¿Por qué desperdiciar alimentos si hay personas que los necesitan? Esa es una pregunta que rondó durante un tiempo por la cabeza del alemán Raphael Fellmer. Este hombre, autoproclamado anticonsumista, decidió desde 2010 vivir sin dinero (o casi) y, de acuerdo a su ideología, promover las heladeras sociales en Alemania.
Este proyecto tuvo su inicio en 2013 en el Markhalle IX, el mercado más popular de Berlín, donde se instaló un puesto que ofrecía comida gratuita bajo el nombre de Fair Teiler (compartidor justo). Esta primera experiencia sólo duró algunos meses por complicaciones legales, pero fue tiempo más que suficiente para que la idea se expandiera a otros puntos del país, como Kreuzberg, Wilhelmstraße, Prenzlauer Berg y Malmöer Straße. Fue así que comenzó el movimiento conocido como Lebensmitterlretter, para impedir el despilfarro de comida por parte de supermercados y almacenes. La iniciativa alberga ahora a más de 7.500 asociados y alrededor de 1.700 voluntarios, encargados de recorrer los distintos comercios para recolectar aquellos comestibles en perfectas condiciones pero considerados no vendibles. Se creó además, como base de apoyo, una página web bajo el nombre de Foodsharing, que exhibe información actualizada sobre los alimentos disponibles y en qué punto del país obtenerlos. Actualmente son más de cien los lugares que ofrecen comida gratuita a lo largo de toda la república teutona, y la mayoría de ellos se encuentran dentro de comercios que apoyan esta iniciativa, aunque también los hay ubicados en plena calle.
Veintiuno de estos puestos cuentan con refrigeradores para conservar los comestibles que lo requieren, mientras que en los demás los productos ofrecidos son no perecederos. Gracias al marco organizativo que ofrece Foodsharing, este proyecto funciona constantemente, cada quien toma de allí lo que necesita, y son reabastecidos hasta tres veces por día. El sólido compromiso social que se ha gestado en torno a la iniciativa se percibe en que son ciudadanos de todas las edades e incluso turistas de paso quienes dejan los víveres que no van a utilizar. Este círculo solidario ha llevado a que grandes empresas, como la cadena de supermercados ecológicos Bio Company, comprometieran a sus sucursales de Postdam, Berlín y Hamburgo a donar sus excedentes de mercadería para apoyar la causa.
Ciertamente, tras semejante acto de caridad existen intereses comerciales: al sumarse a esta propuesta mejora aun más la imagen “ecológica” de la empresa, y le permite colocar todos los sobrantes de las ventas, ahorrando en costos por espacios de almacenamiento y reduciendo la mano de obra necesaria para manipularlos. Sin embargo, la esencia del proyecto permanece intacta, celosamente custodiada por su gestor original, el joven Raphael Fellmer.
Junto a su esposa, Nieves Palmer (española ella), y sus dos hijos, Fellmer lleva desde hace casi seis años una vida sumamente austera, voluntariamente alejado del mundo capitalista. Veganos, asiduos usuarios de bicicleta, no cuentan con otro ingreso más que el subsidio de 145 euros que el Estado alemán brinda hasta los 20 años de edad a los nacidos en el país, dinero que emplean para cubrir la seguridad social de sus hijos, las visitas obligatorias al pediatra y las medicinas. Fellmer no posee cuenta bancaria ni ningún otro sustento económico, y lleva su estilo de vida al mundo a través del libro que publicó y de las 50 a 80 charlas que efectúa cada año. Busca compartir su visión de un mundo distinto y generar conciencia sobre el consumo de recursos, pero para no limitarse sólo a las palabras creó estos espacios de intercambio: las heladeras sociales. El proyecto también se viene extendiendo a otros países europeos, replicando valores tan esenciales como el compartir y ser solidarios.