A fines de marzo comenzaron los estrenos de la nueva temporada de la Comedia Nacional, bajo la recién estrenada dirección artística de José Miguel Onaindia, cuyo perfil de gestor potencia el intercambio internacional y promete expandir el radio creativo de la Comedia. En ese contexto, subieron a escena dos puestas importantes: Carne viva, de la dramaturga uruguaya radicada en España Denise Despeyroux, dirigida por André Hübener, y Dulce pájaro de juventud, el clásico de Tennessee Williams dirigido por el reconocido director argentino Alejandro Tantanian (quien fue parte de los históricos grupos Caraja-ji y El Periférico de Objetos) y que cuenta con el protagónico de Enzo Vogrincic, una vuelta a las tablas luego del megaéxito conquistado por su papel en la película La sociedad de la nieve.
La dramaturgia de Despeyroux no era tan conocida en el medio local, si bien sus obras han sido estrenadas en Europa con gran éxito –caso de Misericordia, estrenada en 2024 en el Centro Dramático Nacional de Madrid y del que formó parte en 1982, en la que incorpora el tema del exilio y de aquel famoso «vuelo de los niños»–. Carne viva, un texto escrito en tono de comedia hilarante estrenada en la Sala Verdi, supone una excelente excusa para conocer su escritura. El montaje originalmente proponía tres escenas llevadas adelante en simultáneo y en tres espacios distintos, por lo que el público podía decidir cómo realizar el tránsito por la ficción. En esta puesta, dirigida por Hübener (en su primera dirección para el elenco oficial, aunque responsable de un largo trayecto como director del grupo independiente El Almacén), la particularidad de ese juego se resuelve con tres escenas que van variando en su orden, función tras función, y progresan con la ayuda de una escenografía móvil. Esta dinámica hace que cada noche se trate de una noche distinta y que el orden de la trama marque diferentes formas de expectación de un día a otro.
Hübener trabaja con sobrada experiencia la dirección de actores en el marco del absurdo: en sus trabajos con El Almacén ya había destacado por el montaje de proyectos plagados de personajes disonantes y bizarros (La langosta, Guns, Claudia, la mujer que se casa, entre otras), y es por ello que su elección para dirigir este proyecto resulta muy acertada. En el corazón de la propuesta habita una muy sólida composición de los personajes, unos que trabajan sobre un absurdo llevado al extremo y con un elenco que responde a la perfección a las líneas de la comedia. El elenco se compone de Soledad Gilmet y de Fernando Dianesi como los hipnotistas; Lucía Sommer es la profesora de danza; Jimena Pérez y Andrés Papaleo, sus alumnos, y Fernando Vannet, Roxana Blanco, Gabriel Hermano y Daniel Espino Lara, los policías y el comisario, respectivamente. La mezcla de universos tan distantes conjura inmediatamente la risa del público, y la rareza del montaje (la apertura musical está reservada a «Polvo de estrellas», el hit de Karibe con K) derriba la cuarta pared en minutos. Hay una clara invitación al juego, a soltar amarras.
En cuanto a la trama, la historia se emplaza en una comisaría que debió subalquilar sus espacios (llámense estos celdas u oficinas) para que una profesora de danza imparta clases y una hipnotista pueda realizar sus sesiones. De allí parten tres subtramas paralelas: clases de danza/gabinete de hipnotismo/comisaría, todas ellas al servicio de la idea de un destino que conspira contra el derrotero de los personajes. La convivencia de estas personas en el marco formal –y también legal– de la comisaría dispara situaciones inesperadas y delirantes. Y es que el trabajo sobre la idea de misticismo –cuando este raya en el delirio– recorre toda la puesta. La escenografía diseñada por Matías Dopasso acompaña muy bien estos cruces y choques, y el elenco brilla en cada una de
las composiciones.
CUERPOS CENSURADOS
El estreno de Dulce pájaro de juventud generó gran expectativa: porque es un Tennessee Williams, porque el cotejo con las distintas versiones cinematográficas siempre resulta atractivo y porque presenta como actor invitado a Enzo Vogrincic en el rol de Chance Wayne, aquel joven actor frustrado que regresa a su ciudad natal
acompañado de la estrella Alexandra del Lago (una interpretación deslumbrante de Alejandra Wolff) en procura de reencontrar a Heavenly (Dulce Elina Marighetti), su gran viejo amor. El montaje, además, recae sobre Tantanian, que se sirvió de una traducción literaria propia para esta puesta. Su nombre es una suerte de eslabón de lujo entre la dirección artística que lega Gabriel Calderón y que recae ahora en Onaindia. El ojo estuvo puesto en su estilo de dirección –además de su vasta y reconocida trayectoria– y, en particular, en su experiencia como régisseur de ópera: el montaje apunta a ser una gran puesta de teatro musical que rinde homenaje al cine de los cincuenta. En los telones se proyectan las letras de las muchas canciones que ha cosechado la obra,1 empezando por Lies, de Elton John (quien hace referencia a Williams en muchas de sus canciones).
No es la primera vez que Vogrincic participa en montajes de la Comedia (recordemos su participación como actor invitado en El gato de Schrödinger, de Santiago Sanguinetti, El lugar de las luciérnagas, dirigida por Damián Barrera, y Como gustéis, de Shakespeare, dirigida por Levón), pero sí es la primera vez que le toca componer un protagónico. Lo hace tras la gran popularidad cosechada como Numa Turcatti en la película La sociedad de la nieve, lo que resulta en un llamador extra para un público no necesariamente habitué del teatro, acaso la primera estrategia en busca de la «expansión» prometida, la atracción de nuevos públicos a las propuestas del elenco oficial. Lo cierto es que en la puesta Vogrincic demuestra cuánto añoraba volver al teatro –arte que lo formó como actor– y apela a un muy fino arco de recursos corporales (con asesoría de Carolina Besuievsky). Vogrincic compone un Chance Wayne con todas las vetas que este protagónico requiere: el vínculo sensual con la actriz en decadencia –Wolff carga en su personaje gran parte del peso que consigue este montaje– y el enfrentamiento con el padre de Heavenly, el jefe Finley –interpretado con mayor solvencia en el registro audiovisual de Mario Ferreira–. La historia, escrita hace varias décadas, cobra particular actualidad en la figura de Finley, ese político autoritario y corrupto tan cercano a la figura de algunos jefes de Estado contemporáneos, mesiánicos y violentos y entre cuyas tareas destaca la de querer censurar a los cuerpos deseantes. La dramaturgia audiovisual de la artista argentina Oria Puppo aporta mucha calidad a un dispositivo que imbrica muy bien el melodrama y los cuadros musicales. El montaje busca cruzar las fronteras del teatro y atraer también a cinéfilos y a otras (imprevistas) audiencias.
- La playlist de la banda sonora completa puede encontrarse en Spotify. ↩︎