Cachay - Semanario Brecha

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En seis semanas dará comienzo la Copa América, en Chile, donde Uruguay defenderá el título obtenido hace ya cuatro años gracias a la magia de Suárez y a los últimos destellos del mejor Forlán. Hoy, sin el salteño y sin el rubio, y con las eliminatorias a la vuelta de la esquina, resulta complicado concentrarse.

Si algo bueno ha tenido la globalización es que gracias a ella todas las selecciones concurren a la Copa América con todo su poderío. Lejos quedaron los años en los que un Brasil te venía con un Tulio pudiéndote traer un Ronaldo. Hoy el negocio es tal que todos los países americanos, aun los más poderosos, tienen intereses creados que los llevan a convocar a jugadores consagrados que preferirían irse a esquiar a Gstaad antes que ir a trancar una pelota con Rinaldo Cruzado

Sin embargo, la edición número 44 de la Copa América tiene varias contras. Para comenzar, se juega un año después de la Copa del Mundo que hemos tenido más cerca en los últimos 64 años. O lo que es lo mismo: son muchos los uruguayos y uruguayas que compraron pasajes y estadías en 12 cuotas en dólares, con el dólar a 22 pesos, y que hoy que está a 27 deben afrontar un panorama financiero complejo. Sin mencionar que ir a una Copa América luego de haber ido a un Mundial puede suponer una experiencia similar a la de ir el domingo al parque Palermo tras haber ido el sábado al Parque Central.

Los problemas no terminan allí: a los uruguayos, Chile se nos presenta como un país problemáticamente relacionado con los accidentes aéreos, cuyas probabilidades puede llegar a crecer de la mano de las cenizas volcánicas y de las chances de dar con un copiloto que haya estado googleando cosas inadecuadas. Uruguay jugará en Antofagasta (ante Jamaica) y La Serena (Argentina y Paraguay), las dos ciudades más al norte de las tierras de Don Francisco, ubicadas a unos 3 mil y 2.500 quilómetros, respectivamente, de nuestro país, y separadas unos mil entre sí.

El fixture del torneo es tan poco predecible que, en caso de clasificar (y si no lo hace ni como mejor tercero costará trabajo convencer a Da Silveira para que no se movilice –otra vez– para insistir en el fin del proceso Tabárez), a la celeste le puede tocar jugar en Viña del Mar, Concepción o Santiago, lo que puede derivar en un nuevo traslado interno de mil quilómetros.

¿Vale la pena viajar 5.500 quilómetros para llegar a las semifinales de una Copa América? Sin ir más lejos, en 1987 Roberto Fleitas se tomó el Luciano Federico, en un ratito llegó a Buenos Aires, jugó dos partidos, y 72 horas después volvió con la copa.

Para peor, los “cabuleros” coincidirán en que la de 2015 no será la copa de Uruguay, dado que desde 1979 a esta parte se mantiene una serie perfecta que intercala bicampeones con “monocampeones”: en 1979 salió campeón Paraguay, en 1983 y 1987 Uruguay; en 1989 salió campeón Brasil, en 1991 y 1993 Argentina; en 1995 Uruguay, en 1997 y 1999 Brasil; en 2001 Colombia, en 2004 y 2007 Brasil. En 2011 Uruguay. No hace falta ser Stephen Hawkins para concluir que en 2015 no daremos la vuelta, y que quien sí la dé la dará también el año próximo.

Porque encima eso: el año que viene la Copa América volverá a ponerse en juego. Es decir que quien la levante el 4 de julio en el Estadio Nacional de Santiago la tendrá un par de semanas y deberá cederla para los tours publicitarios previos, ya que el 3 de junio de 2016 dará comienzo la Copa América Centenario en suelo estadounidense. Porque la globalización también tiene su costado oscuro.

Pero de todos los argumentos, la ausencia de Suárez es el de mayor peso a la hora de estar hoy más preocupados por la quinta amarilla de Mac Eachen que por saber quiénes serán los convocados por el Maestro. El público celeste ve en la Copa América de Chile la posibilidad de que el centrodelantero titular del Barcelona purgue la mayor cantidad de partidos de los ocho que le quedan de suspensión tras la pena promulgada el 26 de junio de 2014. Si Uruguay logra alcanzar las semifinales, el salteño habrá purgado seis, de cara al inicio de las eliminatorias, previsto para octubre de este año. Si nos va mal, encarar el camino a Rusia sin nuestra principal figura en las cinco primeras fechas, dada la proverbial facilidad de nuestra selección por autocomplicarse las cosas cuando de clasificar a un Mundial se trata, tendremos grandes chances de volver a boicotear un evento organizado por los rusos, tal como supimos hacerlo en 1980.1

Porque jugadores, técnicos, dirigentes, periodistas y la opinión pública en su conjunto coincidirán en que el gran objetivo es el Mundial. No terminamos de jugar el de Brasil que ya estamos pensando en el de Rusia. Desde que somos una selección de elite de esas que integra el top ten del ranking Fifa (que dejó de parecernos una bosta ni bien comenzó a favorecernos), no podemos preocuparnos por torneos “de cabotaje”.

Al menos hasta que le ganemos la semifinal a Argentina y la final a Chile con gol del Tata González, que saldrá festejando y contando las estrellitas del escudo de cara a la cámara, y salga humo de nuestros celulares mientras tuiteamos “Yo 16, ¿y vos?”.
Porque en esto del fútbol, los uruguayos somos humildes y ubicados hasta que llegamos a la final.

1. En 1980 Uruguay no concurrió a los Juegos Olímpicos que se celebraron en Moscú, respondiendo a un boicot encabezado por Estados Unidos y del que participaron otras 65 naciones. Faltó previsión en las autoridades militares de la época, que no aquilataron debidamente el poderío simbólico de una medalla olímpica lograda en pleno territorio enemigo.

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