Dos semanas atrás Brecha entrevistaba al senador de izquierda haitiano Moïse Jean Charles, llegado a Uruguay para pedir a los gobiernos de los países sudamericanos que tienen soldados en la Misión de las Naciones Unidas (Minustah) que los retiren. “No nos ayudan, nos ocupan”, decía el legislador. Las delegaciones haitianas han seguido desembarcando en Montevideo. Esta semana, pocos días después de que el Consejo de Seguridad de la ONU votara la renovación del mandato de la Minustah por un año más, hasta el 15 de octubre de 2014, estuvieron por aquí, con el mismo objetivo, dos referentes de organizaciones sociales haitianas. Brecha conversó con ellos sobre ese y otros temas
Con Camille Chalmers
Por qué están y por qué no se van
Economista, profesor universitario, secretario de la Plataforma Haitiana por la Defensa de un Desarrollo Alternativo (papda), Chalmers explica en esta entrevista, entre otros temas, las razones reales de la permanencia de las tropas de la Minustah en Haití, muy alejadas de las esgrimidas oficialmente.
—Haití ha sido tradicionalmente considerado por Estados Unidos como una suerte de reserva de recursos minerales. Desde hace muchos años, desde la primera ocupación militar del país, se sabe que hay en Haití recursos minerales en abundancia, pero ahora se han confirmado existencias más importantes que lo previsto de oro, bauxita, cobre, plata, a un nivel de concentración que los convierte en muy tentadores. Estamos hablando de reservas evaluadas en 80.000 millones de dólares repartidas a lo largo de más de 3.800 quilómetros cuadrados, gran parte del territorio del país.
Ahora mismo se está discutiendo una nueva ley de minería propuesta directamente por el Banco Mundial. Es por supuesto una ley hecha a medida de las grandes empresas trasnacionales y presentada a nivel interno como beneficiosa para el país y amigable con el ambiente Por el control de ese mercado se ha desatado una lucha entre grandes trasnacionales del sector, fundamentalmente de Estados Unidos y Canadá. La Newmont Mining Corporation, un gigante de la megaminería, gastó 30 millones de dólares en unos pocos años sólo en exploración.
Un país como Brasil, en su proyección subimperialista, tiene enorme interés en posicionarse en ese mercado. José Alencar, que fue vicepresidente bajo el segundo mandato de Lula, un gran empresario del sector textil de Brasil, fue personalmente a Haití a firmar un acuerdo de preferencias comerciales en esa área. Brasil busca además obtener prerrogativas de cara a su instalación en las zonas francas que ya están pululando en Haití (hay 14 en construcción). El propio Alencar ya está invirtiendo en ellas.
La Minustah es concebida como un dispositivo de acompañamiento de este proceso de saqueo de los recursos estratégicos del país, algo similar a lo que se hace en Congo, o en otras regiones de África ricas en minerales, en las que los cascos azules son útiles para fines de disciplinamiento y control de la población local.
INSTITUCIONALIDAD. Las decisiones de la Minustah de los dos últimos años han contribuido a debilitar la institucionalidad de un país que no necesitaba precisamente que lo poco que se había logrado construir en ese plano fuera minado. Las elecciones de octubre de 2010, las últimas realizadas en el país, fueron las peores de todo el ciclo abierto en 1990, y fue la Minustah la que controló la infraestructura técnica para llevarlas a cabo. Pero no sólo eso, también controló los resultados: la proclamación del presidente Charles Martelly, que aparecía muy atrás en la carrera, fue hecha por los generales de la misión, que lo declararon ganador. Y el colmo es que ni siquiera se han publicado los resultados oficiales de la elección. Los haitianos nunca los han conocido.
Lo paradójico es que esta inestabilidad política generada y avalada por la propia Minustah está siendo utilizada como un argumento para justificar la permanencia de las tropas: dicen que Haití es un Estado fallido y que hasta no recomponerlo no deberían marcharse. Es un argumento construido ideológicamente, porque si uno compara los niveles de violencia de Haití con los de la región son bajísimos. En Santo Domingo hay tres veces más homicidios por balas, en Trinidad Tobago más secuestros. Y ni hablar de México o Colombia. Y en ninguno de esos casos se habla de la necesidad de intervención externa. Eso tiene que ver con una actitud racista y con el rechazo a considerar a Haití una nación con derecho a autonomía. “Haití es una amenaza para la estabilidad del hemisferio”, dijo el Consejo de Seguridad de la onu cuando mandó a sus cascos azules, hace unos diez años.
VUELTA A LA AUTARQUÍA. La Constitución de 1987 descentralizaba el poder y daba a las colectividades locales la potestad de designar a los funcionarios encargados del poder territorial. Martelly y los grupos más poderosos introdujeron enmiendas para recentralizar el poder y designar directamente a esas autoridades. En los dos últimos años el gobierno ha hecho todo lo posible para no convocar a elecciones del tercio del Senado que debe renovarse en enero y las colectividades territoriales. Todos los alcaldes actuales fueron designados directamente por el presidente. Hay una clara nostalgia por la autocracia, por la época de la dictadura, en los cuadros de este gobierno instalado por la Minustah.
ESAS AYUDAS… La ayuda oficial al desarrollo propiciada por los organismos internacionales no es ayuda, es un instrumento de dominación, como ha sido ampliamente demostrado. Son ayudas que nada tienen que ver con atacar el tema de la pobreza. Por el contrario, generan endeudamiento y refuerzan el poder de los grupos dominantes. Haití lo vivió en carne propia, como una experiencia dolorosa después del terremoto de 2010. La primera reacción de Estados Unidos fue una ocupación militar con 23 mil marines y 165 barcos equipados con armas nucleares, sin ninguna consideración por la gente que estaba muriendo en la calle. Hubo entonces una instrumentalización de la catástrofe para crear una nueva situación y reforzar la dominación. Estamos hablando de un proceso que pasó de la dominación a la tutela y de la tutela a la recolonización. Después del terremoto se creó un escenario en el que los actores haitianos fueron completamente marginalizados de los espacios estratégicos de decisión: no sólo el Estado, los estamentos políticos, las organizaciones sociales, también las empresas. Entre 2010 y 2012 la Usaid, la agencia de cooperación al desarrollo de Estados Unidos, firmó 12.500 contratos con empresas estadounidenses y canadienses y sólo 22 con empresas haitianas. La mayoría de los fondos que llegaron al país después del terremoto, unos 5.000 millones de dólares, según se dice, fueron captados por las burocracias de las grandes ong y de los estados cooperantes y por las empresas extranjeras, alimentando una suerte de “imperialismo humanitario”, y el pueblo ni vio pasar ese dinero supuestamente desembolsado en su nombre.
…Y ESAS OTRAS. Hay por suerte otro tipo de cooperación, la que tenemos con Cuba desde 1998. Es una cooperación a varios niveles: por un lado los cubanos disponen en Haití de una brigada de médicos permanente, y por otro becan a estudiantes de medicina haitianos para que se formen allá. Actualmente son más de 600. La presencia de los médicos cubanos fue fundamental en la lucha contra el cólera, esa epidemia que nos trajeron los soldados nepaleses de la Minustah y que lleva causadas unas 9 mil muertes, pero que hubiera sido tres o cuatro veces peor sin la acción de los cubanos. Que por otra parte tienen perfil bajo: no hay banderas cubanas ondeando en cualquier lugar, como sí las hay de Estados Unidos o de los organismos financieros internacionales. Es una presencia solidaria, más que una ayuda, y no genera endeudamiento.
Izquierdas y resistencias
—Hay varias izquierdas en el país. Hay una izquierda socialdemócrata, encarnada por el partido Fusión Socialdemócrata, que cuenta con representación parlamentaria, que se ha ido progresivamente burocratizando y que ha terminado de hecho aliada al gobierno. Y hay otra izquierda, socialista, revolucionaria, con poca presencia en el parlamento pero que está en proceso de recomposición. Seis partidos de esa tendencia han decidido reunirse en una mesa de concertación para dar lugar al Movimiento Patriótico Democrático y Popular, cuya formación podría ser anunciada antes de febrero. Su objetivo principal inmediato será el retiro de la Minustah y la recuperación de la soberanía nacional en todos los campos.
En el terreno de lo social, uno de los hechos más positivos ha sido el acercamiento que se ha producido entre fuerzas que fueron enemigas durante mucho tiempo, por ejemplo en el sector campesino. Las reconciliaron movilizaciones contra la megaminería, contra los agrocombustibles. Cuando Lula era presidente de Brasil y George W Bush el presidente de Estados Unidos firmaron un acuerdo para potenciar los agrocombustibles. En el marco de ese acuerdo determinaron que Haití debía ser la cabeza de puente en el Caribe para desarrollar esa producción, y que el 25 por ciento de su territorio debía ser reservado a ese fin. Hubo una movilización conjunta de los campesinos denunciando ese proyecto, que supondría la desaparición de cultivos destinados a la alimentación, y otras contra la trasnacional biotecnológica Monsanto, que después del terremoto de 2010 tuvo la muy “generosa” iniciativa de regalar 450 toneladas de semillas transgénicas al país. Los campesinos quemaron públicamente parte de esas semillas, no porque fueran estúpidos ni retrasados sino porque defendían un modo de producción distinto.
Por otro lado, en junio de 2012 se conformó una coalición de movimientos sociales convocados específicamente por el tema de la gran minería y la defensa del ambiente y de recursos fundamentales como el agua. Con la Plataforma hemos hecho un trabajo de seguimiento de los emprendimientos presentes en ese sector (el gobierno ya extendió 52 permisos de prospección minera), de sistematización de la actuación de esas empresas, su estructura financiera, su historia en otros países de la región, los conflictos que enfrentaron. Fue un trabajo de gran envergadura, que llevamos a cabo con universidades estadounidenses especializadas en el área. Pero lo fundamental ha sido la labor de sensibilización, de información y formación dirigida hacia las comunidades que pueden llegar a ser afectadas. Ya hicimos cuatro seminarios con participación de compañeros de El Salvador, Guatemala, México, que tienen diez, veinte años de experiencia en conflictos mineros.
Un tuya y mía que no fue
—Haití fue pionero de la solidaridad internacionalista en el continente, en la época de las luchas por la independencia. Cuando Simón Bolívar inicia sus cruzadas libertadoras parte de Haití, y lo hace con barcos, soldados, alimentos, armas, municiones que le entrega solidariamente el país. El presidente de Haití le dice entonces: no te reclamamos nada a cambio, sólo que cuando logres la liberación de un territorio lo primero que hagas sea liberar a todos los esclavos. Era un internacionalismo construido sobre principios. A pesar de eso, bajo presión de Estados Unidos, Haití fue excluido del congreso de Panamá. Y el país sufrió una especie de soledad, de puesta en cuarentena, un aislamiento que sigue hasta hoy.
La visión internacionalista es muy importante para nosotros, para refundar la relación entre los pueblos, que ahora están muy divididos y dominados por una visión de la competencia, de la “competitividad”, según la lógica del mercado mundial que pone a competir unos países con otros.
Con Antonal Mortimé
Una misión fracasada
Cuando el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas envió a sus cascos azules a Haití les dio tres misiones: combatir la inseguridad, vigilar el respeto de los derechos humanos y reforzar las instituciones del Estado. “Ninguno fue cumplido”, dijo a Brecha Antonal Mortimé, integrante de la Plataforma de Organizaciones Haitianas por los Derechos Humanos.
Según un informe presentado por la Plataforma, cada mes de 2012 murieron en Haití más de 50 personas por heridas de bala. Y hoy en Puerto Príncipe se cometen tres homicidios por día. “Hay más muertos y violencia actualmente que antes de la llegada de la Minustah –apunta Mortimé–. Por otra parte, la misión utiliza las cifras de la violencia a su antojo: dice que está contribuyendo a resolver el tema, pero al mismo tiempo difunde cifras alarmantes en las semanas previas a que el Consejo de Seguridad vote la renovación de su permanencia. Así pasó nuevamente este año, entre junio y setiembre. Apostaría a que en las próximas semanas esas cifras van a disminuir”, dice.
La misión interviene además en la represión de manifestaciones “por el derecho al agua, por un salario mínimo, por el derecho a la vivienda, reivindicaciones sociales elementales. No debería intervenir, pero lo justifica diciendo que actúa para ayudar a una policía local carente de medios. Han matado gente y apaleado a otra”.
“¿Y qué mayor violación a los derechos humanos que ocupar militarmente un país cuyas instituciones más representativas, como el parlamento, han reclamado que las tropas extranjeras se vayan?”, se pregunta el militante social. “Por supuesto que no se puede hablar de respeto a los derechos humanos en ese marco, ni de desarrollo económico, social o cultural autónomo.”
Desinformación
—Lo que hemos visto en estas giras por América Latina es que de Haití se sabe poco y nada. Llegan informaciones mentirosas, discriminatorias, que dan la impresión de un país en catástrofe permanente que necesita bastones para poder caminar. Es una visión peyorativa e injusta.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que países que son subpotencias y que tienen presencia militar en Haití, como Brasil, no tienen interés en que la verdad se sepa. También a ellos la Minustah les es funcional, no sólo a las grandes potencias imperiales como Estados Unidos o con actitudes colonialistas como Francia o Canadá. Brasil está buscando un lugar permanente en el Consejo de Seguridad, y mostrarse en Haití le sirve.