Científicos de nueve países latinoamericanos y del Caribe, profesores, estudiantes y militantes de movimientos sociales, debatieron durante una semana aspectos medulares del modelo extractivo imperante en la región. Mucho más allá de la tradicional denuncia sobre sus efectos en el ambiente y la salud, se escuchó una amplia gama de ponencias, desde las que se focalizaron en sólidos análisis científicos hasta las que defendieron modos alternativos de vida, como el “buen vivir”.
El análisis de la alimentación fue uno de los tópicos más concurridos, que incluyó desde las exposiciones de dos clásicos, como las autoras de libros exitosos (Soledad Barruti, Malcomidos, y la francesa Marie-Monique Robin, El veneno nuestro de cada día), hasta un análisis de la dieta de Messi a cargo de la nutricionista Myriam Gorban.
La Semana de la Ciencia Digna en Salud, que incluyó al Congreso Internacional de Salud Socioambiental y el de Formación Docente, además de los encuentros de comunicación y ciencia y de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, celebrada del 15 al 19 de junio, contó con más de 70 actividades, hubo 113 disertantes en conferencias, coloquios y talleres, 110 trabajos académicos, la presentación de cuatro libros, y actuaciones folclóricas al final de cada jornada.
El documento constitutivo de la Unión de Científicos se divulgó al comienzo del congreso, el 16 de junio, fecha del nacimiento del científico Andrés Carrasco, fallecido el año pasado e inspirador de quienes se oponen a los transgénicos, desde que formulara denuncias sobre el nocivo papel de los agrotóxicos en la salud y el ambiente. La declaración sostiene que “el quehacer científico debe desarrollarse de una manera éticamente responsable”, aboga por la prohibición total de los agrotóxicos y sostiene que los impactos de la ciencia y la tecnología deben abordarse “desde la filosofía y las ciencias sociales”.
CIENCIA Y CULTURA. Los dos congresos anteriores estuvieron más acotados en cuanto a la participación de científicos y se enfocaron en las denuncias hechas por los movimientos sociales sobre los efectos de los plaguicidas. En esta ocasión los análisis y las propuestas de reconocidos científicos jugaron un destacado papel.
La docente y ex diputada argentina Marta Maffei reflexionó, en el inicio del evento, sobre la labor docente en contextos de extractivismo. “Vivimos una crisis civilizatoria que se acelera y genera confusión, cuyo epicentro es la cultura, además de una contaminación simbólica que no nos deja pensar con claridad”, dijo. Agregó que el economicismo acota la posibilidad de tener miradas holísticas.
El genetista brasileño Rubens Nodaris, de la Universidad Federal de Santa Catarina, en Florianópolis, explicó las razones culturales por las cuales “la tecnología entusiasma”, pero se extendió en las “promesas no cumplidas” de la ciencia. Afirmó que “en los últimos 70 años la ciencia está legitimando lo desconocido”, destacando el papel de la agricultura química, la nanotecnología, los organismos genéticamente modificados y la vida sintética, como ejemplos de su afirmación.
Afirmó que el modelo extractivo sobrevive sólo por los subsidios estatales y la posibilidad de externalizar sus costos ambientales, ya que éstos no se trasladan a los precios de los commodities. Con datos en la mano, mostró que –según las agencias oficiales– en las próximas décadas en Estados Unidos (el país con mayor superficie de cultivos transgénicos) un 41 por ciento de la población sufrirá algún cáncer y que uno de cada cinco morirá por ese motivo.
Uno de los principales motivos de la alimentación, ya que la dieta es cada vez menos variada y con más calorías: 75 por ciento de los estadounidenses tienen sobrepeso. Enseñando gráficas, mostró que desde 1995, cuando se liberaron los transgénicos, creció el hambre en el mundo. Y se detuvo en uno de los temas más debatidos en el congreso: las diferencias entre las previsiones que se hacen en los laboratorios y la realidad.
En Brasil, el segundo productor mundial de transgénicos, existe un grave problema para controlar las malezas súper resistentes. Entre 1996 y 2010 ese tipo de malezas se multiplicó diez veces, con 60 especies resistentes cuyo combate ya supone un 10 por ciento de los costos de producción. Por eso hizo hincapié en atender incertidumbres y riesgos, y que la ciencia debe jugar un papel precautorio.
El argentino Carlos Vicente, integrante de la asociación Grain, destacó que en toda la región hay resistencias a las nuevas leyes de semillas que impulsa Monsanto. Recordó que en Colombia, en 2011, las fuerzas armadas irrumpieron en los almacenes de agricultores arroceros en la provincia de Huila, destrozando de manera violenta 70 toneladas de semillas que iban a resembrarse, algo prohibido por la ley que protege a las patentes.
Dijo que Monsanto pretende modificar las leyes de semillas para cobrar regalías, “ahora que toda la región está sembrada con transgénicos”. Mientras la Unión Europea le negó a la multinacional el derecho a regalías, la presidenta argentina Cristina Fernández había anunciado en 2012 una nueva ley a su medida, el mismo año que la empresa decidió invertir en una planta de semillas en Malvinas Argentinas.
Hasta ahora la oposición de las organizaciones campesinas y de pequeños y medianos productores rurales, además de la oposición ciudadana que forzó la paralización de la construcción de la planta de semillas, consiguió impedir que se avanzara en esa dirección. La nueva legislación está destinada a impedir una ancestral práctica campesina como es la selección y guardado de semillas para las siguientes cosechas.
MOSQUITOS GM. La liberación de mosquitos transgénicos se considera una de las mejores formas para combatir el dengue, del que se contagian 50 millones de personas en el mundo cada año, y de las cuales medio millón necesitan atención hospitalaria. Algunas fuentes estiman que más de la mitad de la población mundial está en riesgo de contraer la enfermedad.
El ingeniero en bioquímica Camilo Rodríguez, máster en ciencias posgenómicas por el Instituto Nacional de Ciencias Aplicadas de Toulouse, Francia, analizó en detalle y con abundante material gráfico los problemas que puede generar la liberación masiva de mosquitos transgénicos al ambiente, sin contar con las debidas cautela y prevenciones.
La ingeniería genética no es precisa, dijo, contradiciendo el discurso de las empresas del sector. Los mosquitos transgénicos se crían en laboratorios y son programados genéticamente para morir en la fase larval en ausencia de un antibiótico de uso común, como la tetraciclina. Luego se liberan miles de millones en el ambiente para que superen la cantidad de machos silvestres y se crucen con hembras silvestres que son las que trasmiten el dengue. Como la mayoría de las crías muere antes de alcanzar la edad adulta, se consigue reducir la población silvestre de mosquitos Aedes aegypti, que trasmiten el dengue.
Según Rodríguez, la falta de tetraciclina en el ambiente, que actúa como interruptor genético, no es absoluta, como prevén los laboratorios. Hasta el 3 por ciento de los mosquitos transgénicos sobreviven sin tetraciclina y hasta el 18 por ciento sobrevivieron cuando se los alimentó con comida de gato elaborada con pollos criados industrialmente, que contiene el antibiótico tetraciclina.
Los efectos secundarios abundan. En Panamá se registra un aumento de la cantidad de Aedes albopictus (mosquito-tigre, asiático) por la disminución del Aedes aegypti. El primero ha sido descrito como más peligroso por ser una especie más invasiva, y podría ser difícil de combatir si llega a ser dominante en la zona. La empresa Oxitec, que libera 4 millones de mosquitos machos por semana en Brasil, no ha publicado pruebas de que la disminución de la población de mosquitos Aedes aegypti reduzca la incidencia del dengue. Además, cuando los mosquitos transgénicos de Oxitec se cruzan con mosquitos silvestres, pueden trasmitir algunos de sus rasgos genéticos a la población de mosquitos silvestres.
En suma, el caso de los mosquitos transgénicos es un buen ejemplo de la incertidumbre existente en las relaciones entre ciencia, sociedad y ambiente. La tetraciclina, por ejemplo, no existe en aguas limpias que son el hábitat natural del Aedes aegypti, pero abunda en los desechos urbanos. “Con el tiempo –destaca el ingeniero bioquímico– cabe suponer que el mosquito transgénico puede desplazar al mosquito silvestre, y puede convertirse en vector de otras enfermedades.” Más aun, algunos mosquitos genéticamente modificados pueden ser hembras que trasmitan dengue.
UN TSUNAMI INVISIBLE. El ecuatoriano Arturo Quizhpe es pediatra, fue decano de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Cuenca y es coordinador regional del Programa de Acción frente a la Resistencia a los Antibióticos (Re Act). “Lo más grave es que el problema sigue siendo invisible”, le dijo a la Bbc hace dos años. Considera que la resistencia a los antibióticos afecta especialmente a los países en vías de desarrollo, “y dentro de cada uno afecta a los sectores más vulnerables; a los niños, a los recién nacidos y a la población económicamente desfavorecida”.
En el Seminario de la Ciencia Digna, Quizhpe fue tan firme como la Organización Mundial de la Salud cuando, meses atrás, afirmó que “muchas infecciones comunes dejarán de tener cura y podrían volver a matar”. Pero en opinión de Quizhpe, “el problema no está en la catástrofe sino en el deterioro de la vida”, poniendo así distancias con los organismos internacionales que utilizan la palabra “apocalipsis” para describir el futuro inmediato. Recordó que desde la década de 1980 no se ha descubierto una nueva clase de antibióticos, por lo que la ciencia va muy detrás de los daños que ella misma produce.
Su mirada holística lo llevó a defender que “existe una sola salud” y que la salud humana está estrechamente ligada a la salud animal y vegetal, por lo que propuso establecer nuevas relaciones entre ellas, incluyendo a microbios y bacterias. Como señala la “Declaración Resistencia a los Antibióticos”, redactada por una coalición de organizaciones en Ginebra en 2014, “debemos evitar vernos en guerra contra las bacterias y aprender a vivir más armoniosamente con ellas, salvo en las raras ocasiones en las que las cepas infecciosas ponen en riesgo nuestra salud”.
En esa dirección, Quizhpe destacó que las bacterias conforman un porcentaje importante de la biomasa, que es el miedo lo que lleva al abuso de antibióticos y que “ese quilo de bacterias que tiene nuestro cuerpo es un saber clave”. Fue más lejos: “Podemos aprender de las bacterias, ellas resuelven colectivamente, conforman un súper cerebro donde no hay genios, y tienen una altísima comunicación”.
Todo indica que va creciendo, de modo lento pero constante, la porción de científicos críticos y comprometidos con sus sociedades, y no sólo con sus bolsillos. Algo que va de la mano de nuevos paradigmas que, como señalan los científicos comprometidos, pasa por suplantar la metáfora de la guerra en la relación seres humanos-gérmenes por “una metáfora más ecológicamente fundamentada, que incluya el punto de vista de los gérmenes sobre la infección”.1
No será sencillo modificar el paradigma de la guerra contra la naturaleza ni la idea de las soluciones tecnológicas a todos los problemas. Pero los paradigmas alternativos se vienen abriendo paso con notable potencia: desde los ámbitos científicos hasta los culturales, desde la experiencia histórica de los pueblos originarios hasta las comunidades religiosas. Tal vez estemos dando, como humanidad, los primeros pasos para que la sociedad vuelva a apropiarse de la ciencia y la salud; lo que pasa, de modo inevitable, por expropiársela a las grandes multinacionales.
1. La cita pertenece a Joshua Lederberg, biólogo molecular que obtuvo el premio Nobel de medicina en 1958.
[notice]Encíclica ambientalista
Alabado sea lo verde
La manía ecologista llegó al Vaticano. Para horror de desarrollistas y productivistas a ultranza, el papa Francisco difundió días atrás la encíclica “Alabado seas”, en homenaje a san Francisco de Asís. A lo largo de 192 páginas y 246 apartados, el texto destaca la relación entre la degradación del ambiente y el aumento de la pobreza en el mundo, y hace un llamado para salir de la “espiral de autodestrucción”.
“Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla”, dice la encíclica cuando analiza la relación entre la humanidad y la naturaleza. Hace una defensa especial de los “infantiles”, como definen algunos presidentes latinoamericanos a los ambientalistas: “Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo”.
Colocó el dedo donde duele al denunciar a quienes despachan el debate sobre el ambiente con argumentos simplistas: “El movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización. Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones técnicas”.
Según frei Betto, “ninguna otra encíclica contiene tanta poesía”, pero esta es además muy dura con ciertas posiciones políticas y la cultura consumista. Fiel a su propuesta de una “ecología integral” (que para Leonardo Boff es la novedad de este texto), denunció “la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada”.
El texto de Francisco establece también una íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, critica “al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología”, formula una invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, y formula una severa crítica a los líderes políticos internacionales como responsables y beneficiarios de este modelo.
Según el sociólogo francés Edgar Morin, esta encíclica papal es tributaria de la cultura latinoamericana, que coloca a los pobres en un lugar diferente al europeo, donde en su opinión son marginalizados: “En la encíclica el concepto de pobreza está vivo, como en las manifestaciones del Movimiento Sin Tierra o del pueblo brasileño”. Sostuvo, además, que el texto se entronca con las tradiciones populares argentinas, un país que “conoció tantas privaciones y donde hay una vitalidad democrática extraordinaria” (La Croix, domingo 21).
“Este mensaje –concluyó Morin– tal vez sea la primera acción para una nueva civilización”, pero no es un milagro, “porque era necesario que un papa llegara de allá, con esta experiencia humana”, dijo en referencia a la relación de Francisco con las culturas indígenas, negras y populares de esta región.
Es evidente que “Alabado seas” no tendrá la menor influencia entre los poderosos, a quienes denuncia en varios pasajes, ya sean empresarios, especuladores o gobernantes. Sin embargo, este texto potente y reflexivo será bien recibido por muchos creyentes en los cinco continentes y, en particular, por los ambientalistas que vienen siendo hostigados en muchos países como “enemigos del progreso”. Entre el 5 y el 8 de julio Francisco visitará Ecuador, donde Rafael Correa mantiene una dura pugna con indígenas y ambientalistas por sus emprendimientos mineros e hidrocarburíferos.
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