Vivió 73 años. Fueron casi 55 de carrera como músico profesional, en los que produjo una obra copiosa y singularmente consistente. Sin embargo, si Lô Borges tiene un lugar asegurado en la historia de la música popular (incluido este breve tributo póstumo publicado en Uruguay que ustedes están leyendo), eso se debe a una realización de cuando él tenía tan solo 19 años: el álbum doble Clube da Esquina (1972), que compartió con Milton Nascimento.
Cuando hizo ese disco, uno de los más venerados de la canción brasileña, Milton estaba consagradísimo. A pesar de que su trayectoria no era tan extensa, con sus cuatro LP editados desde 1967, no quedaban dudas de que había dejado una marca fuerte e indeleble, y no solo de Brasil: apenas salido su primer disco, fue invitado a grabar un segundo en Estados Unidos, por el sello de jazzVerve, producido por Creed Taylor y con participaciones de Herbie Hancock y Hubert Laws, entre otros. Usó ese prestigio para seguir grabando en Brasil con excelente nivel de producción y total libertad creativa, haciéndose acompañar por sus compinches de Minas Gerais. En su disco Milton, de 1970, el previo a Clube da Esquina, había tres canciones de Lô Borges, las primeras que hayan aparecido en fonograma. Lô las había compuesto cuando tenía entre 16 y 17 años. Una de ellas, «Clube da Esquina» (es realmente así, el disco de 1972 llevaba el título de una canción del disco de 1970) fue quizá la primera composición del muchacho, que no la supo terminar y se la pasó a Milton para que le inventara una melodía y le diera forma. Y otra de ellas, «Para Lennon y McCartney», fue un éxito radiofónico. Ese mismo año, el conjunto Som Imaginário grabó «Feira moderna», composición de Lô junto a su amigo de infancia Beto Guedes.
Todo eso ya era un excelente inicio de currículo para alguien tan joven, pero las autorías de las canciones eran un dato para nerds, que normalmente no se mencionaban en las trasmisiones radiofónicas. Es decir, Lô Borges era un ilustre desconocido cuando, de manera sorpresiva, Milton le ofreció compartir con él su quinto álbum. No era un reparto igualitario: el nombre de Milton aparecía más grande en la contratapa. Pero el joven Lô tenía una posición destacadísima: de los 21 surcos del álbum doble, ocho son de su autoría, y cantaba como protagonista absoluto cinco de estos, además de compartir el canto en tres de las composiciones de Milton. Su participación fue esencial para el color especial de ese disco clásico: su voz prosaica de adolescente contrasta con el timbre casi sobrehumano y atemporal de la voz de Milton. Coetáneo de los Beatles, Milton empezó a procesar la influencia del grupo británico cuando ya estaba formado. Lô, en cambio, era un beatlero nativo. Su presencia en el disco es como un soplo de frescor y juventud, y funcionó como un puente entre Milton y la siguiente generación, colaborando para el coloque tan especial de Clube da Esquina, un disco de carretera, libertad, flores, amor libre. Era un ejercicio de resistencia creativa que iluminaba el momento más terrible de la dictadura brasileña.
Cada una de las ocho canciones de Lô en ese disco es una obra maestra. La más sencilla de ellas, «Paisagem da janela», tiene aunque sea un curioso y sincero aire infantil, con una inocencia que parece una premonición de lo que sería, tres décadas después, el espíritu de Tribalistas. En el extremo opuesto, «Nuvem cigana» tiene una melodía angulosa, casi oscura, que juega en forma curiosa con las imágenes doblemente nómades del texto (además de flotar como toda nube, esa en particular es gitana). «Tudo que você podia ser» es de una originalidad llamativa: la voz de Milton flota en notas largas sobre el rasgueo folkde Lô (nadie en el Brasil de entonces tocaba la guitarra de esa manera), y los demás instrumentos se van sumando en gestos bien calculados hasta que el todo explota en un ritornelo instrumental con ritmo de baión. «O trem azul» es una balada pop, pero su progresión armónica es única y contribuye a la idea de un viaje que es literal y metafórico. «Um girassol da cor do seu cabelo» es la canción de amor por excelencia para cualquier joven posjipi brasileño, su dulzura de pronto se corta con un interludio orquestal disonante y todo se resuelve en un final repetitivo roquero muy activo.
Esa música soleada
¿Y de dónde salió ese prodigio? La numerosa familia Borges (pareja y 11 hijos) vivía en un pequeño apartamento en Belo Horizonte. En 1963 Milton se mudó al mismo edificio, y se hizo muy amigo del primero de los Borges, Marilton, y en especial del segundo, Márcio, que se volvió uno de sus principales letristas. Terminó siendo casi adoptado en el hogar de los Borges (donde entran 11, entran 12). Y ahí se dio cuenta de la musicalidad del sexto Borges, Salomão (Lô), entonces con 11 años. Le regaló la primera guitarra, le enseñó los primeros acordes y lo llevó a ver la película A Hard Day’s Night (1964), engendrando así al pequeño beatlemaníaco. Poco después, Milton se mudó a Río de Janeiro, pero Borges se siguió cultivando, hizo un grupito con Beto Guedes, aprendió el piano y empezó a componer.
Por si fuera poca cosa, su entrada principesca al mundo de la gran música popular de la mano de Milton Nascimento, y la repercusión de Clube da Esquina,le valió el contrato para sacar un disco solo, aun en 1972.
Él se había gastado todas sus composiciones en el álbum con Milton, y tuvo que componer de apuro todo un repertorio propio para ese disco que resultó encantador, sin título y cuya tapa consistía, nomás, en la foto de un par de championes gastados. El ajetreo le terminó pegando fuerte y necesitó un largo receso. Durante sus primeros años se debatió entre los impulsos creativos y el peso de ese inicio imposible de superar. Cada lanzamiento suyo fue un trabajo sólido, pero su carrera fue de lo más irregular, con interregnos de hasta nueve años entre un disco y el siguiente. Con el paso de las décadas, fueron quedando atrás las ansiedades con respecto al propio pasado y se destapó. En los 25 años que le tocó vivir del siglo XXI, editó 13 álbumes y, al morir, dejó cuatro más inéditos. Son quizá más homogéneos que sus realizaciones primeras, tendiendo a una sonoridad pop-rockcon un toque progresivo. Escuché más o menos la mitad de todo eso, sin encontrarme con una sola canción que pueda tildar de banal o rutinaria. Por sobre sus armonías sorprendentes, siempre hallaba configuraciones especiales para las melodías. Otra cosa curiosa: seguía sonando como si tuviera 18 años, como si su misión en el mundo hubiera sido inundarnos con esa música soleada, esperanzada, inteligente e inocente a la vez, llena de aventura y encanto.


