Alcaravea, de Irene Reyes-Noguerol (Sevilla, 1997), ha captado la atención de lectores y críticos por igual. No es frecuente, en este siglo y en nuestra lengua, que un libro de cuentos coseche una lluvia unánime de elogios y premios. Ese reconocimiento, además, parece sostenerse más allá de las etiquetas de «mujer joven» o «autora respaldada por una prestigiosa editorial». Con un contexto tan auspicioso, se hace difícil moderar las expectativas.
El libro se compone de 12 cuentos inmersivos en los que el lector, tras el embeleso iniciático de la poesía, se ve arrastrado a la profundidad –nunca cristalina– de la comprensión. La autora jamás cede ante la tentación de evidenciar los hechos, de desenmascarar las situaciones o de explicar los pasajes más borrosos de la historia. Es en esa tensió...
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