Corriendo de atrás - Semanario Brecha

Corriendo de atrás

Italia, el centro europeo de la pandemia.

Médico trabajando en la nueva unidad de cuidados intensivos por coronavirus del hospital de Brescia, Italia / Foto: Afp, Piero Cruciatti

Algunas visiones subvaloran lo apocalíptico de la experiencia italiana, nueva línea de frente, después de China, en la lucha contra la enfermedad. Hay más de 33 mil casos positivos confirmados y la cantidad de muertos ya superó a la de los asiáticos. El país entero vive encerrado desde hace más de diez días, con múltiples emergencias: la sanitaria, la económica y social, y la política.

LA EMERGENCIA SANITARIA. El urbanista y arquitecto Vittorio Gregotti, autor de miles de obras en todo el mundo, soñaba con llegar a sus 100 años. Se fue en un tris. En la residencia de ancianos de Quinzano d’Oglio, en la provincia de Brescia, en el Norte de Italia, ya murieron 19 de unos treinta huéspedes. En Cingoli, en Las Marcas, hay otra residencia donde dieron positivos 29 de 33 ancianos, y ya murieron dos, los demás esperan su suerte. Son varias las casas de retiro para ancianos transformadas en lazaretos. La difusión del virus, desde el primer momento, fue en gran parte intrahospitalaria. Esto contribuyó a aniquilar personas que ya padecían varias patologías, como suele suceder con los más viejos.

Al igual que todos los enfermos en todas las epidemias de la historia, se mueren solos. Los enfermeros, cada vez más agotados, intentan, con algunas tablets,que puedan despedirse de sus seres queridos mediante Skype. Pero la muerte, aunque relativamente rápida, es fea: una terrible neumonía les quita la respiración. Ya hay denuncias de falta de balones de oxígeno y hasta de medicinas. Sin embargo, estos implementos no están faltando en el paupérrimo Sur, despojado de su sistema de salud por la violencia feroz de los ajustes que impuso la cultura secesionista de la Liga Norte y que dividió a los italianos entre los del Norte, supuestamente merecedores de servicios públicos de primer mundo, y los de más abajo, que debían acostumbrarse a ser del tercero. Curiosamente, el virus, sin excluir un eventual cambio de situación en los próximos días, está dejando relativamente a salvo a la Italia Meridional. En el Norte, en cambio, la situación progresivamente se ha ido saliendo de control. En la provincia de Bérgamo ya no hay posibilidad de incinerar a los muertos. Los recogen los soldados y los llevan a otras provincias. Especialmente dramáticos son los números de la peste entre los médicos y enfermeros. Más de 3 mil de ellos ya resultaron infectados y una quincena murieron. Después de décadas de destrucción del Sistema Sanitario Nacional público, los italianos descubren ahora lo valiosos que son sus médicos.

Al cierre de esta edición, los casos positivos, atestiguados por un hisopo, superan los 33 mil. Cada día aumentan otro 15 por ciento y los epidemiólogos opinan que hasta final de marzo los números no declinarán. Se espera que la cuarentena pueda dar efectos positivos. Según algunos de los especialistas, por cada enfermo detectado se supondría que hay entre tres y diez veces más casos que no han sido descubiertos, lo que en Italia viene a significar entre 100 mil y 300 mil casos potenciales. La gran mayoría son personas asintomáticas, que se sienten perfectamente bien, pero que pueden infectar a los demás. Entre un 10 y un 15 por ciento de los enfermos necesita atención médica intensiva. De los 3.405 muertos registrados hasta este jueves, el 70 por ciento son varones, con una edad media que supera los 80 años. Como dijo en los últimos días de manera muy vulgar y despectiva el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, Italia es uno de los países con la edad promedio más avanzada del mundo, y eso explica, en parte, el mayor promedio de fallecidos en comparación con otros lugares.

Sin embargo, a estos datos, que conciernen a la totalidad de Italia (60 millones de habitantes), hay que desagregarles el dato de Lombardía. La región, con 10 millones de habitantes, es la más poblada y rica del país. Ahí se han concentrado hasta ahora el 60 por ciento de los casos y dos de cada tres muertos. Esto hace que en algunas de sus provincias, Bérgamo, Brescia, Lodi, la situación resulte extremadamente dramática, con ribetes dantescos. Lombardía, que se jacta de ser la región más moderna del país, gobernada desde hace un cuarto de siglo por las derechas berlusconianas y liguistas, tiene un sistema de salud mixto, más bien orientado a lo privado. Las otras regiones ricas la siguen por número de afectados: Véneto, Emilia Romaña, Piamonte, pero probablemente la Stalingrado de la guerra al coronavirus es la ciudad de Milán, epicentro lombardo y capital económica del país. Si alrededor de la ciudad se registró el mayor número de contagios, la ciudad quedó relativamente a salvo. Sin embargo, el dato del 19 de marzo, con 635 casos positivos nuevos en la ciudad en sólo 24 horas, resulta terrorífico. Si el virus lograra conquistar Milán, ya no tendría ningún límite en su camino, y el miedo del gobierno nacional y de todos los italianos es la expansión del número de casos de Lombardía al Centro y al Sur de Italia, regiones que sólo tienen una fracción de las unidades de terapia intensiva que posee el Norte.

LA EMERGENCIA ECONÓMICA Y SOCIAL. El gobierno presidido por Giuseppe Conte, de centroizquierda, aunque tardó un poco en reaccionar, logró con el correr de las semanas ofrecer una imagen de cierta consistencia. Los datos de los sondeos demuestran un gran crecimiento de la confianza hacia Conte, que en apenas un mes pasó del 52 al 71 por ciento de aprobación. A los socios de la Unión Europea les costó entender que la situación generada por el covid-19 no era un problema o una exageración “a la italiana” (usando estereotipos discriminatorios), sino una real emergencia continental. La misma opinión pública necesitó varias semanas para entender la seriedad de la situación y actuar en consecuencia. Entender –por ejemplo– que aunque los jóvenes al parecer no padecen graves consecuencias por el virus, pueden contagiar y matar a sus propios abuelos. En un régimen democrático no es de un día para el otro que se pueden vaciar las calles con el consentimiento del propio pueblo. El gobierno lo hizo de a poco, de manera soft pero decidida.

En pocos días se cumplirá un mes del cierre de todas las escuelas y universidades. El jueves 19 la ministra de Educación, Lucia Azzolina, anunció que el plazo inicial del 3 de abril para retornar a las aulas será imposible de respetar, y no hay un plazo alternativo. Muchos chicos ya están recibiendo clases por Internet, y es muy probable que el año escolar, que en este hemisferio termina en junio, ya se dé por concluido. La escuela es un problema muy llamativo: millones de niños se quedaron en casa necesitando un cuidado que no puede ser colectivo, pero no es el problema mayor. En los 20 días siguientes al cierre, se fueron instaurando zonas rojas en los lugares más afectados y, finalmente, desde el martes 10, toda Italia está en cuarentena, como en la Venecia de 1347 para combatir la peste negra.

Alrededor del 60 por ciento de los italianos no tenemos más justificación para salir que unas rápidas compras de los pocos productos que se siguen vendiendo: comida, fármacos y poco más. Se impulsó una transformación rapidísima al llamado “smart working”. Empleados, pero también docentes, siguieron trabajando desde sus casas. Así, quien tiene un trabajo formal puede quejarse un poco del aburrimiento o de las ganas de salir a pasear, pero está más o menos a salvo, especialmente si los tiempos de la crisis no se estiran demasiado. El gobierno decidió medidas por una montaña de dinero, 25.000 millones de dólares que ayudan especialmente a las clases medias golpeadas por el virus. Sin embargo, se calcula que entre 600 mil y 2 millones de trabajadores informales perdieron brutalmente su trabajo. Son la parte más frágil del país y que queda aun más expuesta a esta crisis. De un día para el otro se derrumbó por completo el turismo. En Nápoles, una ciudad que estaba viviendo un importante auge turístico, ya cerraron el 60 por ciento de los hoteles. Tardarán años en volver a recuperar los puestos de trabajo perdidos de un día para otro. Cerraron los cines, los restaurantes, los bares, se redujeron los transportes públicos. La producción industrial siguió, fue considerada un servicio esencial, en una pulseada entre el gobierno y los empresarios que, hasta ahora, fue ganada por estos últimos.

LA EMERGENCIA POLÍTICA Y LA ALARMA DEMOCRÁTICA. Frente al virus, el lenguaje de inmediato se militarizó. Los médicos son héroes y los que salen de sus casas o no respetan la cuarentena son traidores. El virus es el enemigo, y mientras se pudo echar la culpa a los chinos, no hubo problema. Inicialmente se vivieron algunos episodios de violencia contra inermes trabajadores o turistas chinos. Eran el perfecto enemigo externo al cual echarle todas las culpas. Luego el virus se italianizó y se colocó como un fenómeno que sorpresivamente golpeaba el Norte de Italia. Ni siquiera a los del Sur se les podía echar la culpa, y el gobierno, sin salirse de tono, demostró estar a la altura de una situación inédita y desbordante. Frente a un problema tan real, la extrema derecha de Matteo Salvini se quedó sin discurso.

Sin embargo, hay otra cuestión posiblemente más importante. La cuarentena es una sustancial suspensión del artículo 16 de la Constitución que garantiza la libre circulación de las personas, un derecho tan asentado que ni siquiera se pensaba que pudiera ser puesto en discusión. Hoy en día un italiano, por primera vez, en democracia, no puede ir libremente de Florencia a Boloña. Ni siquiera puede salir a pasear afuera de su pueblo. Intelectuales como Giorgio Agamben opinan que esto vislumbra una forma de estado de excepción. Frente al enemigo, enemigo virus, los italianos se ven inducidos a renunciar voluntariamente a un derecho fundamental. Los italianos están obedeciendo, permitiendo a la política apropiarse de una nueva forma de biopoder sobre los cuerpos. ¿Es el virus o es la cuarentena el peligro más grave para el régimen democrático?

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