Media docena de personajes, algunos de los cuales apenas se entrecruzan, le bastan al inglés Alan Ayckbourn para brindar un panorama de los tantos seres anónimos que viven y luchan en una gran ciudad que ignora sus esfuerzos por encontrar la felicidad, o algo que al menos se le parezca. Aquellos que cuentan con un empleo, lejos del trabajo exhiben facetas imprevistas que, sin embargo, pueden complementar la descripción de alguien que pasa cerca del espectador sin que éste pueda precisar qué le sucede. Un par de siluetas femeninas, por más que brinden una primera impresión de querer llevar adelante una existencia organizada, descubren poco después dudas y debilidades que pueden conducirlas a tomar decisiones repentinas con los cambios que las mismas traigan aparejados. También hay lugar para quien desea tener un escritorio sin saber muy bien qué puede hacer con él. Por cierto que todos ellos, como se ha dicho –y como todo el mundo–, desean ser felices y no saben muy bien cómo conseguirlo, una ignorancia que los empuja a equivocarse y, más de una vez, a pretender ser lo que no son . Tal lo que pinta el dramaturgo a lo largo de las idas y venidas de un sexteto de solitarios que no aciertan a dejar de serlo. Si alguno de ellos pudo alguna vez compartir su vida con alguien, ese pasado quedó atrás y la soledad vuelve a insinuarse con indeseable persistencia.
Todos se equivocan, pero siguen adelante, como lo hace el resto –o casi– de sus semejantes, incluidos los que se sientan en la platea y se ríen o sonríen al descubrir que varias de las actitudes y reacciones de los que pisan el escenario resultan sospechosamente reconocibles. La vida de los demás puede ser triste, pero como aparentemente no es la nuestra, nos parece cómica. Ayckbourn se las arregla de todos modos para hacernos saber que esos “demás”, que respiran y se mueven frente a nuestros ojos, somos también nosotros. Y eso no es tan cómico, claro.
Una conclusión que el director Jorge Denevi maneja con la sutileza del caso al seguir los pasos inciertos, discutibles y raramente acertados de un puñado de semejantes que un afinadísimo elenco integrado por Pepe Vázquez, Julio Calcagno, Ileana López, María Mendive, Emilio Pigot y Mariana Lobo interpreta sin perder nunca de vista sus contradicciones. La cansada calma del personaje de Vázquez, la disimulada curiosidad de Calcagno, los dobleces de conducta de López, el súbito histerismo de Mendive, la crónica indecisión de Pigot y la compostura aparente de Lobo salen así a relucir en una trama tan sorprendente como disfrutable que Denevi resuelve con criterio cinematográfico en los propicios espacios dispuestos por la escenógrafa Carolina Suárez Vigneau, que Eduardo Guerrero se encarga de iluminar con precisión. La banda sonora, jazzística en su mayor parte, y seleccionada por el propio Denevi, contribuye a armar los distintos climas de una puesta cuya agilidad no va en desmedro de la inteligencia con que plantea su culminación.
Del Anglo, sala 1, sábado 14