Aun sin necesidad de recurrir a estudios debidamente comprobados, hace tiempo que se sabe que los niños son las personas más inermes frente al poder de la publicidad. Las representaciones televisivas a las que asisten son –en prácticamente todos los canales– acompañadas por abundantes avisos de juguetes, bebidas y golosinas, elaborados con una estética y un ritmo no muy diferentes a los de las aventuras que están viendo. Es absolutamente increíble que, después de tantísimos años de comprobar este poder, los padres, las madres, las instituciones educativas, los estados, etcétera, acepten pasivamente esta injerencia, esto es, una “educación para lo cotidiano” útil exclusivamente para las ganancias de las empresas.
Así es común leer en distintas páginas dedicadas al asunto cómo los niños y adolescentes van dejando de apreciar las comidas y bebidas tradicionales de sus países para alinearse en el aprecio colectivo y trasnacional a comidas y bebidas industriales más o menos iguales en todas partes. Así las gaseosas y los jugos sintéticos arrinconaron a la vieja limonada y los jugos de fruta, los dulces envasados derrotaron al bizcochuelo y la compota de la abuela, la interminable estirpe de barritas y bombones más los distintos nombres de un cacao dulzón e intervenido para darle gusto a la leche dejaron en un olvido casi colonial a aquel chocolate espeso y delicioso que tenía olor y oportunidad de fiesta en el invierno.
Entonces todos chillan porque despuntan generaciones con altos porcentajes de niños gordos, que auguran adolescentes y adultos gordos. “Se calcula que en 2010 hay 42 millones de niños con sobrepeso en todo el mundo, de los que cerca de 35 millones viven en países en desarrollo”, dice la Oms. “Chile es el segundo país con más obesos de América Latina y presenta una de las tasas más altas de obesidad infantil, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (Fao)”. “Uno de cada tres niños mexicanos tiene sobrepeso u obesidad.” Y por casa: “Uno de cada cuatro niños uruguayos entre 9 y 12 años tiene sobrepeso u obesidad, y uno de cada diez presenta una obesidad severa” (Encuesta Nacional de Sobrepeso y Obesidad –Enso– 2000). Etcétera. Y en todos lados el diagnóstico sobre las causas es más o menos igual: menos ejercicio físico por las horas dedicadas a la televisión y las computadoras, y más consumo de alimentos y bebidas ricos en azúcar, sal y grasas saturadas, vulgarmente llamados “chatarra”.
Es cierto que el viejo chocolate invernal y el bizcochuelo de la abuela tenían azúcar, pero la concentración de ésta en el producto –y la concentración del producto en la vida de quienes lo consumían– era bastante diferente a la que porta hoy cualquier barrita de las que come, quizá varias veces al día o todos los días, cualquier niño. Así como que cualquier guiso o ensopado contiene sal y grasa, pero en proporciones absolutamente distintas a las que están en esas cosas envasadas en brillantes plomos, saladísimas y adictivas.
Acá hay en marcha un movimiento por meriendas sanas en las escuelas, y la ridícula medida de no poner el salero en la mesa de los restaurantes, pero que se sepa no hay por ahora ninguna restricción a la publicidad dirigida a los niños. En otros países alguna cosa se hace. En Chile, por ejemplo, a partir del 27 de junio de este año no se podrá vender alimentos con nutrientes llamados críticos y que se promocionen con juguetes. Esto abarca, entre otros, a la “cajita feliz” de McDonald’s. También se establece que los envases y etiquetas de los alimentos deben indicar todos los ingredientes que contienen, y aquellos que superen los límites fijados como recomendables deberán llevar una etiqueta con la palabra “Alto” sobre un fondo negro, y los así presentados no podrán venderse en escuelas, ser anunciados en televisión en horario infantil ni incorporar en su envoltorio ganchos o caricaturas que puedan atraer a los niños. Véase que, aun en esta loable iniciativa, no se llega tan lejos como en la lucha contra el tabaco, que no puede ser promocionado en ningún horario.
Bueno, algo es algo. Cuando los niños obesos sean uno de cada dos, quizá se llegue a la única medida sana y responsable: ninguna publicidad dirigida a los niños. Punto.