Cuando éramos niñas y llegaba el día del corso barrial, en casa se abrían los roperos para poder elegir cualquier ropa para disfrazarse. Así, se abría la puerta de lo prohibido, la puerta para ir a jugar, la posibilidad de jugar a ser adultos, de jugar a ser otres. Recuerdo, en particular, un año. Una vecina, que era una niña más grande que yo, se había hecho un disfraz de fantasma. No se le veía la cara y nos asustó a todos los vecinos. Recién al otro día supimos que era Analía.
A medida que fuimos creciendo, nos fuimos alejando de ese juego carnavalero y pasamos a ser espectadoras, a ser amantes del carnaval, esperando y cruzando los dedos para que algún conjunto nos invitara a bailar o a jugar desde el escenario.
Hemos elegido el arte como trabajo de adultas y salimos en el carnaval oficial como integrantes y técnicas, y nos hemos encontrado con muchas barreras, reglamentos, normas, exclusiones que, si bien nos acercaron al concurso del carnaval, nos alejaban de esa matriz del carnaval como juego de la libertad.
En este recorrido nos cruzamos con otras como nosotras, mujeres que aman el carnaval. Mujeres que se organizan y se juntan para crearlo y compartirlo. Después de una pandemia que nos dejó sin la fiesta y tras el dolor provocado por el estallido del fenómeno social de Varones Carnaval (@varonescarnaval), había que salir a celebrar la vida, la vida social, la alegría de la bacanal y la lucha feminista.
Tratar de llevar el juego de la niñez a nuestro oficio de adultas fue nuestra principal motivación para crear el dúo Esotéricas. Pepa y Berta son dos amigas, vecinas, que también le cantan a la luna de su barrio. En esta oportunidad presentamos De coladas, un pequeño número que dura 12 minutos, en los que cantamos, bailamos y actuamos. Simplemente somos felices.
Recuperar la esencia del juego fue de las cosas más lindas que sentimos en esta experiencia. Como profesionales del arte, desde nuestra niñez no habíamos vuelto a experimentar esa sensación de juego, de picardía, de risa, de sorpresa, de fiesta sin reglas, de un real travestismo libre, sin grandes expectativas del producto artístico. Eso representaba el carnaval de la niñez. Recordamos la libertad de jugar, la vivencia única y maravillosa de jugar porque sí, de jugar porque nos hacía bien, de imaginar cosas, de salir y entrar a distintos mundos, hacer coreos, cantar arriba de un tablado, pintarnos la cara, tirar papel picado, mojarnos con espuma. Saltar disfrazadas, correr en grupo, gritar de alegría, sudar y que no importe. Ese correteo del cuerpo que juega, del cuerpo que es feliz porque no tiene que responder a ningún canon.
Y fue así, entonces, que Más Carnaval nos abrió la puerta para ir a jugar. Hubo una convocatoria y nos anotamos en un formulario fácil y rápido. Sin categoría, sin rubros, sin límites y con el deseo como motor principal nos embarcamos en la experiencia de volver a jugar, a salir en carnaval. Implosivo Artes Escénicas nos abrió el ropero para elegir nuestros vestuarios, que derivaron en atuendos coloridos. Rejuntamos todo, maquillaje social y artístico que «se pudiera romper», hasta unas medias de mi padre, y le dimos rienda suelta al trabajo de improvisación.
Como guion para la improvisación pensamos en ideas vectores que queríamos transmitir, como el hecho de denunciar la exclusión del carnaval oficial, la poca presencia de mujeres en los escenarios, la violencia basada en género, la situación del carnaval y sus aforos limitados, y, por sobre todas las cosas, nuestro derecho al humor, al arte, al escenario y al carnaval.
Esta forma de crear y actuar ha sido abordada por diversos estudios artísticos. El carnaval forma parte del teatro popular, ese teatro al aire libre que depende de las condiciones climáticas. Es un tipo de actuación en el que se improvisa constantemente, porque, si bien tiene su estructura, se dejan espacios vacíos para dar lugar a lo que pase con el público. Esta forma de actuar se utilizó hace mucho tiempo, y encontramos un importante antecedente dentro de la comedia del arte italiana, allá por el siglo XIV. Así como la comedia, estas maneras populares de actuación se pueden denominar metodologías de actuación popular, porque, además, se caracterizaron por trabajar el humor en sus diferentes formas: la sátira, lo grotesco, lo paródico, la fragilidad, en las que siempre hay ingredientes de actualidad y crítica política. Sea cual sea la máscara –arlequín, colombina, payasa, bufón, cupletera, comediante, capo cómico (dependiendo, entre otras cuestiones, del período histórico)–, el cuerpo es el centro de la actuación en escena. La regla es: no a la solemnidad, sí al descaro y al desparpajo.
Así, entre risas, mucha diversión y muy poca presión, en cuatro horas teníamos nuestro número pronto. No teníamos que responder a un texto ni a una dirección, no había exigencias: la libertad pura de hacer lo que se nos canta, porque sí, porque es carnaval. Sin invertir dinero, más que en una bolsa de papelitos picados, pudimos montar un número que reavivó la sensibilidad lúdica y popular del carnaval que nos narra José Pedro Barrán antes de la modernidad: «El carnaval no tenía límites temporales fijos ni resultaba sencillo suspenderlo si una epidemia o la locura política se adueñaba de la ciudad […]. Lo lúdico era, para esta sensibilidad, un aspecto irrenunciable de la vida. El juego era de masas, casi nadie se sustraía a él».
«Para salir en carnaval, hay que tener disfraz, maquillaje, cuerpo loco y ganas de gozar. Personajes de la vida popular, dos vecinas que siempre darán que hablar […]. Y, si nos dejan, les vamos a invitar a vivir con nosotras la magia del carnaval.» Pepa y Berta cantan al entrar la melodía de «Sur», de Rafaela Carrá, con una letra que rememora la sencillez de la diversión, la cercanía del barrio con la fiesta. Los protagonistas son los vecinos, la gente de a pie, la doña que cocina para la familia y le gusta cantar mientras hace los quehaceres del hogar.
Tomando las prácticas esotéricas como hilo conductor y determinadas narrativas asociadas a lo sobrenatural, lo místico y al apremiante mandato new age y capitalista de ser feliz, pensamos que Pepa y Berta (personajes) podrían decir muchas cosas desde la sátira y la parodia. Desde este concepto nacen estas vecinas que somos todes. Dos vecinas cualquiera, que en carnaval quieren tirar la chancleta y salir a cantar sus verdades, sin criterios artísticos que las condicionen. Estos personajes nos sirvieron para cuestionar «lo popular»: ¿de quién es la «voz del pueblo»? Sabemos la dificultad y desigualdad que existen hoy en día para acceder a los escenarios de una fiesta que debería ser para todes. Si tenemos el carnaval más largo del mundo, por lo menos, ¡que sea el más paritario!
Al partir…
De alguna forma, sentimos que este tipo de carnaval se acerca más a nuestra idea feminista. Es, entonces, un logro colectivo que permite ir en contra de algunos de los aspectos más naturalizados del patriarcado: la competitividad y la demostración de potencias. Un carnaval construido desde el amor, con militancia y la convicción de que todes tenemos derecho a participar de esta fiesta, a divertirnos, a jugar, a disfrazarnos y a apretar el pomo cuando es carnaval.
Valoramos lo que habilita la no competencia, a nivel de género y de generaciones. Para nosotras, por ejemplo, no tener que demostrar todo el tiempo que estamos a la altura nos parece de los efectos más positivos de la experiencia. Como trabajadoras de la cultura y en defensa de nuestros derechos como tales, rescatamos construir un espacio donde encarnar la libertad real de hacer lo que queramos.
Pepa y Berta son amigas, son vecinas, no compiten, son compinches del barrio, se hacen el aguante, aunque no siempre piensen y sientan lo mismo. Desde una mirada técnica, además, los dúos trabajan esta idea conceptual de complemento y contrapunto; el dúo en sí mismo como núcleo del motor de la actuación.
Otra vivencia que rescatamos de este tipo de experiencias es que hay un lugar real para el arte de los niños. Los niños se disfrazan, juegan por los alrededores, suben al escenario, se les habilita el micrófono, viajan por el mundo de la imaginación. Esta forma de habitar el espacio construye un sentido de pertenencia al barrio, al espacio público, a la calle, al territorio, que también ha perdido presencia en una sociedad marcada por las redes y la reciente pandemia. La recuperación del arte que encontramos en cada barrio –un modo de hacer, gestionar, administrar, coordinar y crear colectivamente–, una práctica en desuso desde que los tablados y los conjuntos han tenido dueños, ha disminuido considerablemente. En este sentido, pensamos que donde hay poder hay dinero, intereses, ganancias, mercancías, que acrecientan las desigualdades y las brechas. Parece increíble, de ciencia ficción, que se haya puesto una pantalla como fondo de escenario. El Carnavalooza de Montevideo es un negocio de privados, no un patrimonio cultural de un país. La riqueza cultural está en los barrios.