Hace unos días, el escritor Federico Ivanier –conspicuo hincha carbonero y frecuente inspirador de esta columna– me confesó que, según su visión, la desorganización que envuelve al club en la toma de decisiones se traslada a la cancha, y sólo un líder con mentalidad ganadora (como el entrenador Diego Aguirre) podría encauzar semejante panorama.
O lo que es lo mismo: cuando la cabeza toma decisiones no del todo claras, es esperable que el personal subalterno actúe de manera análoga. Cada jugador de Peñarol juega cada partido como si fuera el último, pero no en el sentido positivo de darlo todo por la causa, sino en el de sentir que, efectivamente, si no juega un partido perfecto, puede no volver a jugar más.
La imprevisibilidad de las decisiones de la directiva comandada (¿monopolizada?) por Juan Pedro Damiani se trasluce en varios ítems. Por ejemplo, en la incorporación de futbolistas de esos que uno les ve el nombre y enseguida piensa: “éste va a fracasar”. Y va y fracasa. De esos que comparados con el más ignoto juvenil no logran alentar la más mínima credibilidad. Me dirá: “eso pasa en todos los clubes” o “no, porque Leo Gamalho es Zlatan”, y tendrá razón. Pero, por ir directamente al ejemplo, Nacional ha desarrollado una tendencia a subir jugadores juveniles y a mantenerlos en el puesto, a darles más de una posibilidad. ¿Cuánto habría demorado el Pacha Espino en ser quitado del primer equipo de Peñarol tras sus primeras performances? Seguramente muy poco. Sin embargo, en Nacional lo dejaron crecer y hoy, no sé si por lo simpático que cae o porque nos acostumbramos a no pedirle demasiado, parece haber mejorado.
Si tuviera el dinero suficiente, el Peñarol de Damiani contrataría a Guardiola, y si perdiera un clásico de verano, lo echaría para traer a Mourinho. Incluso los entrenadores que llegan con una idea –como Da Silva– se ven obligados a cambiarla al quinto partido. ¿Cómo se le explica al hincha que tenés la intención de jugar rápido y con la pelota por el piso si tenés un presidente que al segundo partido perdido empieza a averiguar cómo le está yendo a Aguirre en el Atlético Mineiro? Más sencillo es poner tres centrodelanteros y pegarle para adelante, a ver si alguno la emboca.
JUAN EL CONSTRUCTOR. Hay quienes critican a Juan Pedro por haber hecho todo lo posible por no irse del club antes de haber construido el estadio. ¿Podemos culparlo? Cuando comprendió que con su estilo de conducción intempestivo le iba a ser difícil conseguir grandes logros deportivos, buscó la posteridad a través del camino de cemento. Muchos se opusieron, otros se burlaron, y lo cierto es que en una semana se inaugura. Ya no estará Neymar para arruinarle la fiesta otra vez. Los libros de historia de Peñarol estarán obligados a hablar del presidente que construyó el estadio en la lejana Jacksonville.
Pero claro, aun en su hora más gloriosa, se tomaron decisiones difíciles de comprender. Por ejemplo, la del artista que interpretará la canción con la que se inaugurará el colosal escenario. De los artistas uruguayos consagrados e indiscutibles (o casi indiscutibles, porque un uruguayo o una uruguaya que se precie es capaz de discutirlo todo), Jorge Drexler debe ser el menos vinculable a Peñarol de todos. Hasta Fernando Cabrera, con su proverbial aversión hacia el deporte rey, inspira más “peñarolismo” que Jorge.
La canción, tras un arranque muy similar a “El Trencito del Oeste” de Piero, incluye estrofas tales como:
“Llenaste mil copas de un vino,
que el tiempo mejora.
Y a ver, ahora, quién
se anima a parar
a esta locomotora”.
Y bueno, últimamente se vienen animando varios.
LO QUE VENDRÁ. Para mejorar, Peñarol necesita empezar a ganar. Aunque las matemáticas digan lo contrario, está casi eliminado de la Libertadores y el objetivo se centrará –una vez más– en el campeonato local, ayudado por la campaña del despedido Pablo Bengoechea que aseguró la participación mirasol en la definición.
La recuperación de Forlán es acaso la última esperanza. Si bien el otrora rubio nunca fue muy afecto a ponerse el equipo al hombro, quizás le haya llegado su momento de dar la cara por el equipo y ganar partidos él solo, hasta que sus compañeros se contagien y le devuelvan al club eso que ha perdido en los últimos 15 años: la sensación de que Peñarol puede ganar en cualquier momento.
Hoy en día parece ocurrir lo contrario, y hasta el rival más débil se las ingenia para darle dramatismo a partidos que, en otros momentos de su historia, Peñarol era capaz de ganar por el mero hecho de pisar el césped del Centenario.
Habrá que ver qué pasa cuando pise el césped del Campeón del Siglo.