Cualquier proyecto artístico con la obra de Federico García Lorca constituye un desafío. De alguna manera, impacta en la responsabilidad e instala aquello de que «atreverse con Lorca» es liarse al péndulo de los riesgos. Pero Lastman y Bravo logran un resultado formidable. La valoración corre por el lado de los textos seleccionados y, en particular, por la actualización y contextualización de cada uno de ellos, lo que deja traslucir una vivencia personalizada del decir y el recrear. Todo son aciertos: la puesta en escena, la música y las voces, las distintas, variadas y provocativas dicciones y modos de expresar, el ambiente creado, los desplazamientos, la asignación de contextos inesperados y sorprendentes.
El concierto musical poético se inicia en un clima de reposo, de laxitud. Los artistas comienzan a arropar la escena ocupando sus espacios. El tono autobiográfico de las primeras voces ubica a los espectadores: «El pueblo está rodeado de chopos que se ríen, cantan y son palacios de pájaros y de sauces… Mi infancia es aprender letras y música con mamá… Los niños de mi escuela son hoy trabajadores del campo…».
La primera musicalización corresponde a «Mariposa en aire»: «Luz del candil,/ mariposa del aire,/ ¡quédate ahí, ahí, ahí!». La diversidad ecoica de voces dialoga con la voz que canta y el desplazamiento del velón encendido, que una mano abierta transporta desde el fondo oscuro del escenario. Se crea un ambiente en el que el poema germina, convence y conquista.
El poema «Caracola» emerge en una delicada versión musical. La sutileza de la voz de Lastman distribuye sus registros en interactiva armonía con el salterio, ese peculiar y antiquísimo instrumento. A su tiempo, Bravo acompaña haciendo cantar al mar en una caracola.
El baile flamenco interpretado por Ferreira con cierto hálito de sorpresa, se convierte en epicentro visual y sonoro que incorpora raíces a la diversidad armónica de la expresión. El bailarín, en un tiempo breve pero infinito, cruza el escenario hasta alcanzar un máximo de vitalidad y esplendor para diluirse luego en la penumbra de la cual provino.
El aire de milonga con que se escenifica «La baladilla de los tres ríos» exhibe un Lorca vivido por rioplatenses, transmitiendo una percepción vital emocionalmente intensa. Los ajustes léxicos y sintácticos, la inclusión de variantes en las articulaciones sonoras, son instancias de apropiación del texto, que se actualiza en el tiempo y en el mundo de las vivencias. Por su parte, la interpretación de «Canción del mariquita» propone una ambientación apropiada empleando distintos recursos materiales (abanicos, megáfonos) y de dicción, que logran comunicar los estados de la emoción y la acción: censura, burla, dolor.
El poema «Casida de la rosa» ingresa al recital precedido de una conversación. Con ella se introduce, de manera pertinente y oportuna, la intertextualidad «Rose is a rose is a rose is a rose», de Gertrude Stein, que, en alguna medida, ampara la presentación sonora del poema. El juego articulatorio con los sonidos y las sílabas se ejecuta con precisión, evidenciando la experiencia acumulada por ambos artistas.
Parece justo retener y destacar la imagen de aquel velón que había surgido en las sombras del escenario. En el cierre del espectáculo, reaparece en un primer plano para ofrendarse desde la mano abierta y el brazo extendido a los espectadores, mientras se oye el verso de «Despedida»: «Si muero, dejen el balcón abierto». Esta escena final posee el don y la luz necesarias para completar el tributo a Lorca.
1. El recital tuvo lugar el domingo 24 de julio en la Sala Delmira Agustini del Teatro Solís. Volverá al escenario del CCE el 19 de agosto, fecha del asesinato de Federico García Lorca.