No ocurre todos los días que el director del Financial Times afirme que las condiciones impuestas a un gobierno “lleno de marxistas” se parecen a una “paz cartaginesa”. Se refiere a lo que el gobierno alemán ha intentado con Grecia.
La expresión tiene su origen en las guerras púnicas de Roma contra Cartago, y los brutales términos de rendición que el imperio obligó a aceptar a los rebeldes cartagineses. Tras la tercera guerra, ya no hubo espacio para tales castigos. Cartago fue destruida y sus habitantes esclavizados.
En épocas más recientes, Keynes utilizó la expresión para referirse al Tratado de Versalles, posterior a la Primera Guerra Mundial, cuyo castigo excesivo a Alemania sembró las bases del relato histórico con el que la derecha alemana describió el fin de la guerra como una traición y que después sería rentabilizado al máximo por los nazis.
También se llamó de este modo al Plan Morgenthau, por el proyecto del entonces secretario del Tesoro de Estados Unidos de desindustrializar Alemania tras la Segunda Guerra Mundial y convertirla en un país de base agraria que ya no fuera una amenaza para nadie. En otras palabras, destruir económicamente a Alemania y condenarla a la miseria. Esa venganza no fue finalmente ejecutada, y pasó a ser sustituida por el Plan Marshall.
Alemania ha querido aplicar la misma medicina a Grecia, con la intención de provocar así su salida traumática de la eurozona y convertirla en ejemplo para los demás países europeos a lo largo de la próxima generación. Frente a la propaganda difundida por los medios alemanes de que Merkel pretendía encontrar una solución que mantuviera a Grecia en la eurozona y que la venganza diseñada por su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, no contaba con su apoyo, este domingo se ha descubierto hasta qué punto todo estaba preparado de antemano.
Se exigió a Grecia concesiones concretas, números y no simples promesas, y al final cuando éstas llegaron la canciller alegó que era muy difícil aceptar eso porque se había roto la “confianza”, sin la cual un acuerdo era casi imposible.
A primera hora del domingo se supo de la existencia de un informe interno del Ministerio de Finanzas alemán que planteaba la idea de un Grexit temporal durante cinco años. Parecía la típica idea demencial, irrealizable con los tratados en la mano (esos mismos que impiden supuestamente la quita de la deuda griega), que se puede encontrar en muchos informes que preparan los ministerios de cualquier país. O un globo sonda para meter aun más miedo.
Pero no, no era tal cosa, ni la materia con que están hechas las conspiraciones. Era muy real y terminó apareciendo en un comunicado del eurogrupo, es cierto que entre corchetes, como si fuera una idea soltada al viento con entidad suficiente para ser estudiada. Luego vinieron las condiciones a las que se refería el FT, incluido el traslado de activos griegos por valor de 50.000 millones de euros a un banco luxemburgués que es en realidad una filial de una institución financiera pública alemana, con una presidencia rotatoria que –cosas del azar– ahora está encabezada por el propio Schäuble.
No importa que la cifra sea irreal. Se suele citar 5.000 millones como la cantidad recaudada por el gobierno griego en sucesivas privatizaciones. Los planes anteriores impuestos a Grecia de ingresos por ese capítulo sólo llegaban a 23.000 millones, otra cifra poco realista, para el período 2014-2022. Se trata de un robo a gran escala para asegurarse de que un hipotético tercer rescate cuente con una serie de activos fuera del control de Atenas, para asegurarse el pago de las deudas o la confiscación de ese dinero en caso de suspensión de pagos. Y además el gobierno debía conseguir la aprobación parlamentaria de varias leyes en sólo 72 horas, algo imposible en cualquier legislativo, a menos que los diputados se limiten a firmar en la línea de puntos.
Es la clase de imposición que los alemanes habrían tenido que sufrir si hubieran prosperado los planes de Morgenthau. Es la clase de “reparaciones” que se aplican a un país que ha perdido una guerra y que se ha rendido de forma incondicional.
Este tipo de medidas confirman las peores sospechas sobre la conducta de Alemania tras el inicio de la crisis de la eurozona. Es obviamente una negación de los bellos principios de solidaridad con que están adornados los tratados de la Unión Europea. Hasta los griegos más anti-Syriza o los analistas más predispuestos a justificar las razones alemanas han quedado perplejos ante esta feroz venganza. Como no se pueden entender tales condiciones sin que haya una guerra de por medio, hay que llegar a la conclusión de que Alemania ha declarado la guerra al gobierno griego sin necesidad de mover un solo soldado fuera de sus fronteras.
Todo se venderá como un paquete de medidas duras pero inevitables, y también como una forma de solidaridad. Es lo propio de los tiempos de guerra cuando la propaganda se aplica con intensidad para retorcer el significado de las palabras.
Será también una excelente materia prima para todas las fuerzas euroescépticas en la izquierda y la derecha, que ya no tendrán que recurrir a ningún exceso retórico sino que tendrán como prueba lo que Alemania le hizo a Grecia. Supondrá un factor clave en el futuro referéndum británico sobre la pertenencia a la UE, ya que dará a la izquierda la oportunidad de resucitar la veta euroescéptica controlada desde los setenta. Y a todo el mundo le dejará claro qué supone ser miembro de la UE a partir de ahora, que pasará a ser un protectorado alemán a menos que los franceses despiertan. Porque no hay que tener dudas al respecto. Ellos están ya en la lista de tareas pendientes de Alemania.
En cierto modo, y contado de forma cínica, casi habría sido mejor que Grecia hubiera abandonado la eurozona hace tiempo. Habría sufrido lo mismo que ha sufrido hasta ahora. Para el resto de la UE, lo que ha venido después ha sido mucho peor. Ha demostrado que Alemania es el mayor peligro existente en Europa.n
(Tomado de www.eldiario.es)