Esa matriz se nutre de un espacio geográfico que es mucho más que eso: La Habana y sus alrededores, sus barrios y sus librerías, sus buhardillas y sus cines, pero también sus fantasmas, una melancolía que impregna el aire como esos balcones que “amenazan y amenazan pero nunca se vienen abajo”. La ciudad que aparece aquí, sin embargo, no tiene nada de folleto turístico ni de postal vintage, nada de esa mística caribeña y revolucionaria que supo perdurar sin mácula de capitalismo. Por momentos es una ciudad que afrenta el lugar común, la expectativa promedio del extranjero, como en ese pasaje donde se afirma que “en La Habana oscurece temprano y eso no es un secreto para nadie, aunque muchos la crean un ciudad iluminada”. Quizás por eso, por ese empeño en escapar del estereotipo, uno de los ...
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