De los integrantes del gabinete interino del interino presidente Michel Temer, José Serra es el de más larga trayectoria política y el que más puestos de relieve ocupó. Ha sido diputado nacional, ministro de Planificación, ministro de Salud, gobernador de la más rica provincia brasileña –San Pablo– y alcalde de la más rica ciudad del país, San Pablo. Disputó en dos ocasiones la presidencia y fue ampliamente derrotado. Primero por Lula da Silva, en 2003. Y luego por Dilma Rousseff, en 2010. Ocupa un escaño en el Senado. Su origen en la política fue la Unión Nacional de Estudiantes, en el gobierno de Jango Goulart (1961-1964). Ha sido uno de los fundadores de Acción Popular, activa y poderosa organización de izquierda. En 1964, cuando el golpe instauró una dictadura que duraría 21 años, estuvo preso. Se exilió primero en Bolivia, después en Francia y luego en Chile. Con el golpe de Pinochet, se refugió en la embajada de Italia y en seguida en Estados Unidos.
Su trayectoria, un tanto común en nuestras izquierdas, es la de un giro radical a la derecha más dura. Y ese giro, en su caso particular, fue fortalecido por dos características de su personalidad: una ambición y un oportunismo cuyas gigantescas dimensiones son inversamente proporcionales a las de sus escrúpulos.
Actúa en las sombras y es conocido por ser altamente vengativo. Adepto feroz de la teoría de que para dominar es fundamental dividir, es experto en dividir compañeros para ampliar su espacio. Durante las presidencias de Fernando Henrique Cardoso, su amigo desde los tiempos del exilio chileno, quiso ser ministro de Hacienda. En el primer mandato, tuvo que contentarse con Planificación. En el segundo, volvió a insistir. Fue destinado a Salud. Logró conquistas de gran importancia, como la quiebra de patentes internacionales y la entrada de los genéricos en el país, y diseñó una política de combate al sida considerada referencia hasta hoy. Sus amigos y familiares, a su vez, lograron dudosos contratos millonarios en la industria farmacéutica. La flexibilidad de principios de Serra se mostró en todo su esplendor en la disputa presidencial con Dilma Rousseff, en 2010. Mientras alimentaba en las sombras la campaña de sectores conservadores de la iglesia contra su oponente, acusada de atea y comunista, llegó, en un solo día, a comulgar seis veces.
Declarándose feroz opositor al aborto, insinuó que Dilma estaba a favor. No por nada, se olvidó que su esposa, Mónica, había practicado uno.
Cuando el golpe institucional destinado a destituir a Dilma Rousseff empezó a ganar fuerza, su partido, el Psdb, derrotado cuatro veces consecutivas por el PT, titubeó en sumarse a la conspiración. Actuando subrepticiamente, Serra se sumó a los golpistas. Sus rivales en el partido, el senador Aécio Neves (derrotado en las presidenciales de 2014) y el gobernador de San Pablo, Geraldo Alckmin (derrotado por el PT en 2006), optaron por mantenerse al margen hasta ver cómo venía la mano.
Así Serra se transformó en el vínculo entre el Psdb, Michel Temer y demás conspiradores. Cuando Alckmin y Neves se unieron al golpe, era tarde: el espacio principal ya estaba ocupado.
Una vez más, Serra, economista de formación, quiso la cartera de Hacienda. No lo logró. Le tocó, como consuelo, Relaciones Exteriores. Estrenó indicando un vuelco radical en la política implantada por Lula y mantenida por Dilma. De su pasado de izquierdas surgió un fidelísimo peregrino del neoliberalismo más extremo.
Tan pronto supo de la defenestración de Romero Jucá, a raíz de una confesión que es una verdadera autopsia del golpe que Serra niega, voló rapidito de regreso a Brasilia. Antes, claro, hizo filtrar a los medios que era la principal opción de Temer para ocupar el puesto de Jucá, o sea, el ministerio de Planificación. Si otra vez no lo logra, sabrá imponer sus nuevas ideas en la política externa brasileña.