Un gran texto trágico de nuestro Florencio inspira una meditada puesta de la Comedia Nacional, no sólo por su significativa carga temática sino también por su relación con el propio teatro, las representaciones y los actores. Al mismo tiempo, un recordado sainete argentino de reconocible sabor rioplatense motiva un valioso trabajo de investigación por parte de un grupo independiente decidido a explorar las raíces de la escena de ambas márgenes.
Barranca abajo (Solís, sala Zavala Muniz), de Florencio Sánchez, en versión libre y con dirección de Marianella Morena, impulsa a sus ocho actores a transitar de la esfera de la relación que reina entre ellos a la personificación de varias de las siluetas principales de la tragedia original en sus escenas clave –aquellas que aluden a las relaciones familiares en un ambiente rural, la enfermedad incurable de una de las hijas, la manera en que los “puebleros” le faltan el respeto a ciertas honrosas tradiciones camperas–, a menudo comentadas o prolongadas por las inspiradas canciones compuestas por Malena Muyala. Éstas, junto con un par de momentos en los que asoman pasos de baile y hasta un disfrutable malambo, otorgan al espectáculo una estructura cercana a la comedia musical, un género en el cual Sánchez nunca hubiera pensado, como tampoco siglos antes lo hiciera Shakespeare en cuanto a que su Romeo y Julieta fuera a dar lugar algún día a una fascinante mezcla de bailes y canciones llamada West Side Story. Vale la pena entonces prestar atención a los presentes giros ines-perados, que aquí cumplen con la misión de revelar cómo una obra de peso puede impresionar a quien esgrime la batuta. Y todo esto, más allá de la riqueza y profundidad de sus pasajes –en este caso, la escena de amor de Robustiana y Aniceto, la muerte de Zoilo–, habida cuenta de que una nueva originalidad puede surgir cuando el responsable, luego de invocar a un gran autor, echa a volar su propia imaginación. En nombre de todo lo que antecede, resulta así apropiadamente sólido el aporte actoral de los bien entrenados Juan Antonio Saraví, Roxana Blanco, Lucía Sommer, Stefanie Neukirch, Fernando Vannet, Fernando Dianesi, Daniel Spinno Lara y Luis Martínez, listos a plegarse a los resquebrajamientos dispuestos por Morena con apreciable iniciativa a lo largo de un espectáculo que reitera que, a menudo, las metas se alcanzan por los caminos más diversos.
Tu cuna fue un conventillo (El Tinglado), de Alberto Vaccarezza, dirigida por José María Novo. A partir de una atractiva y funcional escenografía de Hugo Fernández y la provechosa utilización de los pasillos de la sala, Novo inserta a los veintitrés (!) integrantes de un elenco, de los cuales varios cumplen con la tarea de actuar, cantar y hasta bailar en la mayor parte de un desarrollo que adquiere así bien conseguidos ribetes de espectacularidad. La trama cumple con el propósito de recrear cómo era la vida de los numerosos núcleos que compartían los conventillos de Buenos Aires y Montevideo de principios del siglo pasado, donde, además de los lugareños, se daban cita inmigrantes italianos, españoles y judíos, con los inevitables problemas de amores contrariados, envidias, deudas, rivalidades, celos y estafas. Y donde, pese a todo, siempre podían filtrarse los compases no sólo de la música autóctona de los ruidosos dueños de casa sino también del tango y la milonga en sus primeros tiempos. La puesta de Novo atiende a la suma de todos esos ingredientes que asoman en el poblado texto del destacado autor (fallecido en 1959) de Lo que le pasó a Reynoso, apelando al ritmo de una especie de comedia musical tanguera, llevada adelante por los personajes típicos del sainete. El vasto elenco se adueña del escenario y aledaños, dando pie a jugosas caracterizaciones, como la del tano que compone Luis Lage, los españoles a cargo de Alejandro Camino y Carina Méndez, la contestadora Doña Prudencia de Cristina Morán, el matoncito que hace Nicolás Pereyra, el judío de Ángel Carballedas, el autor encarnado por Gabriel Sánchez, el irritable Don Julián de Washington Sassi, el Rancagua de Leonardo Franco y el Gallo confiado al cantante Nelson Pino, entre varios más. Las luces de Martín Blanchet, el vestuario de Nelson Mancebo, las coreografías, los arreglos musicales y corales, todo contribuye a poner de relieve los hallazgos de un texto ya histórico que encuentra en la fervorosa puesta de El Tinglado los mejores ecos para emprender un repaso a cómo éramos.