Fallecido en París este 2 de marzo, fue un notable profesor, psicoanalista y traductor uruguayo. Egresado de la sección Literatura del Instituto de Profesores Artigas (Ipa), ejerció a la vez la docencia y la psiquiatría desde mediados de la década del 60 en Montevideo, para radicarse como exiliado político en París durante la dictadura militar. Allí se convirtió en un psicoanalista eminente y en un ensayista en temas de psiquiatría, derechos humanos y literatura que colaboró en publicaciones de nuestro país. Entre otras, en Brecha.
En el principio fue la poesía, específicamente Baudelaire y Las flores del mal. El profesor Gómez Mango era el traductor del volumen que publicó Ediciones de la Banda Oriental en 1968, y que siguió reeditándose a lo largo de los años; el responsable de que Charles Baudelaire fuera conocido por todos los estudiantes de secundaria a través de una traducción sensible e inteligente y de un prólogo que los profesores repasamos una y otra vez con la sensación cierta de estar aprendiendo de otro profesor, también uruguayo. Es, 1968 asimismo, el año en que empezó a difundirse Capítulo Oriental, una serie dedicada al estudiante y al profesor de literatura, y que permitió que se tomara en serio la literatura uruguaya, tanto a los autores como a los críticos. No era la primera vez, pero sí la más masiva, en la que se aprovechaba el talento de los intelectuales de la generación del 45 y a los nuevos egresados del Ipa para crear, junto con la difusión de conocimiento, la tradición de un discurso crítico nacional.
A esa corriente perteneció Gómez Mango, que había egresado del Ipa hacía poco; un Ipa muy diferente al actual, de diez estudiantes por generación que lograban superar un examen de ingreso muy exigente. Esos diez eran alumnos de los profesores de la generación del 45 que habían contribuido a la creación del Instituto, como se lo llamaba entonces: Guido Castillo, Domingo Bordoli, José Pedro Díaz, Carlos Real de Azúa. Precisamente con uno de ellos, Bordoli, Edmundo concibió la idea de traducir a Baudelaire a partir de la doble condición de francófono y de lector de poesía. Esas Flores del mal de Ediciones de la Banda Oriental sustituyeron las versiones anteriores de Baudelaire que circulaban, entre otras la de Editorial Losada, que tuve que usar yo en preparatorios justo el año anterior. No había tradición de traducciones uruguayas, y las publicaciones de La Casa del Estudiante eran, por lo general, apuntes de clase o transcripciones del griego o del latín desde el francés. De manera que esta publicación vino a sacudir el ambiente con un cimbronazo que duró unos años, generó los trabajos de Editorial Técnica,1 e hizo sentir que era posible animarse a publicar, a comentar, a hacer panoramas de toda la literatura sólo con lo que se había aprendido en el Instituto.
De manera que Gómez Mango guiaba el aprendizaje de Baudelaire y de la poesía francesa desde, al menos, la década del 70. “Correspondencias”, “Perfume exótico”, “El balcón”, “Recogimiento”, “Al lector”, “A una carroña”, “Himno a la belleza”, “El albatros”, pero también la noción de spleen, de dandy, de símbolo, de romanticismo llegaron y se instalaron en la conciencia del profesor de literatura como lo que había que saber, pero también que disfrutar. Edmundo era el dueño de la voz uruguaya que modulaba el ritmo y los matices del francés, que procuraba preservar los sonidos, la rima, el metro, para que de allí surgiera, para muchos estudiantes, la idea de una literatura que valía la pena retener.
Sucede que, además, Edmundo era el novio de Assia Viera, compañera mía del Ipa. No fue sólo la frecuentación del libro, sino del propio Edmundo, lo que me permitió conocerlo en esos años previos a la partida de ambos a París en 1976. Sabíamos que era médico, que era psiquiatra, que había hecho los últimos años de medicina al mismo tiempo que el Ipa; la extrañeza de ver que la misma persona, dueña de un humor fino y serio, era capaz de ocuparse tan a fondo de dos disciplinas, contribuyó a su prestigio, bien ganado. Pero además, entre otras cosas, hizo la Agregatura en Literatura General 3 con nuestro profesor José Pedro Díaz (el sistema de agregaturas, que terminó en la dictadura, era el equivalente a la práctica docente de Secundaria, que muchos profesores hacían con los profesores titulares a fin de aspirar más tarde a sus cargos). Asistió, por lo tanto, a las clases de José Pedro de 1972 junto con nosotros, y un día se hizo cargo del grupo para darnos, en el mismo salón del Iava, en el segundo patio, donde funcionaba el Ipa en ese entonces, una clase sobre Papá Goriot, de Balzac, y en especial sobre Vautrin, el personaje demoníaco que obsesiona a Rastignac en la obra. Ahí vimos a Edmundo en otra faceta, la de conocedor de los mecanismos de la prosa narrativa y de la creación de personajes; a la misma luz romántica, en el mismo clima que hacía verosímil la poesía de Baudelaire, porque al fin y al cabo es la misma época, la misma cultura. En esa clase entendimos, de un modo diferente al que nos proponía José Pedro Díaz a Balzac, la relación de sus obras con el Prólogo a La Comedia Humana (cuyo análisis Díaz estaba redactando en ese momento) y el proyecto general de la novelística de Balzac en La Comedia Humana. Lo cual, si se le agrega el entusiasmo, si se tiene en cuenta el tipo de conocimiento que uno adquiría en el Ipa en esos años, consistía en aprender, fundamentalmente, a pasar de un conocimiento al otro y manejar los insumos intelectuales que nos aportaban libros y profesores para producir otros. Era otro Uruguay, era otra fuerza, otra confianza en la literatura y en el futuro de nuestra práctica como docentes y como intelectuales. Y Edmundo, unos años mayor que nosotros, pero no muchos, encorpaba (para usar un verbo de Real de Azúa) buena parte de esa fuerza.
Una vez me confió que Real de Azúa había sido el mejor profesor que había tenido. No Bordoli, no Guido, no José Pedro: Carlitos Real de Azúa. Yo estuve de acuerdo y sumé a Jorge Medina Vidal; en todo caso, se podía elegir bien. Esa apertura mental que propició Real de Azúa para nosotros, esa manera de encarar la literatura como algo más que literatura, y sobre todo la posibilidad de ser protagonistas de nuestra carrera literaria es lo que representaba Edmundo para nosotros, en ese Uruguay en que responsabilidad social y nivel intelectual se autoimplicaban.
En 1976, Assia y él se exiliaron en Francia. Ya era jefe de la clínica psiquiátrica de la Facultad de Medicina. Cuando llegó, además de trabajar en el Centro Minowska, para la ayuda a perseguidos políticos, se dedicó de lleno al psicoanálisis, y llegó a ser presidente de la Asociación Psicoanalítica de Francia. Pero no abandonó ni la literatura ni Uruguay. Escribió un libro sobre Gelman (Sobre la poesía de Juan Gelman: el llamado de los desaparecidos, Calicanto, 2004) y varios artículos sobre autores y temas políticos y teóricos, publicados en Papeles de Montevideo, en la revista de la Biblioteca Nacional, en la de la Asociación Psicoanalítica, en Brecha. En todos ellos pasa de la literatura al psicoanálisis como si hubiera encontrado una lengua común; no forzando un enfoque de la literatura desde afuera, como la mera aplicación de conceptos técnicos, sino desde la comprensión profunda de la unidad del lenguaje para abordar ambos campos. Los temas del destierro, de la nostalgia, de la pérdida y la desaparición aparecen en sus ensayos como ocasiones de probar el lenguaje desde el conocimiento cabal, razonado, del tema que se aborde, como impulsos para entender al ser humano. Esa condición de exiliado, de alguien que se aparta de sus raíces para germinar en otro lado, le sirvió para entender a otros muchos en su misma situación, pero también para estudiar (porque esa es la impresión que da leerlo: que está estudiando en ese momento, mientras escribe) a la vez desde la literatura y desde el psicoanálisis lo que les pasa a los seres humanos en situaciones límite; cómo el lenguaje procesa –describe, analiza, dice– lo que le sucede, lo que lo conmueve, lo que lo modifica para siempre.
Para acceder a esas profundidades, la literatura, aliada al psicoanálisis, es esencial. Por eso en 2012, junto con J B Pontalis, otro psicoanalista célebre, publicó Freud con los escritores (Buenos Aires, Nueva Visión, 2014), un trabajo excelente donde ambos revisan la relación que Freud mantuvo con autores que leyó o que conoció personalmente: Shakespeare, Stefan Zweig, Thomas Mann, Goethe, Dostoievski son vistos a la luz de lo que, directa o indirectamente, aportaron a Freud y al psicoanálisis. En el prólogo, Gómez Mango se pregunta: “¿Acaso el psicoanálisis y la literatura no apuntan a un mismo objeto, a saber, reflejar la complejidad del alma humana, revelar su carácter conflictivo, perturbador, oscuro?”. Esa búsqueda de la verdad en lo incomprensible, ese intento incesante de traducir la experiencia humana, es tal vez el signo más fuerte de la vida intelectual de Edmundo, de su singularidad tan fina como sólida. Freud con los escritores es una buena manera de entender y valorar lo que hizo, pero no la única.
1. Los manuales de Editorial Técnica fueron publicaciones críticas sobre autores, movimientos y períodos literarios, dedicadas a estudiantes de secundaria, en las que colaboraron docentes de nuestro país, por lo general egresados del Ipa. Servían como materiales de auxilio del curso. Antes de eso, salvo raras excepciones, no había publicaciones críticas para los estudiantes. Menos en una forma tan masiva y abundante (se trataba de cubrir todos los temas de los programas de literatura).