hablaba solo. John River (Stellan Skarsgård) es un policía londinense (aunque nacido en Suecia, como el actor que lo personifica) bastante decente en su trabajo, pero que arrastra la peculiaridad de sufrir constantes alucinaciones que le hacen ver y dialogar con personas que no sólo no están allí, sino que además se trata, por lo general, de los muertos cuyos casos investiga. Entre ellos, la presencia más recurrente es la de Stevie (Nicola Walker), su compañera recientemente asesinada, con la que acaso mantenía algo más que una amistad (todo el “algo más” que puede tener un tipo con los problemas que tiene River, como iremos descubriendo). Así, en estos seis episodios de la miniserie (creación de Abi Morgan y también producida por la Bbc), River y el resto de la policía investigarán el asesinato de Stevie (y algún caso más, pero la trama gira especialmente sobre ese) hasta llegar a las últimas consecuencias. Aunque en su inicio esa peculiaridad del protagonista molesta un poco –no por cómo está integrada al personaje, que lo está de manera perfecta, sino porque fastidia suponer que tenían que agregarle “condimento extra”, como si no se fiaran de que un buen policial alcanzara y sobrara– esto desaparece al segundo episodio, ya que nos damos cuenta que la serie es un policial tan llano, puro y contundente como puede serlo. Tanto River como su compañero Ira (Adeel Akhtar en tremendo personaje) y los demás policías impulsarán la investigación por cauces lógicos, bien desarrollados, coherentes y, sobre todo, convincentes. La trama pergeñada en estos seis episodios es sencillamente redonda. Gran parte de esto se basa en no hacer de River un súper policía, sino un tipo que falla, se equivoca y (más allá de andar hablando con gente que no está ahí) es completamente humano. Para ello, para conformar un personaje así de reconocible es que Skarsgård arranca como una moto y demuestra (como lo hace siempre, vamos, no es de ahora que el sueco es tremendísimo actor) que es uno de los artistas de primera línea, de esos que no fallan nunca. Hay además un gran elenco (sin dudas que Walker es notable y Akhtar un robaescenas, pero además destacan Lesley Manville, un escalofriante Eddie Marsan –aunque su personaje probablemente sea el único que rechine–, Michael Maloney y Sorcha Cusack).
Sin novedad en el valle. Catherine Cawood (Sarah Lanca-shire) es una sargento de policía del valle Calder –en Yorkshire, Inglaterra– que arrastra algunos problemas familiares, pero que no le impiden ser la mejor en lo suyo (que no es ser una súper detective, sino hacer el laburo policial ordinario, de a pie). Su mundo se pone de cabeza cuando se entera que Tommy Lee Royce (James Norton), que violó a su hija –quien poco después se suicidará– acaba de salir de prisión.
Por otro lado tenemos a Kevin Weatherill (Steve Pemberton), el contador de una poderosa empresa del valle que, al ser rechazado su pedido de aumento de sueldo, tiene la muy mala idea de proponer a un grupo de malandrines, entre los que se cuenta el mísmisimo Tommy, secuestrar a la hija de su empleador. Y así da comienzo una de las mejores series no sólo de Netflix, sino de la tevé toda, en la que se narra con un realismo descarnado la situación de ese pueblo, las condiciones de vida de esos laburantes de clase media y que profundiza, en particular, en el personaje de la protagonista. Lancashire compone el protagónico perfecto. Su Catherine es sencillamente humana, con todos los gestos, rasgos, errores, aciertos, desgracias y virtudes de cualquiera, y la actriz deja la piel en cada escena de manera sorprendente. Dentro de un elenco en el que nadie falla, tan sólo Siobhan Finneran (que interpreta a su hermana Clare) está a su altura. La trama policial es redondísima, mientras que la trama humana es lo bastante amarga como para dejar al espectador tan agotado como si se hubiera arrastrado con los codos sobre vidrios rotos.
Creación de Sally Wainwright y –sí, adivinaron– producción de la Bbc, Happy Valley cuenta por el momento con dos solidísimas temporadas.