La idea fue de Victor Miron, un joven vecino de la ciudad a quien se le ocurrió un método para promover y difundir los hábitos de lectura. Miron se contactó con el alcalde y le propuso regalarles el viaje en ómnibus y tranvía a todos los pasajeros que llevaran un libro en la mano durante varios días. Así, los viajantes en vez de mostrarle al inspector el boleto pertinente deberían enseñar el libro que están leyendo. El alcalde, Emil Boc, lanzó un año después el proyecto Travelled by Book, implementando la idea desde el 4 y el 7 de junio de este año, y así los lectores pueden viajar gratis.
Si se parte de la base de que la lectura propicia más lectura y que es un hábito contagioso, el proyecto es buenísimo. Miron considera que “es mejor promover la lectura recompensando a los que leen que criticando a quienes no lo hacen”, y que con iniciativas de este tipo la gente irá encontrándole el gusto. Otras acciones de la campaña fueron pintar citas de autores clásicos y contemporáneos en los costados de los ómnibus y en lugares clave de sus recorridos, así como permitir el ingreso gratis al jardín botánico a quien vaya con un libro en la mano. Miron también está detrás de la iniciativa Bookface, que consiste en colocar en las fotos de perfil de Facebook una selfie del usuario con un libro en la mano. Quienes lo hagan obtienen de esta manera descuentos en tiendas de libros, salones de belleza, e incluso en el dentista.
Muchas veces lo único que hace falta para promover la lectura es voluntad política y un poco de creatividad. En nuestro país los obstáculos para una iniciativa así no parecen ser pocos (ómnibus destartalados que saltan en los mil y un baches de las calles, libros muy caros), pero el primer gran paso para poder llevarla a cabo sería erradicar a Petinatti del transporte público. Sólo ese cambio supondría un avance cultural de peso.