El debut no dejó más que los tres puntos y la sensación de que sin Suárez nos costará muchísimo generar variantes en ataque. También nos hizo saber que en Chile siguen sin querernos, tal como pasó en la Copa de 1991: muchos recuerdan la imagen del goleador de aquella selección dirigida por Luis Cubilla (Peter Méndez), que tras anotar un gol le dedicó un regio corte de manga a la hinchada chilena que abucheaba a nuestros hambrientos futbolistas.1 El sábado pasado todos los que no saben qué es un par de championes hincharon por Jamaica.
Y no podemos culparlos: el bullying al que hemos sometido al pueblo chileno por su extraña propensión a creerse capaz de alcanzar la gloria para luego defeccionar, es excusa más que suficiente para que prefieran vernos morder el polvo de la derrota. Somos todo lo que ellos no tienen: chicos, lentos, de perfil bajo y con muchas copas en la vitrina. También nos envidian que acumularemos 15 años seguidos de gobiernos de izquierda y que nuestros 33 eran libertadores posta y no unos pobres mineros atrapados. Es natural que nos tengan bronca. Porque como decía el panameño Garcés, ex centrodelantero de Nacional: “Así es la vida, y así es el fútbol”.
“Ojalá ganen algo, así se calman”, tiró el Cacha. Y quizás tenga razón. Así lo ha entendido su entrenador argentino Sampaoli, que decidió no sancionar a Arturo Vidal luego de que el volante de Juventus decidiera tomarse unas copas y probar la resistencia de una Ferrari al impacto. No quiera saber las cosas que debe de estar diciendo el Toto da Silveira chileno en este momento.
Una forma de perder. Para el segundo partido ante Argentina, y pese a la derrota, no costó mucho detectar resabios de aquel equipo que en Sudáfrica nos permitió empezar a soñar con que éramos una potencia futbolística temible. Con dientes apretados y capacidad para llevar peligro al arco rival (fundamentalmente en el segundo tiempo), el del martes ante Argentina bien pudo haber sido el mejor partido de Uruguay de los últimos tiempos. Sólo faltó que alguien emulara a Luisito y la mandara a guardar, para hacerles ver a nuestros hermanos que, hoy como ayer, no nos comemos ninguna.
Pero Argentina hizo lo suyo y ganó, como históricamente ha ganado todos los clásicos rioplatenses no decisivos de la historia. Diferente será el cuento si nos toca volver a enfrentarlos. Ahí será cuestión de gritarle a Mascherano: “Te matamos el hambre con la publicidad de Uruguay Natural,2 fracasado”, o “aguante Cristiano Ronaldo, enano vomitón” a Messi, o “Martino, todavía te duele la del 88” al entrenador, otrora volante del Newell’s de Rosario que perdió la final de la Libertadores de ese año ante Nacional.
La prensa de aquel país parece presa de un ataque repentino de sensatez, y coincidió en señalar que Uruguay apeló a sus armas tradicionales (trancar, meter el peso, etcétera) para complicarle la vida a Argentina, ese extraño país donde los hinchas todavía cuestionan a Messi e idolatran a Osvaldo.
Lo que vendrá. Si la lógica se impone, Uruguay clasificará a cuartos de final como segundo o tercero de su grupo, lo que le permitirá enfrentar casi seguramente a Colombia o Chile. El primero, que ya nos eliminó del Mundial de Brasil, asoma como uno de los mejores equipos del torneo, y salvo cuando lo enfrentamos sobre el generalmente impredecible césped del Estadio Centenario, desde la era de Valderrama para acá nos suele complicar la vida.
En lo previo, jugar ante Chile nos resultaría más cómodo. No en vano en tres de las últimas cinco ediciones nos ha tocado eliminar al local, lo que en términos comerciales supone arruinar económicamente al torneo. Y si hay una selección nacida para combatir las bases del sistema capitalista, esa es la nuestra. Para los intereses económicos de la Conmebol, un nuevo campeonato ganado por la celeste olímpica supondría una experiencia análoga a que Tenfield se vea forzada a editar el especial de Villa Teresa campeón del Apertura 2015.
Para Chile, derrotar a Uruguay sería algo así como un bautismo de gloria (o “bautizo”, tal como nos enteramos hace años que se dice en Chile1). Pero como afortunadamente la televisión chilena tiene penetración casi nula en nuestras costas, será bastante sencillo sobrellevar la frustración de ver cómo “nuestra” copa termina en manos ajenas.
Después de todo, estuvimos 16 años sin verla de cerca y logramos sobrevivir. Porque sabemos que la adrenalina comienza a fluir y las calculadoras a funcionar recién con las eliminatorias, y no antes.
1. En referencia a que Cubilla quería “jugadores con hambre”, es decir, jugadores del medio local, por oposición a los “repatriados”.
2. Resulta curioso que en el discurso habitual del ciudadano de derecha tipo esté instalada la crítica a “los vagos del Mides que financiamos con nuestros impuestos”, pero que nadie se queje por haberle pagado a un futbolista argentino que si fuera uruguayo estaría jugando en Boston River.
3. Se refiere a la recordada anécdota registrada allá por 2011, cuando varios jugadores chilenos –entre ellos Arturo Vidal– llegaron borrachos de un “bautizo”, en lo previo al partido que Uruguay le ganó a los trasandinos con cuatro goles de Suárez.