La ex primera dama, ex senadora, ex secretaria de Estado Clinton logró este martes una victoria contundente en el estado donde reside y al cual representó en el Senado por ocho años, lo que le deja la senda abierta para convertirse en la primera mujer candidata presidencial en este país.
Su contrincante, el senador de Vermont Bernie Sanders, un tábano por la izquierda que ahora queda con posibilidades puramente teóricas, tiene dinero para seguir en contienda gracias a las contribuciones de millones de posibles votantes, aunque ahora debe definir para qué continuarla.
Clinton, de 68 años, en Nueva York obtuvo el 58 por ciento de los votos y añadió 175 delegados a la Convención Nacional, en un total de 1.930 asegurados. Sanders, 74 años, tiene hasta ahora 1.189 delegados. Quedan dos meses de primarias, todavía restan 1.646 delegados por definir, y se requieren 2.383 para llegar a la convención con la postulación asegurada.
El tono de la contienda entre los dos aspirantes a la candidatura demócrata se ha agriado en semanas recientes, en particular por los ataques de Sanders, quien denuncia a Clinton como parte del sistema político dominado por las grandes corporaciones y los multimillonarios. Sanders ha movilizado a los votantes jóvenes y lo que aquí pasa por izquierda, pero las críticas que le formula a Clinton cargan con un riesgo: cuando Hillary sea la candidata presidencial para las elecciones de noviembre su adversario republicano usará hasta la saciedad los videos de Sanders denostando a Clinton.
Tras la victoria en Nueva York, Clinton cambió el enfoque de su discurso. Ya casi ni se preo-cupa por responder a Sanders, y pone la mira en la convención y más allá. Para ella el reto será traer de vuelta al redil demócrata a las multitudes de izquierdistas e independientes que quedarán frustrados por la derrota de Sanders.
Al igual que para Clinton, para Trump una victoria en Nueva York era cosa cantada, y la única duda era el margen de ese triunfo. Trump recibió el 60 por ciento de los votos, mientras que el gobernador de Ohio, John Kasich, obtuvo el 25,1 y el senador de Texas, Ted Cruz, un mero 14,5.
Hasta ahora Trump ha ganado 845 delegados a la convención, seguido por Cruz, con 559, el senador de Florida Marco Rubio –que había ganado 171 delegados antes de abandonar la contienda–, y Kasich, con 148. Quedan por elegir 733 y se necesitan 1.237 para asegurarse la postulación en la primera ronda de votación de los convencionales. Si en la primera ronda ningún candidato obtiene la mayoría absoluta, los delegados quedan en libertad de votar por quien se les antoje. Por un lado, el resultado en Nueva York trajo a Trump lo que meses de agitación no le habían dado: una mayoría clara con más del 50 por ciento de los votos.
Hasta esta semana Trump no había obtenido más del 35 por ciento en todas las otras elecciones primarias, pero como la campaña comenzó con 15 aspirantes republicanos, el resto de los votos, es decir la mayoría, estuvo repartido entre varios candidatos. De ahí que muchos de sus adversarios internos sostienen que por muy arrolladora que parezca la candidatura de Trump, más del 65 por ciento de los votantes republicanos lo ha rechazado. De hecho, incluidos los resultados de Nueva York, hay ahora 952 delegados comprometidos con otros candidatos o sin compromiso, frente a los 845 que están comprometidos a votar por Trump sólo en la primera ronda en la convención.
Esta realidad de los números explica la furia de Trump en las últimas tres semanas, en las que se ha olvidado un poco de denostar a los inmigrantes, China, México, las mujeres y todo el resto del sistema político, habitado por “estúpidos”, para enfocarse en patalear contra las reglas internas del Partido Republicano. En Estados Unidos cada partido establece sus reglas internas, y cada partido en cada uno de los 50 estados tiene a su vez sus reglas internas. Así, por ejemplo, hay estados donde el resultado de una primaria adjudica los delegados proporcionalmente a los votos obtenidos por cada candidato, y hay estados donde el candidato más votado se lleva todos los delegados. A su vez, hasta ese momento los delegados son sólo un número en proporción a la población de cada estado. Queda a decisión de la estructura del partido en cada estado la designación de las personas que irán como delegados a la convención nacional. Y aquí es donde Cruz, con más experiencia que Trump en el juego político, ha ido ganándole terreno al sabelotodo de las negociaciones exitosas.
Con persistencia, Cruz ha logrado que las autoridades partidarias en varios estados, aun en aquellos donde Trump ganó las primarias, designen como delegados a personas que asumirán el compromiso de votar por Trump en la ronda inicial de la convención, pero no necesariamente si se requiere una segunda votación. Con tales perspectivas, el Partido Republicano se encamina a una convención tumultuosa, mientras Trump sigue lloriqueando que las reglas son chuecas, que el asunto está cocinado y hay una conspiración en el partido para robarle la candidatura.