Por más que la argentina El secreto de sus ojos (2009) haya conquistado un público tan numeroso en ambas márgenes del Plata y varios otros países como para hacerle creer a Juan José Campanella que era un gran director, cabe recordarle a los lectores que la película –actuaciones de Darín y Francella aparte– no sobrepasaba la línea de un producto medianamente entretenido para el cual el espectador debía dejar de lado un razonamiento lógico, aceptar ciertos efectismos temáticos y hacerle la vista gorda a un par de acontecimientos escasamente justificables. Como el éxito abre caminos a menudo insospechados, no es extraño que aquel argumento pasase al mercado estadounidense, léase Hollywood, donde se decide rodar una versión en inglés con ciertos cambios de rigor –o no–, entre los que se cuenta no sólo hacer que la acción transcurra en Los Ángeles, sino también cambiarle el color de la piel a uno de los protagonistas, a pesar de que su presencia no incorpore al argumento problemas de racismo. Todo vuelve a girar entonces en torno a un crimen no resuelto y la búsqueda de un culpable, factores que involucran a la madre de la víctima, un colega e investigador amigo con quien ésta se reencuentra años después y a una jefa, vieja conocida de este último, un trío de personajes que, pese a quien pese, le permite a Julia Roberts, Chiwetel Ejiofar y Nicole Kidman echar a andar su innegable carisma. A lo largo de un desarrollo tan antojadizo como el de la versión original, asoman alusiones de peso a la amistad, el amor a través del tiempo –un puñado de flashbacks cumple con el requisito de comparar el hoy con el ayer– y la comprensión, asuntos que el libretista-adaptador y director Billy Ray no consigue hacer creíbles, más allá de la verosimilitud que Roberts, Ejiofar y Kidman se esfuerzan en trasmitir. Más difícil todavía resulta darle rienda suelta a todo lo relacionado con el descubrimiento del culpable del asesinato en cuestión para luego aceptar los argumentos en pos de una acción realmente justiciera cuyos entretelones a la platea nunca se le ocurrió imaginar. A tal respecto, cabe agregar que los efectismos argumentales rozan la inverosimilitud, un cargo que, con los debidos respetos al esfuerzo interpretativo del trío titular, asoma asimismo en los encuentros y desencuentros de personajes que dicen poco, se miran mucho y proceden por decreto. Los cambios de escenario, los panoramas ciudadanos nocturnos y una ronda de siluetas secundarias que no agregan mucho al asunto central ayudan a distraer la vista. La empresa, por otra parte, contó con el beneplácito directo de Campanella, quien figura aquí como productor ejecutivo. El hombre sabe cuidar lo que hace. Hay que reconocerlo.
Secret in Their Eyes. USA 2015